La conversión de víctor andrés belaunde y jose de la riva-agüero

Por Joseantoniobenito

En este año de la fe bueno es rescatar del olvido a dos grandes testigos del catolicismo peruano. La bimilenaria marcha de la Iglesia en la historia ha fecundado al mundo de bienes imperecederos.  Desde el momento en que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, la historia se estremeció  de gozo y prorrumpió de alegría: "Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad". Es lo que celebraremos en el Jubileo del 2000. Por singular inspiración de lo alto, el año 1999 está dedicado a recordar y vivir la gozosa realidad de que somos hijos de un Dios Padre  Misericordioso que es al mismo tierna madre. La iglesia vive un año de intensa oración impetrando que cuantos se han apartado de la familia de Dios, vuelvan al Padre. Convertirse es enamorarse nuevamente de Dios, es volver al Hogar. El segundo prefacio de la liturgia de Cuaresma nos ayuda  a orar por esta bella intención:  "Porque has establecido generosamente este tiempo de gracia para renovar en santidad a tus hijos, de modo que, libres de todo afecto desordenado, se entreguen a las realidades temporales como a primicias de las realidades eternas ".

Ha habido conversiones espectaculares como la del premio Nobel de Medicina, Alexis Carrel, al comprobar un milagro en Lourdes, o la de Edith Stein, judía atea, carmelita mártir, canonzada por el Papa Juan Pablo II y nombrada copatrona de Europa. Más cercanos, el caso de los  periodistas Malcolm Muggeridge o Vittorio  Messori, el de la comunista Tatiana Goritcheva, del "rey del aborto" Bernard  Nathanson.

Recordemos, sin embargo, algunas más cercanas todavía, ya que se trata de dos célebres catedráticos de nuestra Universidad Católica: José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaunde.

Víctor Andrés Belaunde (1883-1966) retornará a la fe -abandonada por los años de su docencia en San Marcos- en 1923, de la mano de la filosofía y de su  segunda esposa Teresa Moreyra. Nos lo narra en dos capítulos ("Hacia la fe por la filosofía" y "Mi conversión al cristianismo") de sus Memorias. Trayectoria y Destino Ediventas, Lima, 1967, II, pp.501-508, 1024-1035.

   "Se vuelve siempre a los primeros amores" dice un adagio francés. En la quieta y hogareña vida provinciana de los Estados Unidos o en el París sin tentaciones de inútil mundanismo reanudé, por gravitación natural de mi espíritu, mis viejos soliloquios metafísicos. De la divinidad de Cristo, a la que me llevaron misteriosamente combinadas las lecturas de Pascal y de Renán, pasé a la gozosa contemplación y a la plena vivencia de la Fe en la Iglesia Católica. Mi conversión debía determinar una nueva orientación en mis lecturas y meditaciones en el tiempo libre que me dejaban los cursos y conferencias. Se imponía reanudar las remotas preocupaciones de mi infancia sobre los fundamentos de mi fe...Andando de los tiempos uní la liturgia a la nostalgia que llevasiempre una ansia de Dios. Era la liturgia para mí hallar entre huellas terrestres y símbolos de l vida, el aliento del Espíritu...No puedo concluir esta estapa de mi vida sin expresar mi gratitud a la Francia eterna. De labios de un misionero francés recibí lecciones y ejemplos inolvidables de amor a Dios. Mi conversión fue favorecida y alentada por el ambiente católico renaciente en Francia. Al volver al Perú encontraría mi hogar intelectual en el claustro animado por el fervor de caridad y de saber de otro misionero francés: el Padre Jorge Dinthilhac".

José de la  Riva Agüero (1885-1944) profesará durante un tiempo ideas teístas racionalistas. hasta el propio Miguel de Unamuno,  quien se proclamó "hereje de todas las herejías", llega a aconsejarle  en carta personal (10-I-1910): "Lo que me dice de sus preocupaciones religiosas me recuerda mis 25 años. También yo pasé por un período de positivismo, mejor aún de fenomenismo. Salí de ello por impulsos de sentimiento...Los estudios históricos le darán a usted una fe, confío en ello".. Tras una juventud a la deriva en cuanto a fe católica se refiere, vuelve a la Iglesia, como confesó en el célebre discurso del colegio de La Recoleta (24 de septiembre de 1932) Obras completas de José de la Riva-Agüero Tomo X, PUCP, Lima 1979, pp.181-187): 

    "Así he reconquistado la armonía y la paz, así he cerrado con firmeza mi ciclo de experiencias cogitativas: la vida tiene un fin por encima de la mezquina utilidad, el esfuerzo y el dolor se esclarecen y santifican, la libertad moral se reafirma, y la inteligencia recobra su ley primordial y su objetivo perenne...Convertido ocomo mis paisanos Olavide y Vidaurre, desangrado como ellos de la perturbadora herencia del siglo XVIII, que a todos nos perdió, reanudando la interrumpida solidaridad salvadora con nuestros auténticos precursores en el espíritu y el tiempo, puedo al fin repetir sinceramente las palabras de quien acertó, en aquella inquieta y estragada época, prefiguración de la tempestuosa nuestra, a ser el servidor leal de su Dios, de su tradición y de su pueblo; y decir de mí como Jovellanos:

   Sumiso y fiel, la religión augusta

   de nuestros padres y su culto santo

   sin ficción profesé".

No nos extraña posteriormente su coherencia, renunciando al ministerio de Justicia antes de firmar una ley prodivorcista y la condecoración recibida por la Santa Sede (Pío XI) "como gallardón a las virtudes cristianas ycívic as que adornan a nuestro ilustre compatriota" (El Amigo del Clero n.1333, enero 1933). El Señor Arzobispo hizo notar que "la ceremonia e verificaba en la misma casa donde vivió santo Toribio, cuyo parentesco con el Dr. Riva Agüero era de todos conocido" p.81

   Se trata de dos intelectuales de nuestro tiempo. Los dos católicos, los dos perdieron la fe, los dos la encontraron, los dos la proyectaron de modo sobresaliente en el ámbito universitario, los dos la vivieron con gozo y con el deseo de llevarla a los demás.  Ellos podían haber contestado con Chesterton: "Cuando me preguntan por qué he entrado en la Iglesia Católica, mi respuesta es siempre la misma: para librarme de mis pecados, porque no hay otra religión que tenga de verdad el poder de perdonar los pecados de los hombres... Un católico que se confiese entra en la clara mañana de su bautismo".

Bibliografía: Pacheco, César Apuntes: "Unamuno y Riva-Agüero: un diálogo desconocido"Revista de ciencias sociales, Rev.56. , Lima, 1977, 7, p. 101-16