La Copa Conquistadores

Publicado el 01 diciembre 2018 por Carlosgu82

El triste escándalo y la insólita relocalización del partido de fútbol argentino más importante de los últimos tiempos

La Argentina es un país en el que las ficciones son aburridas, malas. Lánguidas producciones televisivas, desprovistas de trama y mal actuadas son por estos días un bocado fácil para un Netflix que promete contenido de nivel, o al menos de libre elección a toda hora y lugar. Sin embargo, la pobreza de la ficción local responde a una más sencilla razón: la abrumadoramente compleja realidad.

En la Argentina es imposible aburrirse. Imposible. Que un sueco se suicide porque su vida predecible padece un exceso de monotonía es algo que a los argentinos no les cabe en la cabeza. El argentino se levanta cada día con un drama de opinión pública con el cual entretenerse. Lo que en cualquier país saludable sería una problemática mensual, en la Argentina es un tema de un día sobre el cual habrá que pasar página mañana ante un nuevo desafío crítico. El dólar, la inflación, los piquetes, la corrupción, el peronismo, el FMI… La variedad de recursos es inagotable.

El hilo conductor de todos los dramas cotidianos de este país sudamericano es la pasión. La sangre gallega y tana que ha sabido regar el fin del mundo hace que a los argentinos nada les resulte indiferente. Todo les despierta pasión. Demasiada, quizás. Y en ese todo, el fútbol es sin dudas el rey.

River y Boca son los equipos que más aficionados reúnen a lo largo y ancho del país. Pese a nacer como un clásico de barrio en La Boca, el viejo puerto de Buenos Aires, estos dos clubes poseen una representación de aficionados realmente federal, lo cual lo distingue bastante del resto de los clásicos locales e internacionales, mayormente circunscritos a ciudades o barrios específicos. Un River-Boca es un clásico nacional, y por ende una cuestión nacional. Nunca había ocurrido que ese clásico llegara a la final del torneo continental más importante. La locura que esto desencadenaría era, en algún punto, predecible.

El partido revancha a disputarse en el estadio de River Plate tras el 2-2 en la Bombonera terminó en pesadilla. Una supuesta represalia de la barra brava local tras ser excluida de un negocio millonario de reventa de entradas terminó en una emboscada al micro del equipo visitante el cual resultó apedreado al punto tal de destruir varios de sus cristales, produciendo algunas heridas menores a parte del plantel, el cual quedó comprensiblemente inhabilitado para jugar. La policía, cómplice o negligente, sirvió en bandeja a la delegación visitante en una inmejorable curva de 45 grados en el umbral de la diagonal que desemboca en los accesos visitantes del Estadio Monumental.

Esa tarde de furia, además, hubo aficionados sin entradas que lograron entrar al estadio, así como otros que ticket en mano quedaron afuera, junto a otros tantos que fueron tan solo a husmear en los alrededores. El partido se dilató varias horas hasta que se pospuso hasta el día siguiente, cuando, apenas abiertas las puertas del estadio se determinó suspenderlo hasta nuevo aviso. Dos intentos de partido frustrados. Dos operativos de seguridad desplegados en vano. Más de 60 mil hinchas movilizados dos días consecutivos para partidos inexistentes. Todo un país en vilo en un fin de semana para el olvido. Un drama bien argento.

No conformes con el culebrón que se vivió en esas horas, los días posteriores fueron una delicia. River pidiendo que se reprograme el partido en su estadio desligando responsabilidades hacia la policía, encargada de controlar las adyacencias del estadio y el desplazamiento de la comitiva visitante. Boca, a su vez, pidiendo la descalificación de River y rogando ser coronado campeón a través de una resolución administrativa. Ciudades de todo el mundo ofreciendo, mientras tanto, sus estadios para recibir la final truncada a cambio de sumas millonarias para llevar este mítico partido de futbol a sus tierras. ¿Cómo no va a estar en crisis la ficción argentina? No hay serie o novela capaz de siquiera empatar esta trama. Contra esto no se puede competir señores.

En el capítulo final de este culebrón…¡ohhh, vaya sorpresa!. Se decide que la final de la Copa Libertadores de América se juegue en el Estadio Bernabéu del Real Madrid. Sí, la final del torneo que homenajea en su nombre a los próceres que supieron cortar los lazos coloniales con la madre patria se va a jugar en… la capital de la madre patria. Decir que esto es insólito es quedarse corto. Ni el realismo mágico de García Márquez fue capaz de tanto. A nuestro amigo sueco deprimido le podemos decir, entre tanto, que se venga para Sudamérica, que se venga para la Argentina. No podemos prometerle ser feliz en absoluto, pero aburrirse… ¡jamás!.