Dado que hace unos días reflexionábamos sobre algunos aspectos orales de la escritura, hoy vamos a proseguir en esa línea trayendo aquí otra circunstancia que crea la ilusión de que conversamos cuando leemos. Se trata, precisamente, de la representación que nos hacemos del autor. Una vez más, Aulo Gelio y Montaigne nos sirven de ejemplo.
FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
No es posible tener una conversación con alguien a quien no podemos imaginar o, al menos, representarnos como una persona. En este sentido, tanto Gelio como Montaigne intentan aparecer ante sus lectores mediante una estudiada representación de sí mismos. Para el primer caso, ya el mismo título de la obra, Noches áticas, resulta toda una muestra de este arte de la representación. Es un titulo sorprendente, pues no se refiere al contenido del libro, sino a las circunstancias de su composición. En cierto sentido, recuerda a lo que hacía Aristóteles con respecto al momento del día en que impartía su enseñanza: un hecho aparentemente circunstancial da lugar a un titulo. Según James Ker , la alusión a las circunstancias en que el libro de Gelio fue compuesto, precisamente durante la noche y en la soledad del estudio, supone ya un esfuerzo de representación del autor ante sus lectores, que pueden imaginarlo mientras estudia y recopila sus materiales:
"Y, dado que comenzamos a disfrutar con la reunión de estos comentarios durante las largas noches invernales en la campiña ática, como ya dije antes, por ello les pusimos simplemente el título de Noches áticas (…)."
Montaigne habla también en su breve prefacio al lector de la intención consciente que le anima a componer su obra, y que no es otra que la de ser visto por sus lectores:
"Si lo hubiera escrito para conseguir el favor del mundo, habríame engalanado mejor y mostraríame en actitud estudiada. Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues píntome a mí mismo."
Tampoco se nos escapa que la misma estructura de ambas obras, sin un orden aparente, presenta unas características cercanas a la de la propia conversación. Las conversaciones no siguen un orden sistemático, un guión preestablecido (otra cosa son las entrevistas, donde puede haber un esquema escrito que guíe la conversación). Por tanto, la miscelánea supone, como la conversación espontánea o los modernos cuadernos de bitácora (blogs), una invitación a improvisar, incluso a elegir, como es el caso de los lectores de Gelio o Montaigne, que pueden abrir sus libros por donde les plazca. Esta libertad de elección no es circunstancial o ajena al contenido mismo de la materia tratada, decididamente asistemática, semejante a una amigable conversación.
FRANCISCO GARCÍA JURADO