Algo que me sucedió la otra noche me ha llevado a recopilar un puñado de ideas sobre la ciudad contemporánea, sobre eso en que se está convirtiendo la ciudad contemporánea, en el breve artículo que expongo a continuación (un puñado de ideas que llevaban tiempo rondando mi cabeza).
La historia es la siguiente: volvía caminando a mi casa, atravesando la plaza principal de mi ciudad, y entonces me fijé en que en el pequeño museo que se encuentra en la plaza había una exposición de algo. Eran aproximadamente las ocho menos diez de la tarde. Me acerqué, y cuando iba a entrar, la guarda de seguridad me detuvo y dijo: «vamos a cerrar en cinco minutos, lo siento; pero si le interesa, mañana está abierto desde las diez de la mañana.» La verdad es que no me interesaba particularmente esa exposición. Ni sabía muy bien en qué consistía, de hecho. Mi acto estaba motivado por un hecho puramente circunstancial; a esa hora y en ese momento, se me ocurrió simplemente que era una oportunidad para echar un vistazo.
La lógica que manejó la guardia me pareció, finalmente, definitoria de ciertos aspectos que vienen condicionando a nuestras sociedades y su marco físico más habitual, las ciudades. En resumen, esa lógica es aquella que asimilaría cualquier actividad humana con un acto deliberado, que conllevaría: 1, la pre-identificación de un objetivo, y 2, el establecimiento de los medios racionales para satisfacerlo. Explicaré en más detalle a qué me refiero con esto.
Esta mecánica se inscribe en un proceso general de racionalización de la vida, y a mi modo de ver tiene que ver con el avance progresivo de un paradigma tecnológico, una suerte de «tecnologización» de la vida y del medio en que se desarrolla. ¿En qué sentido? La mencionada lógica es la mecánica esencial con que opera cualquier aplicación tecnológica, y que podemos reducir a los siguientes pasos: 1, pre-establecimiento de los objetivos que queremos alcanzar con la aplicación; 2, establecimiento de los procedimientos más eficientes para pasar de la situación actual (punto A) a la situación deseada (punto B); 3, aislamiento del proceso, para evitar interferencias y alcanzar eficiencia en el mismo.
Sintéticamente, un esquema físico del mencionado fundamento tecnológico representaría un punto «A» (donde estoy), y un punto «B» (al que quiero llegar) y uniéndolos, una flecha que representa el movimiento. Este esquema funcionalista define en buena medida nuestras ciudades actuales, o al menos esa es la tesis que pretendo plantear en el artículo.
¿Qué elementos se requerirían para la extensión de un paradigma de este tipo a una sociedad entera, a una ciudad, un modo de entender la vida? En primer lugar la mecánica con la que operar, que en sus componentes esenciales sería la descrita. En segundo lugar, la identificación de objetivos claros para distintos aspectos de la vida, lo que podemos asimilar con una identificación, o reducción, a un aspecto funcionalista de la propia vida. Para ello, de nuevo acudamos a la visión científica que identifica, a partir de los procesos que se desarrollan en la naturaleza, una serie de funciones separadas, por una pura necesidad metodológica; el análisis requiere de un aislamiento de cada proceso, identificándolo como una función, en que sean discernibles las finalidades de los mismos. Lo que desde el punto de vista científico tiene una intención comprensiva, al ser aplicado a la tecnología puede conllevar un efecto reduccionista: si utilizamos separadamente soluciones tecnológicas para determinados aspectos de una realidad compleja, estaremos afectando al conjunto de relaciones que tienen los elementos y aspectos entre sí. Es lo que podríamos denominar, una visión funcionalista de la complejidad.
