Me cogió de la mano y con la mirada me invitó a seguirla, dejamos atrás el bullicio de la playa y nos perdimos entre la clandestinidad de las sombras del paseo. A medida que nos alejábamos de la fiesta el silencio también iba ganado terreno y los acordes de la música sonaban cada vez más lejanos. No éramos los únicos, otras parejas intentaban perderse también entre las sombras, pero me sentí hipócritamente incómodo ya que nuestra diferencia de edad era evidente.
– La noche es hermosa, dejemos nuestras miserias dormir y disfrutemos de su oscuridad.
La oscuridad se hizo más profunda a medida que nos adentrábamos en la senda que penetraba en las mismas aguas de la Ría. El paseo lo cubrían las ramas de los árboles, que separaban la zona peatonal del pequeño acantilado de rocas. Julia apuro sus pasos, dejándome atrás, avanzando por el camino empedrado. La tela de su falda revoloteaba ayudada por la brisa marina y al darle la espalda a las luces de algunas pequeñas farolas, aquella tela se convirtió en un tapiz transparente bajo el que se dibujaba perfectamente el contorno de su cuerpo.
– Ven, sígueme. Aquí no nos ve nadie.
Extracto del relato Salirse del camino