Uno de los valores de La ciudad de los prodigios reside en el peso protagonista de la ciudad a la que alude el título. En sus páginas, Barcelona adquiere la entidad viva de un personaje que evoluciona y condiciona con su presencia los acontecimientos de la trama. Estamos en 1880, el umbral finisecular de una época que se muere para dar paso a una modernidad nueva; pujante pero incierta, violenta pero ilusionante en sus espejismos de progreso. Es la Barcelona de la revolución industrial, los primeros movimientos obreros y la Exposición Universal del 88; pero también la de las algaradas anarquistas, el crimen organizado y la vida miserable de los obreros. Un escenario donde la vida y la muerte se entretejen de murmuraciones, costumbres antiguas y creencias que son más tercas que los sueños de futuro. El realismo de una nueva era milagrosa habitada por fantasmas vestidos de harapos.
Si quieren seguir leyendo, sigan el vínculo: "La ciudad de los prodigios, de Claudio Stassi. El nacimiento de un siglo, en viñetas".