Por último, para operar con una mecánica como la descrita se requiere así mismo del establecimiento, en la mayor medida de lo posible, de elementos concretos y mensurables; es decir, la configuración de una realidad discreta y cuantificable. En este sentido un avance esencial lo aportó la física cuántica al identificar paquetes discretos (cuantos) como los elementos más pequeños de materia o de energía. Deshaciendo de esa forma la continuidad inoperable de la realidad, y abriendo el paso a multitud de tecnologías que operaran con elementos discretos de materia, energía, información. Tecnologías que, como la informática, la robótica o las telecomunicaciones, pero también los crecientes legislaciones que operan con artículos «discretos», la estadística como herramienta de base para la información y gestión, o el propio dinero en su versión contemporánea -que traduce el intangible y subjetivo concepto del valor en unidades concretas y mensurables- han reconfigurado, hasta hacerlo casi irreconocible, el paisaje de nuestra actualidad.
Previsibilidad, definida por la visión funcionalista de la realidad; exactitud y precisión en las técnicas empleadas, así como aislamiento de los procesos (requerido de cara la mejora de la eficiencia); y una especialización máxima de los componentes o elementos del sistema, son los fundamentos de una racionalización que, extendida a una realidad compleja (una región, una sociedad, una sociedad) parece pre-configurar un ámbito social controlado, predeterminado, seguro y estable, tanto a nivel espacial (la ciudad difusa contemporánea) como temporal (establecimiento de plazos futuros «ciertos»). La planificación urbana, la estratégica y sectorial, las alarmas, los seguros, en todos los casos se trata de herramientas que, siendo diferentes, persiguen la reducción de la incertidumbre. Esa arquitectura, en definitiva, de límites nítidos en lugar de difusos, de actores profesionalizados y de resultados esperados pre-configurados ha ido condicionando progresivamente nuestro mundo de una forma que a menudo se nos escapa.
Trascendiendo el hecho de que, como la actual coyuntura de crisis parece demostrar, nuestra capacidad predictiva de reducción de incertidumbre se encuentra todavía lejos, afortunadamente, de abordar la complejidad de la vida y el propio universo, intentaré reseñar alguno de los efectos destacados que la difusión de este paradigma ha tenido en concreto en las ciudades y territorios; en primer lugar, la sustitución de un ambiente complejo, continuo, no reductible a funciones y «objetivos», por otro funcional y con metas concretas, discreto y esclarecido, comporta una suerte de «desentrelazamiento» de la realidad (lo que algún autor ha calificado como «una sociedad conectada, pero desentrelazada»); traducido a su aspecto físico, podemos decir que la noción de «camino» como experiencia vital, en cuanto que algo azaroso, imprevisible, contingente, (continuo) tiende a ser abolida. Las funciones de destino están claramente tematizadas; en consecuencia, viajar, moverse, es «ir a hacer algo» a algún lugar. Como en un circuito, redes de transporte veloz conectan elementos con funciones definidas. Esta idea de supresión del camino «azaroso» la podemos encontrar en casi todas las aplicaciones tecnológicas recientes (que parecen obedecer a la idea «lo que quieres, lo tienes»): aplicaciones móviles, buscador Google, un navegador satélite, operan en la misma idea de suprimir lo azaroso, lo imponderable del camino, en la medida en que se ha definido con exactitud el objetivo del mismo, a priori.
