Eso fue hace tiempo, poco tiempo, cuatro o cinco años, no más. Sin embargo, mientras en estos días caminaba por ese barrio, tenía la impresión de que aquellas calles recordadas procedían de un sueño o de un paréntesis extraño. Porque lo que veía ahora era un paisaje urbano peligrosamente próximo al que recordaba de la infancia y de la adolescencia a finales de los años sesenta y primeros setenta: sucio, arruinado, deprimido, un escenario ante el que no era difícil establecer paralelismos con algunas ciudades de países en desarrollo, visitadas en mis años cervantinos.
Hace algunos meses, al observar ese cambio silencioso en otras zonas de la ciudad, intenté reflejarlo en un poema destinado al libro colectivo (que aparecerá el próximo otoño en Bartleby) En legítima defensa (Poetas en tiempo de crisis). Cerraba el poema con el siguiente verso: "A la edad más tardía la calle me devuelve mi ciudad de muchacho".
Papeles rotos, restos de periódicos manchados de polvo junto a los bordillos, envoltorios de los más diversos productos (compresas, patatas fritas, pañales...), colillas, clínex usados, excrementos... y una pátina de desolación en forma de un polvo gris que casi se respira junto a la suma de olores que revelan subdesarrollo, marginación, desigualdad, indignidad: a moho, a humedad, a trapos y a ceniza, a sudor vencido. Esos vestigios de la desolación tienen un complemento ineludible: el ser humano. Jóvenes sentados en las aceras, ancianos ocupando los pocos bancos que sobreviven al vandalismo de la desesperación, hombres vestidos pobremente merodeando la puerta de algún bar, mujeres con la bolsa de la compra dudosas ante lo que ofrece el tenderete de una frutería o ante el escaparate de una charcutería, niños envejecidos, gitanos vendiendo fruta o verdura en cualquier esquina, adolescentes de ambos sexos de aspecto latinoamericano....
Y dos de cada tres locales comerciales, cerrados. Con el cartel "Se vende", con los escaparates cubiertos de carteles de diversas campañas publicitarias de la barriada (desde un pequeño concierto en un bar al ya clásico "Compro oro" pasando por ofertas de formación o de servicios de reparación), con los cierres, de aluminio o de chapa, echados y pintados por grafitis....
Es evidente que ese deterioro, esa ciudad vuelta del revés están directamente relacionados con la reducción del gasto del ayuntamiento de Madrid: menos dinero en limpieza de calles, menos servicios, menos inversión para mejorar y mantener sus infaestructuras, la calidad de vida de sus habitantes. La ciudad, en estos barrios, vuelve a su estado de décadas atrás, va camino de convertirse en un submundo. Ante ello, ¿qué puede hacer el escritor, el narrador, el poeta? Contarlo, trascender su mirada crítica, dolorida, extrañada, rebelde, iracunda, en palabra reveladora, en poema cruzado por la conciencia del deterioro, señalar a sus responsables, alumbrar otros mundos posibles y no menos reales, reclamarlos, exigirlos.
Cuando supuestos expertos en economía y políticos de diversa condición nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, ¿están diciendo que el nivel de dignidad, de limpieza, de sueños de un futuro mejor que se habían alcanzado en estos barrios eran conquistas inmerecidas? Una ciudad sucia revela el estado de la democracia en que viven sus ciudadanos.
No exagero: invito a cualquiera de mis lectores a visitar esas calles, a pasearlas con todo el tiempo del mundo por delante, a respirarlas. Es la ciudad que están alumbrando los responsables de la crisis, los adalides de una salida que cargue una vez más sobre los hombros de los más débiles.