Salió de su casa con la convicción de que no existían las citas a ciegas cuando se va con los ojos abiertos, pero en el trayecto se fueron diluyendo sus certezas para dar paso a los interrogantes. El temor comenzó a penetrarle apropiándose de algunos de sus órganos. Los párpados se contraían con latidos evidentes y hasta el hígado comenzó a pesarle. La vejiga se llenó de incertidumbre y se volvió el eje de la cuestión, cómo haría si en medio de ese encuentro tan deseado comenzaran los espasmos de costumbre y un baño se apoderara de sus sentidos?Pensó en todas las maneras posibles y agradables que existieran para poder decir “voy al baño” si la necesidad se hacía insostenible y no encontró ninguna que lo convenciera y decidió dejarse llevar por la naturalidad del momento. En un trayecto tan largo seguro se relajaría o estallaría en pedazos para arruinar lo que debía ser extremadamente prolijo. Pero por qué conspiraría contra sí mismo fue algo que lo mantenía más tenso que el encuentro.Ya la cita pasaba a segundo plano de manera sutil y sus dudas lo carcomían por dentro y por fuera, sentía como si lo estuvieran devorando. Se miró las manos, las tenía hinchadas y sudorosas con un aspecto gelatinoso y escurridizo como las manos de todos los que no están decididos a tocar ni un dedo de su amada. Pobre, no podía liberarse de un pasado que lo aniquilaba, que lo fustigaba hasta el extremo de hacer temblar todo cuanto tocara. Lo amarraba tanto que lo transformaba en un inútil afectivo.Cómo haría para tirar el pasado por la ventanilla del taxi y llegar apetecible y atractivo, sería necesario olvidarlo todo o conservarlo para largarlo a cuenta gotas en un momento apropiado. No sabía no podía clarificarse, había vivido huyendo de sus recuerdos y buscando en sus huidas una manera de perpetuar su desdicha. Pero todo esto lo agobiaba tanto que ya no le servía de defensa, ya huir era su condena perpetua.Si hubiera podido estar seguro que esa cita no lo llevaría a tener que despertarse viendo la misma cara todos los días se habría serenado, pero todo iba en aumento y hasta llegó a pensar en pedirle al taxista que pegara la vuelta o lo dejara tirado en cualquier callejón sin salida de esa ciudad que vivía despierta sólo para ver pasar a los dolientes crónicos.No llevaba reloj ya que estaba programado para sentir con exactitud el paso de los minutos, mas esta vez no cesó de preguntar la hora de manera tan insistente que el conductor del vehículo en un intento por mirarla en el celular perdió el control del volante y se incrustó en un árbol torcido. Los ojos de ambos se volvieron indescriptibles y él sólo atinó a bajarse y salir corriendo con los insultos del taxista que le pegaban en la espalda.Corrió y corrió, sin rumbo, unas cuadras nomás y se detuvo en el punto justo donde se cruza el no con el sí. El instante preciso de definir a tientas como seguir desenmarañando su complejidad para poder vivir con simpleza un hecho tan cotidiano como podía ser una cita…
Salió de su casa con la convicción de que no existían las citas a ciegas cuando se va con los ojos abiertos, pero en el trayecto se fueron diluyendo sus certezas para dar paso a los interrogantes. El temor comenzó a penetrarle apropiándose de algunos de sus órganos. Los párpados se contraían con latidos evidentes y hasta el hígado comenzó a pesarle. La vejiga se llenó de incertidumbre y se volvió el eje de la cuestión, cómo haría si en medio de ese encuentro tan deseado comenzaran los espasmos de costumbre y un baño se apoderara de sus sentidos?Pensó en todas las maneras posibles y agradables que existieran para poder decir “voy al baño” si la necesidad se hacía insostenible y no encontró ninguna que lo convenciera y decidió dejarse llevar por la naturalidad del momento. En un trayecto tan largo seguro se relajaría o estallaría en pedazos para arruinar lo que debía ser extremadamente prolijo. Pero por qué conspiraría contra sí mismo fue algo que lo mantenía más tenso que el encuentro.Ya la cita pasaba a segundo plano de manera sutil y sus dudas lo carcomían por dentro y por fuera, sentía como si lo estuvieran devorando. Se miró las manos, las tenía hinchadas y sudorosas con un aspecto gelatinoso y escurridizo como las manos de todos los que no están decididos a tocar ni un dedo de su amada. Pobre, no podía liberarse de un pasado que lo aniquilaba, que lo fustigaba hasta el extremo de hacer temblar todo cuanto tocara. Lo amarraba tanto que lo transformaba en un inútil afectivo.Cómo haría para tirar el pasado por la ventanilla del taxi y llegar apetecible y atractivo, sería necesario olvidarlo todo o conservarlo para largarlo a cuenta gotas en un momento apropiado. No sabía no podía clarificarse, había vivido huyendo de sus recuerdos y buscando en sus huidas una manera de perpetuar su desdicha. Pero todo esto lo agobiaba tanto que ya no le servía de defensa, ya huir era su condena perpetua.Si hubiera podido estar seguro que esa cita no lo llevaría a tener que despertarse viendo la misma cara todos los días se habría serenado, pero todo iba en aumento y hasta llegó a pensar en pedirle al taxista que pegara la vuelta o lo dejara tirado en cualquier callejón sin salida de esa ciudad que vivía despierta sólo para ver pasar a los dolientes crónicos.No llevaba reloj ya que estaba programado para sentir con exactitud el paso de los minutos, mas esta vez no cesó de preguntar la hora de manera tan insistente que el conductor del vehículo en un intento por mirarla en el celular perdió el control del volante y se incrustó en un árbol torcido. Los ojos de ambos se volvieron indescriptibles y él sólo atinó a bajarse y salir corriendo con los insultos del taxista que le pegaban en la espalda.Corrió y corrió, sin rumbo, unas cuadras nomás y se detuvo en el punto justo donde se cruza el no con el sí. El instante preciso de definir a tientas como seguir desenmarañando su complejidad para poder vivir con simpleza un hecho tan cotidiano como podía ser una cita…