Después le hago otra foto al patio, abandonado, lleno de maleza, un patio que comparte la misma tristeza que el perro.
Seguimos caminando, buscando la casa de los Panero. Nos damos de bruces con la calle Leopoldo Panero y la recorremos arriba y abajo sin encontrar la casa. Un lugareño que camina apoyado en una muleta nos ve mirar el mapa y nos pregunta directamente qué es lo que buscamos. Se lo decimos. Entonces nos señala con el dedo el tejado de una casa que asoma por encima del resto. Volvemos sobre nuestros pasos. Habíamos pasado junto a ella. Es una casa casi en ruinas. No hay nada, ningún cartel que recuerde que allí vivió alguna vez ningún poeta. En el patio se yergue una grúa. La fachada está cubierta de una capa de cemento, como si hubiesen intentado repararla para abandonar más tarde el empeño. Nos damos cuenta de que el patio que acabamos de fotografiar es el patio trasero de la casa de los Panero. Ahora nos explicamos la tristeza del perro. Luego visitamos el museo del chocolate. Nunca había visitado un museo del chocolate. Está bien. Hay fotos antiguas de los fabricantes. A los chocolates les ponían nombres extraños, nombres como 'La pureza', 'El desengaño' o 'Felicidad'. Es curioso que una marca de chocolate lleve un nombre abstracto, un nombre de ideal platónico. Descubrimos en una de las vitrinas una foto que nos llama la atención. Es la foto de Juan Panero, uno de los antiguos fabricantes de chocolate de Astorga.
La marca de chocolate de Juan Panero es 'La confianza'. No salimos de nuestro asombro. Fantaseamos con la posibilidad de que la saga de los poetas proceda de un maestro chocolatero. Me gustaría probar ese chocolate. Me gustaría probar el chocolate de los Panero, le digo a S. Andar el camino hacia atrás, cerrar el libro de poesía y abrir una pastilla de chocolate. Tomar una onza de chocolate y experimentar el placer de sentir cómo 'La confianza' se derrite poco a poco en mi boca.