Recuerdo que hace ya alrededor de un año tuve una noche horrible, de esas que tiene todo el mundo alguna vez, en la que no se puede dormir debido a un dolor de barriga o alguna otra molestia. Tras mucho tiempo despierto tanto yo, como mi pobre madre que me intentaba distraer para olvidarme del dolor, a ella se le ocurrió la idea de que me pusiera a leer cualquier cosa para intentar coger sueño y dormirme. La verdad es que no era lo que más que me apetecía hacer en plena madrugada pero no pareció mala idea. El caso es que los únicos libros que tenía en el cuarto eran los de texto que iba a llevar al día siguiente a clase, y si ya me apetecía poco leer, imagínense estudiar... el caso es que era eso o nada, así que dentro de las opciones elegí la más llevadera, el libro de Ética (aún estaba en 4º de la ESO). Me acosté en la cama y abrí el libro por el índice para ver si había algo que me llamara la atención, y aunque no recuerdo exactamente como lo decía, había un tema que tenía un apartado en el que se hablaba de la confianza.
Después de esta liosa metáfora que he ido elaborando sobre el momento, queda daros mi consejo. Es verdad que un mentiroso puede vivir mucho tiempo en su mentira y que incluso que al contrario de lo que dice el refrán, se puede coger antes al cojo que al mentiroso. Sin embargo, una gran mentira descubierta es como una bomba que se lanza hacia la ciudad de la confianza, se puede intentar arreglar los daños pero el recuerdo de haber sido atacado siempre estará ahí, haciendo así que se reconstruya la ciudad más y más pequeña con cada ataque para así asegurar que los daños serán menores... esto podrá seguir ocurriendo hasta que la confianza en alguien se quede sin espacio en nuestras mentes. En conclusión, sean sensatos y si alguien les importa de verdad tengan en cuenta que cualquier problema tiene solución, menos la desconfianza. Gracias por leerme una semana más y ya saben, comenten y difundan el blog por donde puedan. ¡Feliz Navidad!