Intuyo que a mediodía se dirigirá a algún comedor social, quizá el de la encomiable Fundación Jesús Abandonado, donde meterse algo sólido al cuerpo. Y que, en el devenir de su existencia, cada nuevo día se parecerá irremediablemente al anterior, sin notables diferencias entre un martes y un domingo.
Hay quien sostiene que, por sistema, las personas que duermen en la calle lo hacen porque quieren, lo cual no obsta para tener claro que esos hombres y mujeres mantienen los mismos derechos, obligaciones y dignidad que el resto de la ciudadanía. La mayoría de las veces desconocemos qué vivencias traumáticas han padecido para acabar así. Son los que en invierno suelen dormir con los zapatos puestos para esquivar el frío, pero también el resto del año para evitar que se los roben. Una vez le escuché decir a un ‘sin techo’ que nunca te acostumbras a dormir en la calle: ni la primera, ni la última vez, añadió rotundo. La calle siempre resulta más dura para cualquiera de ellos que la propia vida en sí, por muy cuesta arriba que se ponga, para el común de los mortales. Huérfanos de “un hogar, una guarida, algo que ampare de la soledad y de la aglomeración”, que describía Alejandra Pizarnik en sus Diarios
Mamadou Sakho es un futbolista de origen senegalés, internacional con Francia, que juega en el Crystal Palace inglés. El otro día lo entrevistaron en la CNN y le oí contar que sabía perfectamente lo que era tener frío y no tener nada para comer, así como dormir en la calle y pedir a la gente. Eso, reconocía, le ha hecho más fuerte -es un contundente defensa central-, por lo que ahora, con una ficha millonaria en la Premier League, procura ayudar a los más necesitados.
Esta semana fui testigo de otro ejemplo: un amigo mío observó a un matrimonio rumano que pedía a las puertas de un bar en el que se encontraba. Salió y no les dio dinero, pero habló con ellos, les preguntó si tenían hambre y los invitó a entrar y tomarse un bocadillo. Se lo comieron con fruición y educadamente le dieron las gracias. Me pareció admirable el gesto, al tiempo que recordé aquel proverbio de que la caridad siempre ve la necesidad, pero nunca la causa. Y pensé, a su vez, que jamás hay que juzgar a la gente por su forma de ser, y menos por su apariencia, sino más bien por su comportamiento. Como el que tienen Mamadou Sakho, mi amigo, esos rumanos agradecidos o el hombre de la colchoneta de yoga, sobre el que me pregunto, cada vez que lo veo, cuándo y por qué motivo comenzó a fraguarse su naufragio.
[‘La Verdad’ de Murcia. 26-10-2018]