Podría decirse que Frans Masereel (Bélgica, 1889 – Francia, 1972) es a la novela gráfica como lo son los esclavos afroamericanos para con el blues: un precursor. Masereel conoció la xilografía en un viaje a París a principios de siglo XX, una técnica que lo acompañaría durante el resto de su vida. A través de los grabados en madera, Masereel hizo públicas sus ideas pacifistas y de profunda crítica social en forma de ilustraciones, tiras cómicas, revistas y novelas gráficas sin palabras, entre las que destacan Mon Livre d’heures (1919) y La ville (1925). Es en esta última, traducida y publicada recientemente en el mercado español como La ciudad, en la que se muestra silenciosamente los rincones más sórdidos y elocuentes de una metrópoli de principios de siglo.
La riqueza no lo es todo, el autor sabe que todo tiene un precio y que, por mucha ostentación que exista, la vanidad, el egoísmo y la obscenidad corrompen cualquier atisbo de poder. Hombres trajeados y ricachones que acuden a cabarets y ambientes lúgubres donde el sexo y el alcohol dejan en la calle la compostura y la conciencia; mientras sus mujeres, con abrigos de pieles y sombreros a juego, acuden a tiendas mirando de reojo a gente tirada en la calle. En el lado opuesto, familias empobrecidas sin nada que llevarse a la boca y mendigando en la calle. Muchos de ellos enfermos, discapacitados o, simplemente, muertos de hambre. Los que tienen casa no viven demasiado mejor, hacinados en pequeños y oscuros pisos en los que la humedad y la suciedad entra hasta los huesos malviven en busca de un trabajo precario en fábricas y construcciones.
Una novela gráfica sin palabras marcada por una fuerte carga de violencia y de sexo. Las escenas de asesinatos, violaciones y personajes desnudos son una constante en este mar de desidia y marginación social. Se trata de una presentación en clichés de una sociedad caracterizada por la imagen y la apariencia que carece de concienciación y responsabilidad ética y social. Un mundo marcado por el lujo y la suntuosidad a toda costa en la que estorba quien no se encuentra en ella.
Una perfecta “película” sin palabras ni sonido que nos invita a recorrer por una ciudad cualquiera gobernada por la masificación, el duro trabajo y la soledad. No tiene palabras, ni las necesita. Masereel sienta las bases de un género que ha estado marginado durante largos años y que, a día de hoy, va teniendo su reconocimiento. Una perfecta unión que carece de hilo argumental ni historia en el fondo pero que, a pesar de ser una compilación de instantáneas, muestra una aleación sin fisuras y perfectamente compacta gracias a la crítica inherente en ella.
Puedes ver la colección completa, aunque en baja calidad, en este enlace (pincha sobre la imagen para ir pasando de una a otra).
Juanjo Sánchez
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