"La ciudad es hoy un espacio de combate abierto". Entrevista a Saskia Sassen

Publicado el 19 agosto 2012 por Lilik

Según la socióloga holandesa Saskia Sassen, la esencia de una metrópolis no está en sus construcciones nien la cantidad de habitantes, sino en el ámbito que ofrece para la vida en común. Y advierte que ese ámbito haentrado en crisis Por Raquel San Martin | LA NACION
Probablemente en la Biblia esté la mejor síntesis de las ideas que rondan la experiencia urbana desde hace siglos: allí están Sodoma y Gomorra, narradas en el Génesis como símbolos de corrupción y decadencia, pero también la Ciudad Santa, esa Jerusalén que en el Apocalipsis es la representación utópica del paraíso recobrado. El prolífico imaginario filosófico y literario sobre la ciudad descansa, en efecto, en una contradicción. La ciudad pensada y narrada es a la vez el lugar del progreso, la modernización, la aventura, donde los destinos se tuercen y los sueños se alcanzan, pero también el espacio del pecado, el miedo, el esnobismo y las apariencias, la soledad del individuo anónimo frente a la multitud, el escenario de la pobreza y la decadencia social. ¿En qué lugar ubicar la "imaginación sociológica" de Saskia Sassen, una de las intelectuales más influyentes de las últimas décadas para pensar la ciudad en la globalización, que se define como "contraintuitiva", más cómoda analizando las fronteras y los márgenes que los centros transitados por las teorías mainstream ? Para Sassen, la ciudad no es, parece claro, ese "libro de piedra" que Victor Hugo se proponía leer; ni está en la poesía de las multitudes anónimas que describía Charles Baudelaire; ni en la geografía personal proyectada en la Dublín de James Joyce. La ciudad que mira se parece a la que vio Georg Simmel, tan alarmado por la desconfianza, el "espíritu calculador" y la indiferencia que motivaba la vida urbana como satisfecho por la libertad que ese ambiente prometía, y también a la que estudió la Escuela de Chicago, que vio en la ciudad el laboratorio social donde observar y resolver la integración de una sociedad que se volvía más y más compleja y desigual. Un siglo más tarde, como a Simmel y a los sociólogos de Chicago, a Saskia Sassen le preocupa el alma de las grandes ciudades, a las que ve crecientemente "desurbanizadas". Aunque crezcan en densidad poblacional y alumbren nuevos barrios y construcciones cada vez más vanguardistas, aunque elaboren "marcas" que las posicionan en el mercado de los festivales y la industria de la cultura y el turismo, las ciudades, piensa Sassen, están perdiendo su urbanidad, su carácter de espacio para la vida en común. "La ciudad es un sistema complejo pero incompleto", define en diálogo con adn cultura, y describe cómo, a fuerza de guerras que ahora se combaten en las ciudades, de enfrentamientos que grupos armados del narcotráfico escenifican en terreno urbano, de la violencia del delito generada por décadas de injusticias sociales y económicas, de las fronteras invisibles que instalan las desigualdades, la ciudad está perdiendo la flexibilidad que le aseguró sobrevivir a siglos, gobiernos, organizaciones políticas y cambios sociales sin perder su identidad como espacio para la convivencia urbana. "La ciudad es hoy un espacio de combate abierto", continúa. Al cerrarse a fuerza de impersonales distritos de oficinas de vanguardia, al completarse trazando espacios privados hiperseguros y zonas empobrecidas donde sus habitantes viven igualmente encerrados, al perder, en fin, parte de su alma común, la ciudad deja de ser capaz de integrar la novedad y la diferencia. Sassen pasó cinco días en Buenos Aires, a comienzos de este mes, junto con su marido, el sociólogo Richard Sennett, invitados por la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), con la agenda de dos rockstars pero la humildad de quienes no han cambiado la curiosidad intelectual por la impostura. En menos de una semana, pronunciaron dos conferencias cada uno y una en conjunto -todas a sala llena y casi todas con transmisión simultánea por Internet-, dieron entrevistas y se reunieron con distintos grupos de investigadores locales. La ciudad, plantea