Después de reunirse en París con tres emisarios de la rebelión, el presidente francés Nicolas Sarkozy anunció, el jueves 10 de marzo de 2011, que Francia deja de reconocer al régimen del coronel Khadafi como representante de Libia sino al Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT). Un acto contrario a toda la tradición diplomática de Francia que, hasta ahora, nunca había reconocido gobiernos sino Estados. Anteriormente, el 4 de diciembre de 2010, Francia había reconocido a Alassane Ouattara como presidente de Costa de Marfil, en lugar de Laurent Gbagbo. En el caso de Costa de Marfil, la mayoría de la comunidad internacional imitó la decisión de París, que espera provocar ahora una reacción similar en lo tocante a Libia. Sin embargo, nadie puede dejar de notar que las decisiones del presidente Nicolas Sarkozy no responden a los intereses de Francia –cuyas empresas están siendo expulsadas de Costa de Marfil y no tardarán de ser igualmente expulsadas de Libia– sino que han sido tomadas en respuesta a peticiones expresas de la administración Obama y del primer ministro israelí Netanyahu. Dos operaciones se desarrollan de forma simultánea: el desplazamiento del dispositivo militar estadounidense hacia África y el salvamento de los regímenes títeres en el mundo árabe.
Meter las tropas imperiales en África
La victoria de la resistencia libanesa ante Israel en el verano de 2006 puso fin a la estrategia estadounidense de rediseño del «Medio Oriente ampliado» (Greater Middle East). A pesar de diversos intentos, como la «mano tendida» de Barack Obama en su discurso del Cairo, Washington no ha logrado elaborar una estrategia de repuesto. Todo parece seguir como antes, pero en realidad Estados Unidos se está desentendiendo poco a poco de esa región.
Después de todo, las reservas petrolíferas del Medio Oriente están en declive y una intromisión militar, masiva y costosa, sólo reportaría beneficios a largo plazo, por lo que Washington mira actualmente hacia otras latitudes. Luego de haber estudiado la posibilidad de concentrarse en el Caribe, el Imperio mira ahora hacia África. Tiene que apurarse porque en 2013 el 25% del petróleo y de las materias primas que se consuman en Estados Unidos saldrá del continente negro. Definitivamente convencido por los trabajos del instituto de reflexión y propaganda israelí Institute for Advanced Strategic & Political Studies (IASPS), Washington ha acelerado la creación del AfriCom.
El verdadero poder que está gobernando Estados Unidos desde el golpe de Estado del 11 de septiembre de 2011 puso entonces a Barack Obama en la Casa Blanca y al general William E. Ward en el AfriCom.
Recordarán ustedes que el senador de origen kenyano Barack Obama trabajó activamente en la creación de ese dispositivo y que emprendió una gira especial por África en agosto de 2005, gira que terminó con una rendición de cuentas en la sede del AfriCom, en Stuttgart. El senador Obama se ocupó entonces especialmente de los intereses de las firmas farmacéuticas en el continente negro y de los preparativos para la división del territorio de Sudán.
El general Ward, por su parte, no es simplemente un negro estadounidense, sino que es también el ex responsable de la ayuda estadounidense de seguridad a la Autoridad Palestina, o sea fue el coordinador de seguridad entre Mahmud Abbas y Ariel Sharon. Estuvo a cargo de la aplicación de la «hoja de ruta» y de la retirada unilateral de las fuerzas israelíes de Gaza –anterior a la construcción del muro de separación, a la división de los territorios palestinos en dos (Gaza y Cisjordania) y a su transformación en «bantustanes» separados entre sí.
El conflicto de Costa de Marfil entre Laurent Gbagbo, electo por la mayoría de la población nacional, y Alassane Ouattara, que goza del apoyo de una minoría local y de los inmigrantes originarios de Burkina Fasso, marca el inicio del plan de «rediseño de África». Falta encontrar una puerta de entrada para las tropas imperiales ya que todos los Estados africanos han expresado oficialmente su oposición al despliegue del AfriCom en territorio africano. Es en este punto que interviene la sublevación libia.
