El tierno respeto de Augusto por una constitución libre que él había destruido, solo puede explicarse mediante una atenta consideración del carácter de ese sutil tirano. Una cabeza fría, un corazón insensible y una disposición cobarde lo llevaron a la edad de diecinueve años a adoptar la máscara de la hipocresía, que luego nunca dejó de lado. Con la misma mano, y probablemente con el mismo temperamento, firmó la proscripción de Cicerón y el perdón de Cinna. Sus virtudes, e incluso sus vicios, eran artificiales; y de acuerdo con los diversos dictados de su interés, al principio era el enemigo, y al fin el padre, del mundo romano. 26 Cuando enmarcó el ingenioso sistema de la autoridad imperial, su moderación fue inspirada por sus miedos. Quería engañar a la gente con una imagen de libertad civil, y los ejércitos con una imagen de gobierno civil.
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