Sassen, no es indiferente a su desurbanización. "¿La ciudad tiene un discurso, un poder de habla? Yo digo que sí. La ciudad lo tiene, pero hemos olvidado ese lenguaje, no lo vemos más, no lo entendemos. Hay muchas tendencias que van eliminando la capacidad de la ciudad de tener su voz. Pero hoy, todavía, la ciudad habla. Lo hace, por ejemplo, cuando los desarrolladores inmobiliarios construyen una plaza pública para compensar un edificio más alto, y ese espacio nunca funciona como plaza, está muerto. O cuando el tránsito de la hora pico en el centro paraliza un auto potente, hecho para grandes velocidades, y no le permite usar ninguna de esas capacidades. O en las maneras que hemos aprendido para saber cómo transitar caminando por el centro de la ciudad en esas horas pico. Eso es discurso. Cuando la ciudad no permite cosas, es la ciudad la que habla. En lo urbano hay una capacidad que le permite actuar." -Usted habla en varios de sus trabajos de la ciudad como un espacio de disputas y contradicciones. ¿En qué medida la ciudad como espacio construido es un terreno disputado o de convivencia? -Una pregunta anterior a esa es qué es la ciudad, porque hoy en día existe muchísimo terreno urbanizado a través de la construcción, pero que no es ciudad. Mucho de lo que llamamos ciudad es hoy sólo terreno construido densamente. Para mí la ciudad es una especie de sistema complejo pero incompleto. Y en ese rasgo de ser incompleto reside, por un lado, su capacidad de vida larguísima. Pensemos en las grandes ciudades, que sobrevivieron a imperios, reinos, repúblicas, distintos gobiernos, multinacionales, sistemas financieros, de todo, y ahí siguen. Lo complejo significa además mucha diferenciación. Lo incompleto hace que nuevas materialidades puedan instituirse. Me parece que en lo incompleto reside la capacidad y la necesidad de la ciudad de ir incorporando nuevas modalidades de orden visual y social. La ciudad está ahí, lista para recibir. Pero no sin tensiones y combates, porque cada cambio implica transformaciones. Ésta es una época en la que esas ciudades complejas y abiertas empiezan a sufrir un poco de desurbanización. -¿En qué sentido? -Hay muchas modalidades en que esto sucede. Una son las privatizaciones de espacios, a las que se suma el llamado "efecto sombra" que produce esta privatización alrededor, más allá de lo que es estricta y legalmente privado. Todos los countries , las comunidades cerradas y los complejos con sistemas de seguridad muy sofisticados, que pueden estar en el centro de la ciudad, instalan muros invisibles. El mismo efecto tienen los enormes shopping centers , que desplazan a una multitud de pequeños negocios que constituían la trama urbana, y algunos fenómenos muy específicos, como lo que ahora se llama el " super-prime housing market ", un mercado global de la vivienda, con propiedades que cuestan un mínimo de 25 millones de dólares en Londres, de 7 millones en Shanghái o de 29 millones en Hong Kong, ocupados por súper ricos que no participan de la vida comunitaria. Todo eso va desurbanizando el tejido urbano. Lo cívico de la ciudad, la urbanidad, se está afectando, y eso está pasando en más y más ciudades. El orden visual que nos dice "esto es ciudad" ya no habla el mismo idioma que hace unas décadas, ya es un idioma más ambiguo. El poderoso perfil de Nueva York. Foto: AP / ANTHONY BEHAR -Parece haber una especie de homogeneización de paisajes urbanos en los que parece que todas las ciudades son iguales, pero hacia adentro hay dinámicas diferentes. -Exactamente. Pienso, por ejemplo, en distritos de oficinas, espacios de consumo de lujo, esas sedes de trabajo donde está la vanguardia de la arquitectura de oficinas, sobre todo en el sector financiero. Eso da la impresión, a través del orden visual, no importa cuán originales sean los arquitectos, de homogeneidad. Es verdad que uno reconoce un aeropuerto, un hotel de lujo, un shopping y una escena de consumo en cualquier ciudad global. Pero los distritos de oficinas se han vuelto en realidad infraestructuras que se pueden usar de maneras distintas. Comparé el centro financiero de Chicago con el de Nueva York y hay enormes diferencias