La ciudad y los perros: Un libro para dejarse sorprender

Publicado el 30 enero 2013 por Librosintinta
Lector invitado: José Vicente Guzmán
Existe una manera normal de sorprenderse con la lectura; los libros esconden secretos y mundos propios que invitan al lector a sumergirse en diferentes ambientes, épocas, países e incluso planetas. Durante mi vida he tenido el placer de leer buenas historias y argumentos elaborados que atrapan fácilmente, pero pocas veces la manera de escribir y el uso diferente del español (algo que llamo "jugar con el lenguaje") ha sido lo que me ha atrapado.
Kafka con sus metáforas, Garcia Marquez con sus anécdotas entrelazadas (aunque mi libro favorito de él sea El amor en los tiempos del colera, donde la historia fue lo que más me llamó la atención), y Cortazar - obviamente - con su inigualable manera de mezclar tan imperceptiblemente lo imposible con lo posible, son algunos ejemplos de escritores que me sorprendieron no sólo por su capacidad de crear, sino por una extraordinaria manera de contar.
En estos días terminé uno de esos libros. Confieso que cuando comencé a leerlo no tenía muchas expectativas. Claro, es un clásico de la literatura latinoamericana y pensé - en mi ignorancia - que sólo iba a ser una lectura entretenida de una historia elaborada y compleja. Pero no; mientras leía el primer capítulo me di cuenta que estaba ante algo completamente diferente: una lectura sorprendente y diferente de una historia sencilla.
Estoy hablando de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa; El escritor peruano, ganador del premio Nobel de literatura y una de las figuras más reconocidas del llamado boom de la literatura latinoamericana. La historia trata de un colegio militar de Lima, en donde un grupo de cadetes debe enfrentar un entorno violento, inequitativo y rudo para sobrevivir a sus tres años de estudios militares, aunque el libro se enfoca en parte de su último año. La historia comienza con el robo de las preguntas de un examen, y de ahí se va jalonando un argumento sencillo que no puedo contar para no dañar su propia lectura.
Lo sorprendente
Lo maravilloso del libro en cuestión, queridos amigos, es la forma en la que el escritor nos presenta la historia. La estructura es simple: dos partes de ocho capítulos cada una y un epílogo. Sin embargo, cada capítulo está compuesto por lo que yo llamo episodios, y en cada episodio lo que va sucediendo es narrado desde la perspectiva de un personaje diferente.
Hasta ahí normal. Algunos dirán, con razón, que George R. R. Martin utiliza una estructura parecida en la saga Canción de hielo y fuego. Lo que sigue haciendo extraordinario el libro es que la narración utilizada para cada personaje es diferente - muy diferente -; como si el lector estuviera viendo lo que sucede en la cabeza de cada uno. Con una destreza innata, Vargas Llosa consigue usar tiempos verbales distintos, términos distintos y una forma de contar los sucesos completamente diferente (como si para cada personaje hubiera un escritor), lo que le da al lector de La ciudad y los perros una sensación que, estoy seguro, no habrá tenido con ningún otro libro antes.
El narrador no siempre es un tercero que sabe todo lo que pasa y va a pasar ni una primera persona que se va dando cuenta de las cosas junto con un protagonista principal. De hecho, se siente como si no hubiera un narrador; el lector se adentra en el mundo de los cadetes como si fuera una especie de Dios que puede ver lo que hace y piensa cada uno de ellos - al menos los más importantes para la historia - desde su propia perspectiva.
Los huecos y los saltos
Ese tipo de narración le da a Vargas Llosa la libertad de contar su cuento en el orden que quiere y que por momentos parece no tener lógica. Aunque el argumento principal se va desarrollando cronológicamente, muchos de los episodios que van apareciendo durante el libro cuentan el pasado de los protagonistas (su niñez o su adolescencia) - algunos narrados en presente -, la vida cotidiana dentro del colegio - que no necesariamente hace parte de la historia central -, y una cosa que trataré de explicar más adelante y que llamaré el pensamiento de los cadetes.
