El país de los cerezos (I)Año 1987. Nanami Ishikawa es una niña que va a primaria en Tokio, juega al béisbol y es poco femenina para lo que le gustaría a su abuela. A diferencia de ella, su mejor amiga, Toko Tone, sí que cumple esa característica. Un día, tras un balonazo, Nanami se escabulle del entrenamiento y convence a Toko para que la acompañe al hospital donde está Nagio, su hermano pequeño, ingresado por asma.
El país de los cerezos (II)Año 2005. Nanami está preocupada porque su padre últimamente parece hacer cosas raras como desaparecer dando paseos que duran hasta un par de días y la factura de teléfono del mes anterior ha salido disparada. Una noche decide seguirlo y por casualidad se reencuentra con Toko, a quien llevaba tiempo sin ver. Ambas deciden seguir al padre de Nanami, quien acaba viajando hasta Hiroshima. Reseña Este tomo es una pequeña joya, uno de esos imprescindibles que recomendaría siempre. Hacía tiempo que no le daba una relectura y aunque no ha tenido el impacto de la primera vez, sigue emocionando y haciendo reflexionar. Es una de esas contadas obras que gana en cada relectura.
La masacre que supuso el lanzamiento, por parte de Estados Unidos, de las dos bombas atómicas no acabó con su explosión, como ya sabréis. Muchas obras se centran en el antes (el desarrollo de las bombas, la política militar, las grandes batallas...) y el inmediato después. De haber sido unas bombas normales, poderosas, pero normales, esto tendría todo el sentido. Sin embargo, el horror secundario de estas bombas estuvo en su radiación, que dejó marcada física, mental y sociológicamente a quienes sobrevivieron bajo el término hibakusha. Es en este legado cruel en el que se centra la autora. Quienes no murieron el mismo 6 de agosto o en los días posteriores no sólo debían enfrentar las secuelas físicas de quemaduras y heridas, también tenían el sentimiento de culpa de haber sobrevivido, en muchos casos dejando atrás a quienes no podían ayudar. A esto, que son secuelas habituales en supervivientes de catástrofes en general, se sumaba el miedo de no saber cuándo aparecerían enfermedades derivadas, o si sus hijos o hasta nietos llegarían a tener problemas de salud. Para complementar lo visto en este tomo os puedo recomendar el documental Atomic people. Por simple ley de vida, ya quedan pocos hibakusha, así que su testimonio es imprescindible para que nunca caiga en el olvido el horror de este tipo de bombas.
Al final del tomo (supongo que también estará en la edición de Kodai) hay un epílogo de la autora. Fumiyo Kouno procede de Hiroshima y aunque estuvo en el Museo de la Memoria en su etapa universitaria, le había dado la espalda a lo sucedido como algo del pasado, se desvinculó. Con esta historia superó esa incomodidad para dar una lección al pueblo japonés que había seguido su vida olvidando todo lo posible lo vivido. Me parece un testimonio muy interesante por autocrítico para con ella misma y con su pueblo.
En definitiva, una pequeña joya que no debería faltar en vuestras estanterías. La autora hace un más que digno homenaje a quienes vivieron ese horror, en especial en las secuelas que han sufrido generaciones enteras. Dibujo sencillo, estilo cotidiano y un par de puntos de romance muy bonitos. Estos elementos que te ponen el corazón calentito contrastan con la tragedia narrada de una manera sutil, pero desgarradora.