de uso de la misma infraestructura. Un segundo aspecto surge de esto. El edificio de oficinas ya no habla el mismo idioma que hablaba hace 30 años, cuando parecía decir "me ocupo del trabajo de oficina". Hoy en día, lo que esas construcciones dicen, para un público muy especializado, es: "Tengo todo lo que necesita para hacer sus operaciones globales". Esto tiene implicaciones político-económicas. Las ciudades ya no compiten tanto entre ellas como se cree que sucede. Y a la vez van recuperando historias económicas propias y profundas. -¿Cómo ve el futuro de las ciudades "desurbanizadas", como las describe? ¿Podrían ser reemplazadas por otro nuevo orden urbano? -En su límite, la desurbanización debilita y hasta destruye los códigos y las restricciones que guían las prácticas cotidianas de la gente en una ciudad en funcionamiento. Permite que los actores más poderosos rehagan las ciudades a su imagen. Se ve en lo que sucede con el mercado de la vivienda para los súper ricos del que hablábamos, donde se construye una casa enorme en el lugar que antes ocupaban tres casas medianas, y que además tiene propietarios ausentes, que viven allí sólo una parte del tiempo. Eso va adelgazando el tejido urbano. Lo que hace que Buenos Aires sea una ciudad tan maravillosa es que, aun en los sectores de mayores ingresos, hay gran densidad residencial. De márgenes y penumbras Holandesa de nacimiento, formada en economía, sociología y filosofía, Saskia Sassen habla cinco idiomas, "pero ninguno bien", ironiza. En un reportaje público en la Unsam, durante su estadía en Buenos Aires, describió su metodología de trabajo como "contraintuitiva", su gusto por "las zonas analíticas fronterizas" y por investigar los márgenes, las penumbras y los momentos de transición. "La frontera no es una línea, sino un terreno. En ese terreno me gusta moverme, donde las cosas van mutando", dijo entonces. Quizá por eso, y por su disposición a moverse y opinar como una personalidad pública, es una figura particular en el universo intelectual. Su multicitado libro La ciudad global , editado en 1991 por primera vez -y en español en 1999-, se plantó contra las ideas fácilmente repetidas de que la globalización trascendía los territorios y traspasaba fronteras. Según postuló entonces, la globalización tenía en realidad anclajes locales y nacionales bien precisos, inserciones territoriales y arquitectónicas, particularmente en los sectores económicos de capital transnacional, como el financiero, que se dedicó a analizar con lupa etnográfica desde entonces. Nueva York, Londres, Tokio y Fráncfort, pero también Sidney, San Pablo, México D. F. y Shanghái, comparten algunos rasgos que las hace particulares: en ellas, la globalización puede verse actuando concretamente, en las elites transnacionales de altos ejecutivos, los funcionarios de organismos internacionales y los migrantes que sostienen parte del funcionamiento y la economía globalizada, como retrató en Una sociología de la globalización , que la editorial Katz publicó aquí en 2007. Siguió en esa línea para analizar cómo buena parte de las globalizaciones sucedían en el espacio bien concreto de los Estados nacionales -lo desarrolló en Territorio, autoridad y derechos - y el lugar de "los inmóviles" como sujetos políticos de los tiempos globales. -¿En qué transformó la globalización el imaginario que tenemos sobre las ciudades? -La globalización ha generado una especie de igualdad de las ciudades y de ahí surgen los proyectos de inventar festivales o buscar una marca de ciudad, para diferenciarlas. Hay una recuperación de lo cultural en ese sentido, en parte porque es una gran industria. Los festivales generan ciudadanía, pero a la vez responden a las necesidades de grandes sectores empresariales. Hoy no se visitan ciudades tanto para ver un museo específico, por ejemplo, como para tener la experiencia de su urbanidad. Pero hay una vuelta irónica, porque muchas veces se busca ver lo mismo en todas partes. La Rueda del Milenio en Londres, vista desde la columna de Nelson, el monumento de Trafalgar Square. Foto: AP / KIRSTY WIGGLESWORTH -Usted ha escrito que las ciudades han vuelto hoy a ser un