La ola de oposición al imperialismo que viene sacudiendo el mundo árabe desde diciembre de 2010 ha provocado la caída del gobierno de Saad Hariri en el Líbano, la fuga de Zine el-Abbdine Ben Ali en Túnez, la caída de OSN Mubarak en Egipto, disturbios en Yemen, en Bahrein y en Arabia Saudita y enfrentamientos en Libia. En este último país, el coronel Muamar el-Khadafi se apoya en los Khadafa (tribu del centro del país) y en la mayoría de los Makarha (tribu del oeste) y se enfrenta a una amplia coalición que, además de los Warfala (tribu del este), incluye tanto a monárquicos prooccidentales como a integristas wahhabitas y revolucionarios comunistas o khomeinistas.
Washington ha transformado esta insurrección en una guerra civil: los mercenarios africanos de la empresa israelí CST Global llegaron en auxilio de Khadafi mientras que los mercenarios afganos de los servicios secretos de Arabia Saudita arribaron para apoyar a los partidarios de la monarquía y grupos islamistas etiqueteados como «Al-Qaeda».
Además de los combates, esta situación está provocando una crisis humanitaria internacional: en dos semanas 230 000 inmigrantes han huido del país (118 000 hacia Túnez, 107 000 hacia Egipto, 2 000 hacia Níger y 4 300 hacia Argelia).
Esta cruel situación justifica una nueva «guerra humanitaria», según la gastada terminología de la propaganda atlantista.
El 27 de febrero, los sublevados fundan el Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT). Por su parte, el ministro de Justicia Mustafa Mohamed Abud al-Djeleil, interlocutor privilegiado del Imperio en el seno del gobierno de Khadafi, se une a la revolución y crea un gobierno provisional. Las dos estructuras se funden en una sola el 2 de marzo, conservan la etiqueta CNLT pero ahora es Abud al-Djeleil quien preside el Consejo. En otras palabras, Washington logró situar su peón a la cabeza de la insurrección.
Violentas discusiones se producen durante los primeros debates del nuevo Consejo Nacional Libio de Transición. Los elementos proestadounidenses proponen recurrir a la ONU para impedir los bombardeos de las fuerzas leales a Khadafi, pero la mayoría se opone.
El 5 de marzo, un diplomático británico llega a Bengasi escoltados por comandos del SAS [Siglas del Special Air Service, principal fuerza de operaciones especiales del ejército británico. Nota del Traductor.], trata de reunirse con el Consejo Nacional Libio de Transición y de convencerlo de que recurra al Consejo de Seguridad de la ONU, pero los sublevados rechazan toda forma de injerencia y lo expulsan.
Se trata de un resultado inesperado. Abud al-Djeleil no logra cambiar la posición del CNLT pero lo convence de conformar un Comité de Crisis presidido por Mahud Djebril. Este último se pronuncia a favor de la instauración de una zona de exclusión aérea.
Las agencias de prensa occidentales se esfuerzan por presentar a Mahmud Djebril como «un intelectual demócrata» que venía reflexionando desde hace mucho sobre la evolución del país y que había redactado un proyecto titulado Visión libia. La realidad es que Mahmud Djebril, junto con su amigo al-Djeleil, formaba parte del gobierno de Khadafi como ministro de Planificación. Al igual que en los primeros días de las revoluciones de Túnez y Egipto, varios cuadros del régimen tratan de separarse del dictador para quedarse en el poder.
Creen que lograrán esto último desviando el proceso revolucionario y poniéndose al servicio de los intereses imperiales. Así que ahora agitan la bandera roja, negra y verde del rey Idris mientras que el aspirante al trono, Mohamed el-Senussi, afirma, desde Londres y a través de los canales de televisión de Arabia Saudita, que está «dispuesto a servir a Su pueblo».
