Lo miraba de arriba abajo con evidente desdén y le contestaba que hay dos clases de problemas, los que se arreglan solos y los que no tienen solución, así es que no la molestara con tonterías.
Ahora todo eso le parecía absurdo. Ya no podía confiar sólo en la razón, había entrado al territorio incierto de los sueños, la intuición y la magia. Existía el destino y a veces había que lanzarse a la aventura y salir a
flote improvisando de cualquier manera.
El peso de la pistola en la mano le daba una sensación de invencible poder;por primera vez comprendía la obsesión de tanta gente por las armas.