Ese orden utilizado hace que el lector vaya y vuelva entre el pasado, la cotidianidad y el ahora, y no siga estrictamente una cronología. La mente del que lee comienza a absorver datos que en episodios posteriores pasan a ser importantes, y en un principio, cuando empiezan a aparecer relatos de la niñez, debe tratar de adivinar a que cadete, de los que aparecen en el argumento central, le pertenece cada historia (uno de esos pasados no encuentra su protagonista en el presente sino hacia el final del libro, a menos que el lector sea muy perceptivo). Como dije arriba; una sensación completamente diferente a la de cualquier otro libro, por lo menos que yo haya leído.
Si alguna persona trata de ordenar cronológicamente la historia (empezando por los relatos del pasado y terminando en el último del presente) va a encontrar huecos sin llenar y épocas sin ningún tipo de mención durante la lectura, una licencia que sólo se puede dar el escritor con este tipo de narración.Esa falta de linea cronológica, también hace que el escritor no tenga que resolver todas las preguntas, y lo que más me sorprendió fue terminar el libro sin que uno de los misterios principales de la novela quedará totalmente resuelto - me toco buscar en google que dijo Vargas Llosa al respecto en una entrevista para estar tranquilo -.
La capacidad del escritor
Conseguir narrar un libro en esos términos no parece sencillo, pero como si no fuera poco, Vargas Llosa utiliza a lo largo de su novela otros recursos literarios que el lector puede descubrir si lee con calma - no hay otra forma de leer La ciudad y los perros -.
En algunos episodios, y específicamente con un cadete, Vargas utiliza una narración extraña. En un principio creí que era un error de impresión, luego pensé que se refería a un sueño, pero luego de devolverme unas páginas para comprender mejor lo que estaba leyendo, me di cuenta que haciendo gala de su capacidad, el nobel peruano estaba narrando desde el pensamiento del personaje. Así como lo leen. Primera persona, sin algunos signos de puntuación y con ideas que vienen y van de temas distintos; un recuerdo plagado de pensamientos, voces - que no se sabe de donde vienen y que por la falta de signos de puntuación toca leer despacio para captar -, momentos diferentes al que se está recordando, etc.
En algún momento de la lectura llegué a comparar ese pensamiento narrado con las vueltas que da mi mente cuando estoy recostado en la cama a punto de dormir. Como sé que es difícil de entender, me tomo el atrevimiento de pegar a continuación una pequeña parte del libro que tiene ese tipo de narración:
«Basta de bromas», dijo el teniente, «vengan aquí los capitanes, alinéense, comiencen a jalar al silbato, apenas uno atraviese la línea enemiga toco el pito y paran. La victoria será por dos puntos de diferencia. Y no me vengan con protestas que yo soy un hombre justo». Calistenia, calistenia, saltitos con la boca cerrada, caracho la barra está gritando Boa, Boa más que Jaguar o estoy loco, qué espera para tocar el pito. «Listos, muchachos», dijo el Jaguar, «dejen el alma en el suelo».
Y Gambarina soltó la soga y nos mostró el puño, estaban mu­ñequeados, cómo no iban a perder. Y lo que daba más ánimo eran los muchachos, se me metían al cerebro esos gritos, a los brazos y me daban cuánta fuerza, hermanos, uno, dos, tres, no, padrecito, Dios, santitos, cuatro, cinco, la soga parece una culebra, ya sabía que los nudos no eran bastante gruesos, las manos se, cinco, seis, resbalan, siete, me muero si no estamos avanzando, ni me había visto el pecho, así transpiran los machos, nueve, zuza, zuza, un segundito más muchachos, ufa, ufa, silbato, mátame. Los de quinto se pusieron a chillar, «trampa, mi teniente», «no habíamos cruzado la línea, mi teniente», chajuí, los de cuarto se han levantado, se han sacado las cristinas, hay un mar de cristinas, ¿están gritando Boa?, cantan, lloran, gritan, viva el Perú muchachos, muera el quinto, no pongan esas caras de malosos que reviento de risa, chajuí, chajuá.