El 7 de marzo, el Consejo de Cooperación del Golfo, conformado por Arabia Saudita, Bahrein, los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán y Qatar, «solicita al Consejo de Seguridad de la ONU que tome las medidas necesarias para proteger a los civiles en Libia, como la imposición de una zona de exclusión aérea». Esta absurda declaración desvía el debate del Consejo de Seguridad que, desde la adopción de la resolución 1970, venia tratando de hacer entrar en razón al coronel Khadafi mediante la limitación de sus desplazamientos y la congelación de sus bienes.
El Consejo de Cooperación del Golfo retoma así, a nivel estatal, la proposición del embajador de Libia en la ONU, diplomático que ya se había pasado a las filas del CNLT.
Supuestamente por iniciativa de los diputados, Mahmud Djebril viaja a Estrasburgo para informar al Parlamente Europeo sobre la situación de su país. El ejército francés le garantiza el transporte. Bajo el impulso del liberal belga Guy Verhofsdat y del ecologista franco-alemán Daniel Cohn-Bendit, el Parlamento Europeo adopta una resolución llamando a una intervención internacional.
El primer ministro británico David Cameron y el presidente francés Nicolas Sarkozy envían una carta de 7 puntos al presidente de la Unión Europea, Herman van Rompuy. Expresan sus deseos de que el Consejo Europeo extraordinario reconozca al CNLT, apoye una denuncia contra Khadafi ante el Tribunal Penal Internacional y apruebe una intervención militar internacional. Pero sus pedidos son rechazados. Alemania se niega a meterse en terreno peligroso mientras que Bulgaria rechaza al CNLT y acusa a sus representantes de ser criminales implicados en las torturas a las enfermeras búlgaras que el régimen mantuviera detenidas por largo tiempo. Simultáneamente, los ministros de Defensa de la OTAN se reúnen en Bruselas para preparar una posible zona de exclusión aérea.
El CNTL –ya reconocido por Francia desde el 10 de marzo– entrega el 12 de marzo una carta al secretario general de la Liga Árabe, Amr Moussa. El texto refleja la posición de Arabia Saudita: pide que «se ponga fin al derramamiento de sangre a través de una decisión que imponga una zona de exclusión aérea en Libia y mediante el reconocimiento del Consejo Nacional de Transición como representante de Libia». Los ministros de Relaciones Exteriores de la Liga Árabe se reúnen inmediatamente a puertas cerradas en El Cairo, deslegitiman a la delegación oficial de Libia y reconocen al CNTL como nuevo interlocutor, satisfacen después la petición de este último y recurren al Consejo de Seguridad de la ONU con vistas al establecimiento de la «zona de no sobrevuelo».
Esta decisión debe ser interpretada como lo que realmente es: los regímenes títeres de Estados Unidos e Israel en el mundo árabe piden la protección de sus superiores. El Consejo de Seguridad puede decretar una zona de exclusión aérea, pero no tiene cómo hacerla respetar. Será la OTAN quien tenga que imponerla. Son las fuerzas imperiales, disfrazadas de cascos azules, quienes mantendrán en tierra a la aviación Libia, bombardeando sus aeropuertos e instalaciones fijas o móviles de misiles tierra-aire y, de ser necesario, derribando los aviones.
La Liga Árabe no dio a conocer los detalles del voto. De los 22 Estados miembros, sólo 2 votaron por el NO. Fueron Argelia, que teme un despliegue de la OTAN en su frontera este, y Siria, el único país árabe que persiste, a pesar de la posición de todos los demás, en su oposición a la hegemonía estadounidense y al sionismo. Es probable que el Líbano y otros países hayan elegido la abstención.
Contrariamente a lo que sugieren los responsables occidentales, la Unión Africana nunca ha deseado una intervención militar extranjera. Por el contrario, la rechazó explícitamente el 10 de marzo. La razón es evidente. Está claro para todos y cada uno de sus miembros que el drama libio está siendo amplificado de manera totalmente intencional con vistas a utilizarlo como pretexto para justificar un desembarco masivo de las fuerzas armadas estadounidenses en África.
