La convivencia en los viajes

Por Jmbigas @jmbigas

Mucho se ha escrito sobre el deterioro que se produce en cualquier tipo de relación debido a la convivencia diaria. Pequeñas diferencias de detalle, o la obsesión (habitualmente inútil) de un@ por cambiar a otr@, van erosionando la relación, y pueden incluso acabar con ella.

(Fuente: marcadecoche)

Sin embargo, existe una situación incluso peor, porque puede producir un deterioro severo mucho más rápidamente. Estoy hablando de los viajes compartidos. La explicación es muy simple. En la vida cotidiana, la convivencia se desarrolla en fases puntuales del día y de la semana (por la mañana, por la noche, durante el fin de semana,...), mientras que durante un viaje, la convivencia se desarrolla continuamente, 24/24. Cuando se programa una estancia en un hotelito junto a la playa, o un circuito organizado al otro lado del mundo, la situación es, en general, menos grave. Si el viaje es organizado, la mayoría de decisiones las toma alguien externo al grupo (el guía, por ejemplo). El único aspecto que conviene negociar es la total obediencia al líder y el respeto por los horarios. Nuestro grupito viajero (una pareja, dos amig@s - con o sin tensión sexual -, unos cuantos amigos,...) se disuelve en un grupo mayor donde una tercera persona asume el liderazgo. Sólo hay que controlar que el proceso de toma de decisiones en los ratos libres no se desmadre, e incluso no hay mayor problema en respetar ciertas horquillas de libertad individual, pues siempre las siguientes citas están claras (a las nueve cena; a las cinco excursión; etc.). Si hablamos de una estancia en la playa, a pesar de que habrá ciertos patrones de comportamiento predefinidos o acordados, no es mayor problema respetar ciertas libertades individuales. Cuando alguien prefiere dar un paseo en lugar de ir a la playa una mañana, siempre se puede quedar a las tres, para comer, en el chiringuito o donde sea. El problema puede aparecer si alguien desea dar un paseo acompañado necesariamente del resto del grupo, que claramente prefiere la playa. En esas circunstancias, la toma de decisiones puede convertirse en un proceso tenso. Pero las circunstancias más exigentes se producen cuando hemos programado un viaje, con una ruta aproximada, unas etapas definidas, unos hoteles reservados y un marco temporal estricto. Por ejemplo, vamos a estar una semana por Andalucía, con etapas definidas en Málaga, en Granada y en Sevilla, donde ya hemos reservado hoteles. Cuando varios viajan en un solo coche, este se convierte en un recurso escaso y (en principio) no clonable. En todos los desplazamientos que no sean de ida y vuelta, todo el grupo debe necesariamente viajar unido (bueno, al menos al mismo tiempo), y las playas de libertad son limitadas. En viajes de este tipo, a menudo hay que tomar decisiones rápidas: viajando por la autopista, vemos el desvío a un pueblo reconocible, cuya visita podría ser de interés. La decisión de desviarse o no, hay que tomarla de modo inmediato, antes de sobrepasar la salida. Cada persona del grupo tendrá su propio criterio. Si viajan cuatro, por ejemplo, las opiniones irán desde imperdonable pasar por aquí y no visitar el pueblo, hasta mejor seguimos, que si no llegaremos demasiado tarde, con todos los posibles grados intermedios. Algun@ opinará que podemos desviarnos y según veamos, paramos o no. Y el desvío se acerca y, muy frecuentemente, el conductor debe tomar una decisión sin haber tenido tiempo de obtener un consenso previo. No le queda más remedio que asumir la responsabilidad de hacerlo, y arrear con las consecuencias que ello pueda tener.

¿Cómo algo tan simple puede acabar siendo origen de
conflictos?
(Fuente: 123rf)

Otro factor problemático es cuando se producen críticas reiteradas al comportamiento de algun@ de los del grupo. Porque le cuesta levantarse por las mañanas, porque siempre va tarde y retrasa a los demás, o porque sorbe ruidosamente el café con leche.  Hay personalidades y caracteres para los que resulta muy complicado diluirse (llamémoslo así) en un grupo de viaje. Hay personas que no pueden sentirse confortables si todo el mundo a su alrededor no se desarrolla exactamente como lo tienen programado. Y hay personas que jamás cejarán en su intento (baldío siempre) de cambiar el comportamiento de otr@. Como en cualquier convivencia en general, la palabra clave es siempre la negociación. A veces puede resultar tedioso, pero siempre es efectivo. Conviene no olvidar que, a partir de la adolescencia, somos lo que la vida y nosotros mismos hemos construido y, aunque podamos disimular temporalmente, cambiar, cambiar, pues va a ser que difícil. Para ilustrar estos comportamientos, os voy a contar una situación a la que asistí (involuntariamente) en la cafetería de una Estación de Servicio en la Autovía del Cantábrico, en algún lugar del Occidente asturiano. Una pareja (un chico y una chica, al final de sus veintes) estaban tomando algo en la barra. A la chica se la veía ceñuda. El chico tenía delante un café con leche, y había pedido un bollo de esos que parecen bombas nutritivas (con algo de chocolate por fuera y, seguramente, crema o cabello de ángel por dentro). Con ojillos infantiles y traviesos se dirigió a la camarera para pedirle si era posible que le sirviera un vaso de leche fría, sin más. La camarera le advirtió que no tenía leche en la nevera (¿¿??) y se la sirvió del tiempo. El chico le añadió algo de azúcar y procedió a desgajar el bollo, y a mojarlo con lo que parecía un placer infinito, en el vaso de leche. La nube en la cara de ella se fue espesando, hasta que estalló. Si es que no entiendo cómo, teniendo ya un café con leche, ahora pides un vaso de leche. El chico, sin prestarle mucha atención, le explicó que le gusta tomar el café con leche sin mojar nada, y que le gusta mojar el bollo en leche sola. Mientras, seguía procediendo a la ingesta con carita de placer. Por su actitud, posiblemente ese tipo de trifulca ya le resultaba repetitiva o incluso cansina. La actitud de la chica no cambió hasta que se fueron. Quizá incluso estaba volcando en esa fútil crítica algún agravio que el rencor no le permitía olvidar. Les vi montar en su utilitario y seguir camino. La chica, con cara de gran cabreo y él como pasando de la película. No sé como continuaría la historia, pero el drama (o incluso la tragedia) estaba servido en forma de un vaso de leche fría. A menudo tenemos amig@s, incluso muy próximos, con quienes nunca hemos ido de viaje. La primera vez es un desafío que conviene no minusvalorar, por el bien del placer de viajar. A menudo, las tensiones que provoca esta convivencia tan íntima amenazan la propia continuidad del viaje. Mi opinión es que, ya puestos en esa tesitura, el viaje es lo primero. Hay que intentar negociar siempre, transigir cuando resulte la única solución viable, y nunca plantearse seriamente abandonar el viaje a la mitad. Otra cosa es que de todo se aprende, y es posible que nunca volvamos a planificar un viaje con ciert@s compañer@s.

