En política la comuna teóricamente parece una buena idea pero en la práctica hace aguas. En este film danés basado en una obra teatral del mismo director, Thomas Vinterberg, se demuestra esto. Varias personas conocidas y desconocidas, algunas con hijos, comparten una vivienda, en este caso una mansión heredada en Copenhage por un profesor de arquitectura y su mujer, una famosa presentadora de televisión. Ulrich Thomsen, una de las sufridas víctimas del remake de La cosa, decide embarcarse en esta aventura buscando compartir gastos y sentirse acompañado. Lo que no sabe es que a veces lo que parece buena idea en realidad no lo es en absoluto. Enseguida hay algunos que quieren destacar y que se auto proclaman como jefes o líderes dentro de un grupo, resaltando sobre los demás, olvidándose de las votaciones y haciendo la guerra por su cuenta, en este caso introduciendo en la comuna a un nuevo amor o quemando en una hoguera las cosas de otros que encuentra tiradas por ahí. La amante de Erik, mucho más joven que él, entra en escena y arrasa con todo provocando ataques de celos y de odio por parte de su mujer. Esto desembocará en una atmósfera irrespirable y asfixiante que amenaza con destruir todo lo que han construido allí. Las reuniones no sirven para nada, las normas se asaltan y se ignoran y finalmente el daño parece irreparable. Solo la expulsión de uno de los habitantes de ese triángulo amoroso puede poner fin a esa incómoda situación.
Los sentimientos que parecen ser un pilar fundamental en esta improvisada familia al final se revelan como las causas de esta crisis. El amor libre, desinteresado y algo hippy de los años 70 en Dinamarca, parece flotar en el ambiente de una casa con dos espacios muy diferenciados. En uno abierto y público se toman las decisiones más importantes además de celebrarse fiestas y celebraciones varias, alrededor de una mesa, en el otro cerrado y privado los secretos abundan como en la soledad de un lecho vacío.
Entre los habitantes de la casa encontramos perfiles y personalidades muy diferentes como Allon, un extraño hombre, vago a más no poder que llora cuando siente que está en peligro su estancia entre ellos, Ole, el macho alfa de la manada que controla todo y a todos, la simpática y liberal Mona o el niño enfermo y soñador que ve alejarse a su amor platónico cuando ella presenta a todos a su novio. Caso aparte merecen Emma, la típica guapa estudiante veinteañera que se enamora de su profesor, origen del caos o Anna, una genial Trine Dyrholm que ganó el Oso de Plata como mejor actriz en el pasado Festival de Berlín.
Las escenas de sexo y desnudos integrales no agreden. La naturalidad es una de las cualidades de este exhibicionismo setentero que abogaba por la libertad. Esta nueva familia elegida y no impuesta comparten idénticos principios y valores además de desinhibidos deseos que se muestran sin tapujos en baños en masa.
En el fondo La comuna y el reality televisivo Gran Hermano comparten la misma idea, se trata de un experimento, sociológico uno de ellos que permite conocer como son las relaciones interpersonales y la convivencia ligera o extrema dentro de una cerrada comunidad o grupo, en la superficie se diferencian en la ausencia de nominaciones , llamadas de público o testigos y pruebas semanales que enciendan al personal. Dramas reales entre cuatro paredes, como el fallecimiento de uno de los habitantes o la expulsión de otro de ellos y cómicas escenas, digno reflejo de la vida misma y consecuencia directa de un roce hecho cariño o de inocentes frases pronunciadas por un niño que asegura morir cuando tenga nueve años.
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