prisma a través del cual mirar ciertos fenómenos de reconfiguración del orden social, como lo fueron a principios del siglo XX. ¿Qué dicen las ciudades hoy de nuestra época? -La ciudad no es siempre la misma entidad. A principios del siglo XX, en Europa y en Estados Unidos, la ciudad era una especie de ventana a nuevas realidades, que no eran urbanas en sí mismas pero que encontraban en el espacio urbano el lugar para ejecutar un proyecto: las industrias, los mercados de trabajo, la sindicalización, las cuestiones políticas. Después vinieron una serie de décadas en las que la ciudad perdió interés, se volvió un espacio administrativo, rutinario. Y las ciudades se volvieron más pobres: en los años 60, justo antes de que empezara el cambio, si uno miraba el porcentaje que representaban las ciudades en los índices de la riqueza nacional, éste era bajo. En los años 80 comienza una nueva época, que revaloriza el espacio de la ciudad para ciertas lógicas muy específicas. Desde entonces, la ciudad nos permite ver una historia más amplia, porque es el espacio no sólo para lo urbano y lo rutinizado, sino también para lo no urbano, para aquello que encuentra en la ciudad un momento estratégico de sus operaciones en un contexto de economía global. Y además es un espacio donde se desarrollan las grandes crisis sociales, de una manera muy distinta de lo que fue a principios del siglo XX. -¿De qué manera? -En ese momento, la ciudad fue un espacio para la movilización, las demandas laborales, los sistemas de consumo colectivo. Hoy es un espacio de renovación muy visible si se miran las nuevas construcciones, pero que a la vez invisibiliza la tragedia social, a todos los que fueron echados de los centros urbanos. La ciudad se vuelve un espacio heurístico, pero hay que trabajar un poco para entenderlo. Si uno se fija sólo en lo visible, pierde una historia social que también tiene sus aspectos negativos muy marcados. El espacio de la ciudad se ha vuelto un espacio de combate abierto. Todas las crisis de las últimas décadas dejaron expulsiones y huellas, y hay que recuperarlas. Esto también demuestra que la ciudad se ha vuelto rígida, y por eso puede "romperse" más fácilmente. Al ir perdiendo su urbanidad, aunque aumente su densidad de edificios, se afecta su capacidad de longevidad. Vamos completándola más y más, y va perdiendo esa flexibilidad que le da supervivencia, que le permite ir cambiando. -Le agrego un elemento más en la ciudad contemporánea: el miedo. -Es un elemento central. Por un lado, hay muchas violencias que no son urbanas, pero que usan el espacio de la ciudad para operar. Mucho de lo que tiene que ver con las bandas armadas del narcotráfico no guarda relación con grupos o demandas urbanas. Eso también desurbaniza la ciudad. A eso hay que agregarle que las guerras, que antes se libraban en los cielos, en los grandes océanos, en los campos abiertos, también se fueron urbanizando. Y hay un tercer elemento, que es una historia de expectativas, de proyectos, de ilusiones frustradas. En los últimos veinte años hemos salido de un pasado que ha cubierto varias generaciones en el que a cada generación le iba un poquito mejor que a la anterior, y había un Estado social que facilitaba eso. Ahora, por primera vez, tenemos una generación de clase media -algo que se ve en Egipto, en España, en Estados Unidos, en Chile y creo que aquí- a la que a sus hijos e hijas les va a ir peor. Eso está generando mucha movilización, que estamos viendo, sobre todo de jóvenes de clase media, para combatirlo. -¿Y cómo se movilizan los jóvenes más pobres? -Para ellos, la movilización no es igualmente eficiente. En muchos barrios de muchas ciudades se restringieron las protestas, en especial para gente que ya viene caracterizada como problemática, como los inmigrantes. Justamente creo que cierto tipo de violencia urbana, que se ejercita destruyendo negocios o autos, es un acto de comunicación en ese sentido, que también genera inseguridad y miedo. Entonces, parte de esa violencia que hoy vemos viene de una historia paralela de expectativas frustradas, de desempleos masivos, de la experiencia de la cárcel, que se vuelve más y más