La conjura de los necios, de John Kennedy Toole

Publicado el 06 enero 2010 por Flenning

Ignatius es un personaje tan contrahecho que podría ser el paradigma del antipersonaje, sin embargo, creo que es uno de los personajes de ficción más complejos y completos.

Es espontáneo, absurdo, imprudente, amargo, obsesivo, devoto, delirante, exagerado, trágico, demandante, egoísta, timorato, vago. Es literalmente un patán, una larva, sin embargo, todo lo que hace, aun tomándolo desde la perspectiva más antipática, resulta muy histriónico e hilarante. Sus episodios de lucidez, si es que acaso tiene alguno, hacen dudar de quién es realmente el necio.

La Diosa Fortuna traza para Ignatius un destino predecible, como si en lugar de hacer girar una rueda, lanzase una moneda. Su camino es bipolar, solo tiene dos estados: válvula pilórica cerrada o válvula pilórica abierta. Ignatius interpreta al mundo que lo rodea según el efecto que las circunstancias produzcan en su bendita válvula pilórica. Esto es otra paradoja del personaje. Pese a que sus actitudes son de causa efecto y todo lo filtra su válvula, resulta sorprendente que el personaje no se agote por su falta de sorpresa.




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La válvula
«… Ignatius alzó su camisón de franela y contempló su vientre hinchado. Solía hincharse cuando estaba tumbado en la cama por la mañana, considerando el giro desdichado que habían tomado los acontecimientos desde la Reforma. Doris Day y los autobuses Grey-hound, siempre que acudían a su pensamiento, creaban una expansión aún más rápida de su región central. Pero desde la tentativa de detención y el accidente, había estado hinchándose casi sin motivo, la válvula pilórica se le cerraba de pronto indiscriminadamente y se le llenaba el estómago de gas atrapado, un gas que tenía personalidad y entidad y que no soportaba el confinamiento […]».
Los héroes
«… —¿Has leído suficientemente a Boecio?
—¿A quién? Oh, Dios mío, no. Yo no leo siquiera los periódicos.
—Entonces, debes iniciar inmediatamente un programa de lecturas, para que puedas llegar a comprender las crisis de nuestra época —dijo solemnemente Ignatius—. Empezaremos con los últimos romanos, incluido Boecio, claro. Luego, profundizaremos extensamente en la Alta Edad Media. Podrás dejar a un lado el Renacimiento y la Ilustración. Todo eso es más que nada propaganda peligrosa. Ahora que lo pienso, será mejor que te saltes también a los románticos y a los Victorianos. En cuanto al período contemporáneo, deberías estudiar algunos cómics seleccionados.
—Eres fantástico.
—Te recomiendo especialmente Batman, porque tiende a trascender la sociedad abismal en que se encuentra. Su moral es bastante rigurosa, además. Le respeto muchísimo. […]».

Él no tiene autocrítica, ni sentido del ridículo, ni vergüenza, y estos rasgos lo iluminan. En medio de ese contexto, su falta de registro del Otro le permite a Ignatius darle entidad a ese Otro. Frente a Ignatius, por contraste, el Otro emerge del anonimato, desde detrás de los visillos, con su atavismo, su miedo al qué dirán, su miedo al comunismo, su sentimiento de postergación a la gente de color, su espíritu profundamente religioso. Frente a Ignatius todo se transparenta: el negro, la puta, el obeso, el anciano, el comunista, el creyente, el corrupto, la madama, el jubilado, el abandonado, el último en recibir dones, el primero de la fila, el actor, el miserable, el maestro y el alumno.




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La Diosa Fortuna
«… —Oh, Fortuna, oh, deidad ciega y desatenta, atado estoy a tu rueda —Ignatius eructó—: No me aplastes bajo tus radios. Elévame e impúlsame hacia arriba, oh diosa.
—¿Qué andas murmurando ahí dentro, chico? —preguntó su madre al otro lado de la puerta cerrada.
—Rezo, madre, rezo —contestó, furioso, Ignatius.
—El patrullero Mancuso viene hoy a vernos por lo del accidente. Será mejor que reces una plegaria por mí, cariño.
—Oh, Dios mío —murmuró Ignatius.
—Creo que es maravilloso que reces, niño. No sabía qué podías hacer tanto tiempo ahí encerrado.
—¡Lárgate, por favor! —gritó Ignatius—. Me estás estropeando el éxtasis religioso […]».
Primer día de trabajo
«… —Oh. Creí que era la señora la que estaba al cargo —dijo Ignatius con su tono de voz más estentóreo, considerando a aquel individuo la única desgracia de la oficina—. Vengo por el anuncio.
—Ah, estupendo. ¿Cuál de ellos? —exclamó entusiasmado el hombre—. Hemos puesto dos en el periódico, uno en el que pedimos una mujer y otro en el que pedimos un hombre.
—¿Y por cuál cree usted que vengo yo? —aulló Ignatius […]».

¿Cómo debe actuar una madre con un hijo así? ¿Debe apiadarse, contenerlo, acusarlo, encerrarlo por loco, consolarlo…? ¿Cómo debe actuar una novia? ¿Cómo debe actuar un jefe laboral? ¿Y un profesor? ¿Y un vecino?

Sobre la vida académica de Ignatius es interesante el rol que cumple Myrna, una antigua novia y compañera de estudios. Pese a que él vive en Nueva Orleáns y ella en el Bronx, mantienen un interesante, inconducente y acalorado intercambio epistolar. El despliegue de cinismo y el pleonasmo contenido de las cartas intercambiadas parece que nunca convergerá. En sus epístolas solo parecen presumir de poderío verbal; sin embargo, se perciben puntos de pasión y de preocupación del uno por el otro. ¿Quién sabe en qué acabará esa relación? ¿Cómo es Myrna Minkoff? ¿Cómo puede aguantarlo?

Todos los personajes son atractivos: La resignada Srta. Trixie; el jefe administrativo Gómez-González; el patrullero George Mancusso, que debe llenar la cuota de detenidos por semana; Myrna Minkoff; el fumador empedernido Burma Jones, hombre de coló; la madre de Ignatius; la vecina a la que siempre se escucha pero nunca se ve, porque espía y habla desde detrás de la persiana; el anticomunista Robichaux; Marlene, el prospecto de bailarina..., pero Ignatius ocupa todo. Él avasalla, no da respiro. Su historia desborda y se hace dueña de las calles de Nueva Orleáns, como un discípulo o un hijo protegido de Mark Twain.

Ignatius J. Reilly es el Quijote americano. No lleva un Rocinante, sino un carrito para vender salchichas. No domina las tierras de La Mancha, sino las orillas del Misissipi. No es flaco, sino gordo. En fin, no parece, pero es.