Muchísima gente apoya al gobierno de Cuba. Decir lo contrario sería una gran mentira. Hace varios días el artista cubano Roberto Carcassés abrió una olla de grillos cuando pidió reformas políticas en vivo por la televisión nacional: “quiero votar por el presidente, por voto directo y no por otra vía”.
Nuestro sistema electoral es muy complicado y lo hace legítimo el 85% de asistencia a las urnas, pero nadie en Cuba vota por su presidente. Todo comienza en el CDR donde por “voto a mano alzada” se eligen a los candidatos para delegados al Poder Popular. Levantar la mano frente a un grupo de personas que puede cuestionar tu posición política y causarte problemas serios no es un método democrático eficiente. Luego ocurre todo el mecanismo que conocemos: elecciones de delegados y después de diputados; pero jamás se vota por un candidato a presidente de gobierno.
Indiscutiblemente Fidel Castro ha sido querido, y Raúl heredó un poco de ese cariño. Los autodenominados “revolucionarios” jamás incluyen en su discurso la demanda reformista de poder votar libremente por el presidente, ni la existencia de una competencia electoral pluripartidista. Ahora, los que quieren ciegamente a Castro son capaces de renunciar al voto debido a la confianza que le tienen, además, son eco de la consigna “nuestro sistema político es democrático” y quien diga lo contrario es tildado de “contrarrevolucionario” y “mercenario”.
En el 2018, Raúl Castro dejará de ser el presidente de Cuba. Habrá nuevas elecciones, votaremos a mano alzada por el delegado, luego el delegado votará por otro, y ese otro votará por otro más arriba; y de alguna forma (como siempre ha ocurrido) saldrá un presidente. Ese nuevo presidente de Cuba ya no será un líder legendario, quizá en este momento ninguno de nosotros le conoce; y llegará ahí sin el consentimiento del pueblo. Este presidente automáticamente heredará un sistema donde no existe la posibilidad de competir políticamente, donde el único partido legal es el Comunista, donde está prohibido hacer campaña política. Además, heredará todo un equipo de censura y represión que actualmente funciona. Heredará una prensa oficial desinformadora y cargada de secretismo. Heredará un procedimiento que oculta las cuentas públicas, susceptibles a la corrupción. Heredará millones de trabajadores que firmaron en el reglamento laboral de sus respetivos centros de trabajo la prohibición de “no manifestarse en contra de los directivos de la Revolución”. También heredará el previo voto a mano alzada y la posibilidad de estar 10 años en el poder sin ser cuestionado.
En el 2023 volverá a ocurrir el mismo proceso de votaciones y otra persona desconocida estará en el poder; y así sucesivamente.
¿Qué pasará con los que confiaron ciegamente en Raúl y Fidel y de alguna forma no se identifiquen con el nuevo presidente? ¿Resignación? ¿Se callarán para no meterse en problemas? Si las cosas no cambian lo que es cierto es que no tendrán ningún elemento legal donde canalizar la inconformidad política.
¿Respetará, defenderá o apoyará el pueblo cubano a ese nuevo presidente sin cuestionarle su legitimidad? Hoy no lo discuten porque está Castro y le tienen confianza democrática, ¿pero qué pasará cuando ya los Castro no estén?
La gente idolatra a la persona, no a la idea. Dicen ¡Viva Fidel! pero jamás he escuchado ¡Viva la Constitución! Los hermanos Castro son el gobierno, todo lo demás está anulado. ¿Entonces esperaremos a que esos señores ya no existan físicamente para exigir nuestro derecho a votar directamente por el presidente?
Quien llegue un día a la presidencia por carambola tendrá en sus manos los mismos poderes que hoy tiene Raúl: censurar por pensamiento político, encarcelar sin juicio, hacerle la vida imposible a una persona que se exprese pacíficamente en contra del gobierno… Entonces, en ese momento muchos de los que hoy llaman mercenarios a los que piden cambios políticos quizá reconsideren su posición. ¿Merece la pena esperar o aún estamos a tiempo de lograr una reforma electoral?
Ya lo veremos…