común para tanta gente. La desigualdad desurbaniza y destruye las capacidades urbanas, es decir, esa mezcla de espacio y gente, de convivencia y transformación. Lo que estamos viendo es un momento muy visible de un proceso que se ha dado por bastante tiempo y a menudo en parte en el interior del sistema. Ahora nos asombramos de la violencia y, en Europa al menos, culpamos a los inmigrantes. No. Son historias que hemos hecho invisibles, porque esa gente no tiene voz. Hay demasiada injusticia social y se han quebrado demasiados lazos. -¿Qué fuerzas o actores sociales pueden recuperar esas capacidades urbanas disminuidas o dañadas? -Las capacidades urbanas son, en efecto, una mezcla de espacio urbano y actividades de las personas, que tienen su propio peso para dar forma a la trayectoria de una ciudad, y un gran tema es justamente cómo recuperarlas. Los habitantes de las ciudades necesitan reconocer y hacer visibles las muchas articulaciones invisibles que conectan diferentes áreas de una ciudad. Lugares con órdenes visuales muy diferentes, como la ciudad global y la villa global, pueden tener articulaciones múltiples, que se esconden bajo esas diferencias visuales. -¿Qué ciudad elegiría para vivir? -Londres. Es una ciudad que uno siente que no es solamente de los ingleses, y que está un poco menos obsesionada con el éxito y el poder que Nueva York. Distintas personas la sienten como una ciudad propia. La gran pregunta es de quién es una ciudad. La afirmación de Sassen invita a ampliar la pregunta: ¿de quién es hoy Wall Street, la plaza Tahir en Egipto o las calles de Madrid? ¿De quiénes son los "conurbanos" de tantas grandes ciudades latinoamericanas, entre los barrios cerrados hiperseguros y los asentamientos de pobreza extrema? Italo Calvino escribió que la fuerza de una ciudad está en las preguntas que puede originar. ¿De quién es hoy Buenos Aires? El teatro del mundo ¿Qué puede decir el teatro sobre la vida en las ciudades? ¿Qué tiene que ver la experiencia del actor y del espectador con la del ciudadano? ¿De qué modo puede ser útil el arte para volver más democrático el espacio público urbano? Para responder estas preguntas, Saskia Sassen y Richard Sennett están llevando adelante un proyecto conjunto -algo inusual: ellos mismos, matrimonio hace 25 años, apuntan sus diferencias en estilo de trabajo y abordaje de sus temas de interés cuando se les pregunta por trabajos en colaboración-, con sede en Nueva York y Londres, pero que también se desarrolla, hasta ahora, en Fráncfort y en Berlín, con la colaboración de unas ochenta personas, entre investigadores sociales, arquitectos, planificadores urbanos, artistas visuales y performers . "Theatrum Mundi/Global Street", tal el nombre del proyecto, fue presentado durante su estadía en Buenos Aires en Malba, en una conferencia conjunta que mostró una forma posible de cruzar los intereses de ambos sociólogos en un proyecto que busca repensar los espacios públicos y "reurbanizarlos". Sennett, que además de sociólogo, es músico y maestro de músicos, aportó la mirada más cercana a las artes. "Los diseñadores urbanos tienen mucho que aprender de quienes diseñan escenas teatrales", dijo, al ligar la interacción social con los aspectos performativos del teatro; una idea que estaba presente, señaló, ya en el Renacimiento. Con imágenes de fotografías del Globe Theatre, y de salas contemporáneas como el Half Moon Theatre, el Alice Tully Hall y el Teatro della Compagnia, ilustró maneras de "informalizar" el espacio teatral, que niegan el afuera y el adentro del escenario, las zonas de los espectadores y de los actores, para pensar cómo informalizar también el espacio público. A su turno, Saskia Sassen aportó la mirada sociológica más pura, en una de sus preocupaciones habituales: cómo devolverles un lugar en la ciudad a los que no tienen acceso a los instrumentos del poder. Y señaló ciertas capacidades de las personas de hacerse presentes en espacios urbanos -formas de manifestación novedosas, usos de espacios públicos por fuera de lo convenido- como escenarios para pensar espacios alternativos. "Tenemos que aprender otra vez a hablar el idioma de la ciudad", alertó.