
Para empezar, se oyeron en el cónclave socialista algunas voces timoratas de autocrítica por los errores cometidos en el pasado. Fue poco pero peor es nada: “Tomamos decisiones que nos alejaron de nuestra base social”, dijo la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, la única persona que conserva poder institucional de peso en el socialismo, junto a Javier Fernández, presidente de Asturias, ambos gobernando en minoría. Ahora falta que identifiquen esas decisiones y establezcan mecanismos para no volver a repetirlas, pero me temo que a tanto no llegará la actitud de enmienda. De entrada, porque los errores no han sido unos cuantos, sino muchos, reiterados y muy graves. El PSOE ha gobernado olvidando a sus votantes para volcarse en unas iniciativas que en poco difieren de las que adoptaría cualquier formación de centro derecha. El colmo de esta actitud opuesta a lo esperado fue el sorprendente giro en sus políticas que emprendió José Luis Rodríguez Zapatero en cuanto fue llamado al orden por Angela Merkel y Barack Obama para combatir la crisis económica que ya teníamos encima y que no se supo, pudo o quiso ver a tiempo. Será difícil que los votantes socialistas pasen página de la desconfianza que inspira una infidelidad tan clamorosa de los valores e ideales progresistas como esa. Y menos aún con un superviviente de esa época pilotando los cambios y recordando constantemente, con su mera presencia, la momificación anquilosada que se ha producido en el partido socialista, un barco lleno de zombies inamovibles, incapaz de conectar con su electorado.

Y este cónclave socialista está rebosante de mensajes, algunos de signo contrario y radical a lo defendido hasta la fecha. Así, el PSOE retorna a sus orígenes de izquierdas al propugnar bajadas de impuestos para las rentas más bajas y una reforma fiscal que obliga a pagar más a los más ricos y a los acumuladores de patrimonio, además de eliminar deducciones a las grandes empresas. También persigue “atornillar” derechos en la Constitución, como el reconocimiento de la sanidad pública, garantizar un mínimo de gasto público para el sostenimiento del Estado de Bienestar e, incluso, prohibir las amnistías fiscales. Sorprende, asimismo, la promesa de denunciar y renegociar el Concordato con el Vaticano para profundizar en la laicidad del Estado a estas alturas de la democracia. Y, por supuesto, se propone una reforma de la Constitución que satisfaga las expectativas federales de los territorios e inhiba las apetencias independentistas.
La Conferencia Políticadel PSOE también aborda los problemas que afectan a la calidad de la democracia, al prohibir donaciones de empresas a los partidos, permitir las iniciativas ciudadanas al Parlamento y la sempiterna promesa de reformar el Senado para convertirlo realmente en cámara territorial. Sin embargo, se queda corto en desbloquear a los partidos de la sujeción férrea de los aparatos, pues no acepta las listas abiertas de manera total (sólo parcial) ni una reforma de la ley electoral para hacerla más proporcional y que no perjudique a las minorías.