Salvar las monarquías del Golfo
Arabia Saudita es el eje del dispositivo imperial en la región del Golfo. A principios del siglo 20, la familia Saud creó ese Estado con el apoyo de los británicos, después de guerras de conquista extremadamente sangrientas. Arabia Saudita y sus reservas petrolíferas –las más importantes del mundo– cayeron dentro de la órbita estadounidense al final de la Segunda Guerra Mundial. En virtud del acuerdo del Quincy entre el rey Ibn Saud y el presidente Roosevelt, la familia Saud está obligada a suministrar petróleo a Estados Unidos y Estados Unidos está obligado a garantizar la protección de la familia reinante, no la protección del país.
Arabia Saudita no es en realidad un Estado y ni siquiera tiene nombre. No es más que la parte de Arabia que pertenece a la familia Saud, cuyos miembros administran ese territorio según sus intereses personales (y los de Estados Unidos) mientras llevan una vida disoluta que nada tiene que ver con la austeridad wahhabita de la que tanto presumen. Como el rey Ibn Saud tuvo 32 esposas y 53 hijos, por lo que se decidió, en aras de limitar los conflictos familiares, que la corona no se transmitiera de padre a hijo, sino de hermano a hermano. El hijo mayor de Ibn Saud murió de enfermedad y fue por lo tanto el siguiente hijo, que tenía entonces 51 años, quien le sucedió en el trono en 1953.
En 1960, le siguió el tercer hijo, que contaba entonces 60 años, y así sucesivamente. El actual rey tiene 87 años, recientemente sufrió complicadas intervenciones quirúrgicas y es probable que no le quede mucho tiempo de vida. Su hermano Sultan, el presunto sucesor, padece el mal de Alzheimer. El resultado de todo lo anterior es un régimen impopular y frágil, que ya estuvo a punto de derrumbarse en 1979. Es por eso que tanto Riad como Washington ven con temor las insurrecciones árabes que se están produciendo alrededor de Arabia Saudita, en Yemen y en Bahrein.
El ejército de Arabia Saudita ya está presente en Yemen y espera ayudar al presidente Ali Abdullah Saleh a poner fin a la revuelta, con la ayuda de la CIA. Queda Bahrein.
Bahrein es una islita del tamaño de Micronesia o de la isla de Man. En el siglo 18, la familia de los Al-Khalifa, primos de la familia reinante en Kuwait, arrebataron a Persia ese pequeño territorio. Así que la monarquía de Bahrein es sunnita mientras que la población es árabe chiíta. Su economía, a diferencia de las demás monarquías del Golfo, no depende únicamente de los ingresos del petróleo. En Bahrein existe, sin embargo, una fuerte inmigración, cerca del 40% de la población total, proveniente principalmente de Irán y la India.
Bahrein cayó en la órbita británica en 1923. Londres depuso al emir y puso en el poder a su hijo, más dispuesto a hacer concesiones. Durante los años 1950 y 1960, nacionalistas árabes y comunistas trataron de liberar el país. El Reino Unido respondió con el envío de sus mejores especialistas en represión, como Ian Henderson, conocido desde entonces como el «carnicero de Bahrein».
En definitiva, el país recobró su independencia en 1971, sólo para caer en la órbita de Estados Unidos, que instaló allí su base militar regional y estacionó en ella la 5ª Flota. Nuevos disturbios, inspirados en la Revolución iraní, se produjeron en Bahrein durante los años 1980. En los años 1990, las fuerzas de oposición –marxistas, nacionalistas árabes y khomeinistas– se unieron en una larga Intifada.
La calma no volvió hasta 1999, con el ascenso al trono del rey Ahmad, un déspota ilustrado que instituyó una Asamblea consultiva electa y favoreció el acceso de las mujeres a los cargos de responsabilidad. Esto le valió cierta conciliación con su oposición histórica, pero alejó de él a los extremistas de la minoría sunnita que sirve de apoyo al régimen.
