El peso de toda la historia recae en Rose, una peculiar cocinera de ciento cinco años que ha vivido mucho, demasiado, y que está muy lejos de ser una abuela adorable. Posee un gran carácter, es fuerte y sabe sobreponerse a las circunstancias trágicas: la desgracia la ha acompañado desde siempre.
Y es que, como ella misma explica, nace en el siglo equivocado, el XX, el de los grandes crímenes de la humanidad: coincide con Hitler, Mao y hasta Stalin. De un modo u otro, siempre se ha visto envuelta en las grandes hecatombes. Es la Historia, dice, la que le ha quitado lo que más ha querido: sus padres, su gran amor, sus hijos.
Rose nos cuenta su historia despacio: una carta, a nombre de Renate Fröll, es lo que desencadena su necesidad de hablar. El ritmo es más bien pausado además, apenas hay intriga, aunque en esas críticas mencionadas se afirma todo lo contrario.
Pero eso no es el principal aspecto negativo, pues no siempre encontramos entre las páginas de un libro aquello que los críticos, la sinopsis o el título nos prometía. La novela arranca muy bien, lo hace, pero conforme avanza pierde muchísima fuerza, se desinfla por completo. Sí, hacia la mitad, cuando llega la II Guerra Mundial, la trama remonta un poquito, pero no lo suficiente.
Aparte de la sucesión rápida de acontecimientos, ninguno tratado con profundidad, son simples pinceladas que a veces se escapan, pues se dan muchos hechos históricos por bien conocidos, pocos de ellos resultan verosímiles. En otras palabras, pese a ser sucesos que han ocurrido de verdad, yo no me he creído que Rose los haya vivido. Conforme leía, lo que me parecían determinadas escenas es uno de esos montajes fotográficos deficientes en los que se ve que la persona ha sido recortada y mal pegada en un fondo ideal.
Ningún secundario destaca porque pasamos muy de puntillas por ellos y no llegamos a conocerlos. Si por algo sobresale alguno es porque no encaja en ese cuadro, porque su papel no convence. Es el caso de Samir el Ratón, un niño experto en ordenadores, todo un hacker, que habla como un adulto, al que la protagonista encarga que investigue sobre la tal Fröll.
¿Y qué decir de la protagonista? Lo cierto es que no he podido empatizar con Rose. Lo hice al comienzo, cuando sus plan de venganza contra aquellos que consideraba culpables de sus males me atraparon, pero luego dejó de interesarme. Creo que es un personaje de piedra, frío a más no poder y al que no parece afectarle nada. Quizá todo se deba a lo que vive de niña, que marca su vida de adulta, pero no termino de comprenderla.
La protagonista evoluciona, pierde la inocencia del comienzo: Rose tiene ciento cinco años, pero lleva siendo mayor desde pequeña. Aunque no tiene la fuerza de otros personajes de este tipo, destacaría su cinismo, su ironía y su forma de ser basta y deslenguada. Sin embargo, no la considero alegre: a mí no me ha transmitido esas ganas de vivir que no se cansa de decir que tiene. En este sentido, me ha llegado a resultar muy contradictoria.
Tenía ganas de leer este libro, y en mi caso me engañó más el título: las historias sobre la II Guerra Mundial me atraen muchísimo. Por esta razón me apunté a la lectura conjunta que organizaron varios blogs, El Universo de los Libros, entre otros. No ha sido lo que esperaba. A veces la sorpresa en estos casos es grata, pero en esta ocasión no ha sido así: pesan muchísimo más los contras que los pros, que se quedan en poco más que un puñado de frases para subrayar.