En última instancia, renunciar a la aleatoriedad y la imprevisibilidad a largo plazo significa hacer lo propio con el conglomerado de errores, casualidades, encuentros fortuitos, hechos inesperados que constituyen el entramado de nuestra experiencia vital. Identificar el error con un «no cumplimiento de objetivos preestablecidos» ouna injerencia de elementos externos en un proceso representa, en el mundo real, el desconectar los procesos de las múltiples variantes (no errores, desde esta perspectiva) que van generando la complejidad o entramado de los sucesos animados e inanimados (de la vida, en definitiva). Pensemos en nuestra trayectoria personal ¿en qué medida muchas decisiones profesionales, relaciones amorosas, de amistad, experiencias vitales, maduración en definitiva, no son el resultado de conglomerados de errores y aciertos, casualidades que llevaron a otros trayectos, otras derivas vitales? ¿Serían mejores si hubiésemos establecido cada uno de los procesos con objetivos predefinidos, y eliminado las posibilidades de error?[i]
Como colofón al puñado de ideas planteadas, desarrollé en una serie de dibujos las relaciones de asimetría que se darían entre una supuesta ciudad analógica, y una ciudad discreta o digital. Aclarar –si es necesario- que los presupuestos expuestos sobre la «ciudad discreta» responden a un esquema abstracto de sus tendencias, y que en buena medida la población no sólo no se amolda siempre a esos principios, sino que altera a menudo su rigidez funcionalista, haciendo por ejemplo de los trayectos en Metro experiencias vitales, ocupando espacios como centros comerciales, plazas, canchas para usos diversos no preestablecidos, desarrollando iniciativas particulares sobre espacios vacantes, replicando viejas entidades asociativas barriales, practicando urbanismo táctico o estratégico más allá del procedimiento oficial. Todo lo cualinvita a pensar en un necesario replanteamiento del tipo de técnica que deberemos utilizar para construir ciudades menos automáticas y más vivas; en la necesidad de redimensionarla adecuadamente, para que puedan colaborar, y no excluirse, técnicos e individuos de pie; reduciendo su afán de precisión y de extensión al conjunto urbano; no separando fines de medios, en la medida en que son realidades indisociables.
[i] En síntesis, en funciónde las ideas esbozadas, las cualidades esenciales que caracterizarían esta ciudad “discreta” son las siguientes: Funcional o infraestructural: en la medida en que, como se ha dicho, son los elementos funcionales (infraestructuras: redes y elementos con una función clara y distinta), en particular las redes de infraestructuras,los que definen la estructura urbana, y facilitan su cohesión (en relativa contraposición a las ciudades del pasado, en que era la propia trama vinculada al territorio, el espacio y los edificios que lo cerraran el nexo de unión urbana). Una ciudad funcional, en consecuencia, es en esencia la plasmación de una vida reducida a lo funcional. A actos discretos e identificables: dormir, trabajar, comer, divertirse, ejercitarse. Discreta o cuantificada: en la medida en que opera con información, con energía, con materia, incluso con individuos claramente identificados y cuantificados; en la medida en que estos individuos progresivamente se han especializado, siguiendo el principio de la eficiencia (orientada a un fin) que determina que una variedad de partes operando autónomamente es más ineficiente que esos elementos especializados y operando en conjunto dentro de un sistema. Centralizada: en el sentido de la inteligencia. La propia especialización de los componentes, en concreto de los individuos, y la articulación funcional de los mismos, conlleva como efecto la concentración de la inteligencia, o ente rector, en la medida en que se supone una única racionalidad como apropiada. Es el trayecto de entidades rurales, barriales, comunitarias, familiares, relativamente autónomas o autosuficientes, a la entidad estatal contemporánea, que explica una sociedad dependiente del organismo administrativo-tecnológico-económico (planificador, administrador, gestor legal) del que depende, y sobre el cuál no puede influir de forma autónoma más que, en apariencia al menos, a través de los procesos electivos periódicos. La ciudad muta, de ser un ente orgánico, a convertirse en una “máquina social”.
Miguel Gómez Villarino es arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid, candidato a doctor actualmente en la temática de Paisaje Urbano por la misma universidad. Trabaja en el Laboratorio de Planificación Territorial de la Universidad Católica de Temuco, Chile. Ha realizado trabajos relacionados con la recuperación de espacios urbanos, infraestructura urbana y proyectos, así como diversas publicaciones e investigación en estas temáticas.
Créditos de las imágenes: Imagen 01: Captura de video Recorrido por el Periférico de México DF (fuente: Ida Roch) Imagen 02: Conectividad (fuente: Miguel Gómez Villarino) Imagen 03: Ciudad analógica vs. Ciudad digital (fuente: Miguel Gómez Villarino)