Otra de las pericias de Vargas Llosa es meter un pensamiento o un recuerdo en medio de un relato normal. En algún momento, un cadete está contandole a alguien sobre una conversación que tuvo con otra persona, y de la nada, el escritor mezcla la conversación del presente con la del pasado, de forma tan magistral que el lector no se confunde.
También pasa conalgunos recuerdos que se interrumpen por frases que parecen totalmente sacadas de contexto, pero que si el lector ha sido atento en episodios anteriores, sabe que son fragmentos del pensamiento de la persona que recuerda. Acá me tomo otra licencia y copió un fragmento resaltando - en el libro aparecen sin resaltar - esas frases que hacen parte del pensamiento y que parecen fuera de contexto con la narración (ese fragmento lo encontré así en uno de los muchos estudios que se tienen de la obra en internet).
Entonces yo dije "por media cajetilla de cigarrillos te escribo una historia mejor que Los placeres de Eleodora", y esa mañana yo supe lo que había pasado, qué pasa con mi papá mamita y Vallano dijo ¿de veras?, toma papel y lápiz y que te inspiren los ángeles, y entonces ella dijo, hijito valor, una gran desgracia ha caído sobre nosotros, se ha perdido, nos ha abandonado y entonces comencé a escribir, sen­tado en un ropero, rodeado por toda la sección, como cuando el negro leía.

Aclaro que este tipo de párrafos no abundan en el libro, por lo que no deben asustarse; son pocos y en momentos contados. Además, leyendo de largo se van a dar cuenta que no es tan fácil confundirse como leyendo un pequeño fragmento sacado de contexto.
No es difícil de leer
He leído algunas críticas de personas que dicen que el libro es pretensioso y difícil de leer. A mí no me pareció. La forma de narrar la historia hace que se tenga una perspectiva más global de lo que está pasando, y aunque es cierto que algunos fragmentos (como los que copié arriba) requieren una lectura atenta, cuando uno se acostumbra, los episodios van a fluir como en cualquier otro libro. Además, el uso de diferentes tipos de narración hace que la mente descanse y que en la mayor parte del libro no se usen esos pensamientos cruzados - que van a terminar extrañando -.
Algunos términos peruanos harán que interrumpan la lectura para buscar el significado exacto de la palabra, pero hay ediciones del libro, como la que yo tengo, que tienen el diccionario incorporado y facilitan ese proceso. Algunos salen con sentido común.
La pericia narrativa no es la única razón para recomendarles el libro:La crítica, que encierra el relato, a una sociedad injusta que se reproduce en un plantel educativo, la historia que por sencilla no deja de ser envolvente y el placer de adentrarse en un mundo nuevo: la ciudad de Lima durante los años 60 y la sociedad peruana, tan parecida a la de otros países de América Latina.Si les sorprendió (incluso si no) como Garcia Marquez hiló la historia de los Buendía (y de paso nos mostró una parte de la sociedad colombiana) con anécdotas que iban, venían y volvían en Cien años de soledad, tienen que leer La ciudad y los perros, para sorprenderse de otra forma talentosa de hacer un libro y explicar una sociedad.
PD. Quiero aclarar que no soy literato ni experto en literatura, como lo puede notar cualquier persona que haya leído esta nota. Mi intención, simplemente, fue explicar porque este libro me sorprendió tan gratamente y tratar de hacerlo entendible. Si encuentran errores de conceptos, significados o palabras usadas durante esta explicación, les ruego me perdonen. Gracias.
Agradecemos enormemente a José por permitirnos compartir en Librosintinta  su reseña, la cual fue originalmente publicada en su blog Notas En El Cajón.