He erigido un muro de ladrillo y pedernal que casi raya las curvas sinuosas de las nubes. De nada sirve que allí, apostadas, vigilen las gárgolas, dragones y monstruos infernales. La conciencia lleva demasiado tiempo jugando al juego del intruso que irrumpe en los hogares sin llamar a la puerta. Conoce todos los trucos, todas las grietas. La conciencia habla cuatrocientos millones de idiomas, reales e inventados, cifrados e imaginados. Siempre se cuela, por mucho que le ruegue que se quede fuera, en la sala de espera, mientras yo pergeño atrocidades y fabrico errores de nueva factura. No me deja vivir ni dormir. La conciencia me habla de segundas oportunidades y reflexión, pero he perdido el manual de las respuestas a las preguntas y decisiones equivocadas, y por mucho que me afano, mis pies acaban siempre hundidos en el fango. Me pregunto si no será que mi destino está ya escrito. Acaso en esta vida me toque aprender y la razón de mi existencia sea recolectar errores que para la siguiente no debo repetir. Cada día le digo a mi conciencia que esta es la última vez que recaigo, que mañana todo irá bien, que comienza un nuevo día, mi nueva vida. Pero al final del día a acabo llorando, derrotado: he vuelto a cometer otro error. Soy un adicto a los errores, a repetir las mismas trágicas canciones. Pero sigo luchando, no cejo en mi empeño denodado porque mañana sea el primer día de mi vida nueva: una vida en la que aprendo al fin de mis errores.
He erigido un muro de ladrillo y pedernal que casi raya las curvas sinuosas de las nubes. De nada sirve que allí, apostadas, vigilen las gárgolas, dragones y monstruos infernales. La conciencia lleva demasiado tiempo jugando al juego del intruso que irrumpe en los hogares sin llamar a la puerta. Conoce todos los trucos, todas las grietas. La conciencia habla cuatrocientos millones de idiomas, reales e inventados, cifrados e imaginados. Siempre se cuela, por mucho que le ruegue que se quede fuera, en la sala de espera, mientras yo pergeño atrocidades y fabrico errores de nueva factura. No me deja vivir ni dormir. La conciencia me habla de segundas oportunidades y reflexión, pero he perdido el manual de las respuestas a las preguntas y decisiones equivocadas, y por mucho que me afano, mis pies acaban siempre hundidos en el fango. Me pregunto si no será que mi destino está ya escrito. Acaso en esta vida me toque aprender y la razón de mi existencia sea recolectar errores que para la siguiente no debo repetir. Cada día le digo a mi conciencia que esta es la última vez que recaigo, que mañana todo irá bien, que comienza un nuevo día, mi nueva vida. Pero al final del día a acabo llorando, derrotado: he vuelto a cometer otro error. Soy un adicto a los errores, a repetir las mismas trágicas canciones. Pero sigo luchando, no cejo en mi empeño denodado porque mañana sea el primer día de mi vida nueva: una vida en la que aprendo al fin de mis errores.