Desde el 14 de febrero de 2011, nuevas manifestaciones han venido teniendo lugar en Bahrein. Organizadas al principio por el Wefaq, el partido khomeinista, las manifestaciones denunciaban la corrupción y el sistema policial. Pero el éxito popular del movimiento y la brutal represión de que fue objeto provocaron una rápida radicalización, a pesar de un tímido intento de apertura del príncipe heredero.
La monarquía perdió su legitimidad como resultado de las revelaciones sobre el fortalecimiento de sus vínculos con el movimiento sionista. A partir de 2007, los Khalifa se vincularon con el American Jewish Committee. Según la oposición de Bahrein, dichos vínculos se establecieron a través de Alain Bauer, el consejero del presidente francés Nicolas Sarkozy. Fue el propio Bauer quien se encargó de reorganizar el sistema policial de Bahrein.
La mayoría de los manifestantes luchan ahora por el derrocamiento de la monarquía, lo cual constituye la línea roja que no se puede atravesar, según los parámetros de las demás monarquías del Golfo y de su protector estadounidense. Es por ello que el secretario estadounidense de Defensa, Robert Gates, viajó a Manama el 13 de marzo de 2011.
Oficialmente, Gates invitó al rey a tener en cuenta los reclamos de su pueblo y a buscar una salida pacífica al conflicto. Claro está, ese tipo de consejo no corresponde a un secretario de Defensa, sino a un secretario de Estado. En realidad, el señor Gates había ido a Bahrein para concretar la parte política de una operación militar que ya estaba lista.
Al día siguiente, el 14 de marzo, los otras 5 monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo dieron su consentimiento para la activación del «Escudo de la península», una fuerza común de intervención prevista desde hace mucho para contener la posible expansión de la revolución khomeinista. Esa misma tarde, 1 000 soldados de Arabia Saudita y 500 policías de los Emiratos Árabes Unidos entraban en Bahrein.
Se decretó el estado de urgencia por espacio de 3 meses. Se suspendieron las pocas libertades toleradas. En la madrugada del 16 de marzo, las fuerzas de las monarquías, armadas y entrenadas por Estados Unidos, actuaron conjuntamente para desalojar a los manifestantes de los lugares donde estaban acampando. En vez de gases lacrimógenos, utilizaron gases de combate y munición real. Las autoridades reconocen más de 1 000 heridos de gravedad, entre los que se cuentan varios heridos de bala, pero sólo admiten 5 muertos, una proporción muy poco creíble.
La Doctrina Obama
Así que Washington hizo su elección. Después de un adormecedor discurso sobre los derechos humanos y de saludar la «primavera árabe» con forzado entusiasmo, la administración Obama optó por la fuerza para salvar lo que aún puede salvarse.
Al igual que en la época en que los comunistas derrocaron la monarquía afgana, fue el lacayo saudita quien recibió de Washington el encargo de dirigir la contrarrevolución. Armó a una facción de la oposición libia y convirtió el debate de la ONU sobre sanciones contra Libia en un debate sobre la creación de una zona de exclusión aérea, o sea sobre la intervención militar, e intervino militarmente en Bahrein.
No hay diferencia entre la «doctrina Obama» y la «doctrina Brezhnev». En 1968, los tanques del Pacto de Varsovia ponían fin a la «primavera de Praga» para proteger el vacilante Imperio soviético. En 2011, los blindados de Arabia Saudita aplastan al pueblo de Bahrein para proteger el Imperio anglosajón.
Hipnotizados por las catástrofes naturales y nucleares que se están produciendo al mismo momento en Japón, los medios de prensa occidentales observan el mayor silencio sobre el desarrollo de toda esta operación.
La Revolución francesa tuvo que hacer frente a la invasión de las monarquías que unieron sus fuerzas. La Revolución rusa tuvo que afrontar la arremetida de los ejércitos blancos. La Revolución iraní tuvo que enfrentar la invasión iraquí. La Revolución árabe tendrá que hacer frente al ejército de Arabia Saudita.
Thierry Meyssan