Estalagem do Farol (Cascais)
(Autor: José Rendeiro; Fuente: treklens)

Hará quince o veinte años, mi amigo V. me convenció para abordar un viaje de fin de semana a Cascais (junto a Lisboa), en compañía de dos chicas. Los dos éramos treintañeros avanzados, y con una de ellas, de poco más de veinte, V. estaba convencido de que el tema estaba maduro como para enrollarse en una aventura o lo que fuera. La conocía del pueblo que él frecuentaba con asiduidad. La otra era una amiga, a la que V. no conocía con anterioridad. He olvidado sus nombres, por lo que las llamaré A. y B. Las recogimos en la Estación de Autobuses (venían directamente del pueblo), y tomamos carretera y manta dirección a Lisboa. Hasta Badajoz, V. viajaba a mi lado, y las dos chicas atrás, tod@s en animada conversación más o menos intrascendente. B. resultó ser un poco mayor que A., y era una mujer casada con muchos problemas (en su matrimonio y en su cabeza), que no tenía nada claro que una aventura le fuera a arreglar nada en su maltrecha vida. Aunque en ningún momento yo había tenido grandes expectativas (más allá de un fin de semana en Cascais, comiendo buen pescado y quizá hasta un croissant de almendras tibio de la Pastelaria Suiça del Rossio en Lisboa) esos 400km. me dejaron claro que cualquier tensión sexual que pudiera existir debería resolverse necesariamente por via manual. En una gasolinera de Badajoz, junto a la frontera portuguesa, V. intentó un avance con A. en la dirección de lo que eran sus expectativas. Habíamos reservado dos habitaciones en un hotelito que ya conocíamos de algún viaje anterior, y V. intentó dejar claro que el reparto de habitaciones se haría por parejas, a lo que A. y B., al unísono, se opusieron frontalmente. La decepción de V. fue de tal calibre, que propuso abandonar a las chicas en la gasolinera y seguir viaje a Lisboa nosotros dos. Yo traté de imponerme, y al final conseguí que el viaje siguiera tal y como se había planificado, expectativas románticas no negociadas previamente, aparte.

Praia do Guincho (Estoril). ¿Cómo un paisaje tan idílico
puede envenenarse por l@s acompañantes?
(Fuente: estoril-portugal)

Fueron un par de días curiosos. B. se sentía violenta, y se me acercaba para verificar si yo me encontraba a gusto o no, si yo también había construido sobre la nada expectativas no satisfechas. Le manifesté que estaba tranquilo y que disfrutáramos todos de ese par de días sin más, que otra cosa muy poquito nos podría aportar. Tuvimos que asistir impertérritos a las sesiones de flirteo de A. con el camarero del hotel, y lo único que sí parecía haberse negociado con anterioridad es que los paganinis oficiales durante el tour éramos mi amigo y yo. El sábado tuvimos una cena opípara en Praia do Guincho, soportando con estoicismo los arrebatos infantiles, pero provocativos, de A. con todo el mundo (menos con V., por supuesto). El domingo iniciamos la vuelta a Madrid. Debíamos dejarlas de nuevo en la Estación de Autobuses. Pero antes decidimos cenar juntos los cuatro, y no sé a quién se le ocurrió la idea de ir a un restaurante erótico próximo. Ese fue el remate de los dos días de falsas esperanzas. De postre, A. tomó una imitación dulce de los órganos sexuales masculinos. Ya en plena Estación de Autobuses, y a voz en grito, tuvimos que aguantar la última humillación, cuando A. profirió que la p..... que me acabo de comer me ha dejado llena. Afortunadamente, desaparecieron las dos a bordo del autobús, y nunca las he vuelto a ver. De hecho, desde ese día no volví a planificar viaje alguno con mi amigo V. Cuando se viaja en grupo nada se puede asumir y todo hay que negociarlo. Quizá es por esto que planifico con frecuencia viajes que realizo yo solo. He descubierto que el proceso de toma de decisiones conmigo mismo es suficientemente rápido como para haber llegado a alguna conclusión antes de sobrepasar la salida. JMBA