La colchoneta de yoga

Publicado el 26 octubre 2018 por Manuelsegura @manuelsegura

Suelo pasar regularmente por la puerta de una entidad bancaria, en cuyo cajero emplea la tarde y duerme de noche un hombre de edad avanzada, pelo cano y aspecto fornido. Lo hace sobre una colchoneta azul de las que se utilizan para practicar yoga. Me cuesta imaginar cómo podrá descansar sobre una base de tan escaso grosor. Sus pertenencias caben en un carro de la compra, que pasea por la ciudad desde que abandona el cajero, a primera hora de la mañana, y hasta que vuelve, una vez cierran la oficina. En su estancia, tiene por compañero un pequeño aparato de radio, que va a pilas y suele funcionar casi de forma permanente, con el dial situado en programas y noticiarios. Y una espartana silleta de playa para sentarse a las puertas, al objeto de no coartar con su presencia a los que entran para operar con el dinero hasta entrada la noche. Suele ir aseado, afeitado e incluso perfumado con colonia a granel. Nunca pide dinero. Cuando se marcha, deja enrollada en un rincón del habitáculo la fina colchoneta y plegada la silleta. Supongo que tendrá algún pacto en ese sentido con los empleados de la entidad de ahorro, que se lo permitirán. Algunas veces lo he visto leyendo en la Biblioteca Regional, algo que denota que todavía, a pesar de todo, siente curiosidad por lo que le rodea.

Intuyo que a mediodía se dirigirá a algún comedor social, quizá el de la encomiable Fundación Jesús Abandonado, donde meterse algo sólido al cuerpo. Y que, en el devenir de su existencia, cada nuevo día se parecerá irremediablemente al anterior, sin notables diferencias entre un martes y un domingo.

Hay quien sostiene que, por sistema, las personas que duermen en la calle lo hacen porque quieren, lo cual no obsta para tener claro que esos hombres y mujeres mantienen los mismos derechos, obligaciones y dignidad que el resto de la ciudadanía. La mayoría de las veces desconocemos qué vivencias traumáticas han padecido para acabar así. Son los que en invierno suelen dormir con los zapatos puestos para esquivar el frío, pero también el resto del año para evitar que se los roben. Una vez le escuché decir a un ‘sin techo’ que nunca te acostumbras a dormir en la calle: ni la primera, ni la última vez, añadió rotundo. La calle siempre resulta más dura para cualquiera de ellos que la propia vida en sí, por muy cuesta arriba que se ponga, para el común de los mortales. Huérfanos de “un hogar, una guarida, algo que ampare de la soledad y de la aglomeración”, que describía Alejandra Pizarnik en sus Diarios

Mamadou Sakho es un futbolista de origen senegalés, internacional con Francia, que juega en el Crystal Palace inglés. El otro día lo entrevistaron en la CNN y le oí contar que sabía perfectamente lo que era tener frío y no tener nada para comer, así como dormir en la calle y pedir a la gente. Eso, reconocía, le ha hecho más fuerte -es un contundente defensa central-, por lo que ahora, con una ficha millonaria en la Premier League, procura ayudar a los más necesitados.

Esta semana fui testigo de otro ejemplo: un amigo mío observó a un matrimonio rumano que pedía a las puertas de un bar en el que se encontraba. Salió y no les dio dinero, pero habló con ellos, les preguntó si tenían hambre y los invitó a entrar y tomarse un bocadillo. Se lo comieron con fruición y educadamente le dieron las gracias. Me pareció admirable el gesto, al tiempo que recordé aquel proverbio de que la caridad siempre ve la necesidad, pero nunca la causa. Y pensé, a su vez, que jamás hay que juzgar a la gente por su forma de ser, y menos por su apariencia, sino más bien por su comportamiento. Como el que tienen Mamadou Sakho, mi amigo, esos rumanos agradecidos o el hombre de la colchoneta de yoga, sobre el que me pregunto, cada vez que lo veo, cuándo y por qué motivo comenzó a fraguarse su naufragio.

[‘La Verdad’ de Murcia. 26-10-2018]