En memoria de Julio Gómez Valle. Todos llevamos una ciudad dentro,
ciudad que nos alienta y nos acusa,
La ciudad del alma.
Claudio Rodríguez.
He completado muchas líneas de este blog con crónicas de mis viajes, tanto por España como por el extranjero, pero también he escrito sobre mi barrio de Alcorcón y sobre otras zonas de Madrid que voy descubriendo poco a poco. Pues bien, ahora le toca el turno a mi ciudad natal, la capital de provincias perdida de la mano de Dios donde vive mi familia y algunos de mis mejores amigos; Zamora, La Ciudad del Alma, aquella que, como dijo el poeta local convertido posteriormente en universal, Claudio Rodríguez, nos alienta y nos acusa: nos alienta a seguir adelante como ha seguido ella, erguida a pesar del ostracismo al que ha sido condenada por razones geográficas y económicas, y nos acusa porque nacer en Zamora significa estar marcado de por vida por la nostalgia, por la tradición, por la gastronomía, por la magia del Duero; su río, el hacedor del vino y los poetas, nuestra vida.
Zamora es una capital pequeña, minúscula comparada con otras; es una ciudad que cabe en un puño si la observamos desde el cielo con Google Earth. Zamora es medieval y ocre, románica y dorada, nostálgica y transparente, a veces portuguesa y casi siempre española, en ocasiones castellana y a ratos leonesa. Pero, sobre todo, Zamora es suya; una ciudad que te pone el vello de punta al recordarla desde la distancia; un familiar fallecido que pervive en el recuerdo, la madre que dejamos atrás buscando tierras más prósperas, la metáfora del agua mutando su estado; esa niebla que cubre las iglesias en invierno y que trepa por las murallas para protegerlas del paso del tiempo. Zamora es en resumen una ciudad mística y mágica que se escapa al raciocinio y que no se deja atrapar, más bien sentir.
Los semáforos de Zamora están más tiempo cerrados que abiertos para los vehículos y los pasos de cebra son para los conductores como puentes levadizos que te hacen esperar largo tiempo hasta poder cruzarlos, porque en Zamora el tráfico es no rodado y la masa vital es la gente que camina; los jubilados que van a hacer sus recados, los funcionarios administrativos que desayunan varias veces, los comerciantes y autónomos, los empresarios pequeños y medianos, los artesanos y los artistas. Sobre todo los artistas. Y es que no podemos olvidar que “La Bien Cercada” es una tierra de poetas y narradores, de pintores y escultores, de gente dotada de una sensibilidad especial que no es otra cosa que la energía que mana del Duero, río por cuyo cauce transcurre la historia de Castilla, la historia de España, pero también la historia de cientos de zamoranos cuyas cenizas fueron arrojadas al río más borracho de España buscando en él la vida eterna que otorga el aguay que ahora viajan hacia Oporto dejando por el camino el poso de su recuerdo.