La corbata

Por Tuestilistaonline

 

María Guimeráns
Menuda pinta. Estos días ha caído en mis manos una foto de un fin de año de mi adolescencia. Allí estaba yo, con mi amiga Elisa, las dos cogidas del brazo y riéndonos no sé de qué, porque si reparáramos en la facha que llevábamos, más que reír, yo creo que nos pondríamos a llorar. No sólo resultaba evidente que lo de los tiros largos no iba con nosotras: estaban también esos recogidos, con mechones sueltos pretendidamente improvisados, pero tan milimétricamente colocados que parecíamos salidas de un baile de María Antonieta.
En fin, ¿quién no tiene una foto que hubiera querido no haberse hecho nunca?

Y es que el peligro del ridículo acecha, queridos lectores, y no sólo para las mujeres; también para los hombres. Vale que ellos tienen más fácil lo de pasar inadvertidos -habitualmente no se hacen recogidos ni se pintan como una puerta- pero también se les nota cuando llevan traje y corbata por imperativo legal.

Volvamos a mi foto de adolescencia. En el centro de la imagen, mi vieja amiga y yo, paradójicamente contentas a pesar del nido de cigüeña que soportábamos sobre los hombros. Vista a la derecha. Un espontáneo hace aspavientos con la corbata anudada a la cabeza…como os podéis imaginar, no es Rafa Nadal jugando al tenis con la cinta que habitualmente recoge su sudor millonario. Al contrario, es la figura masculina que no puede faltar en ninguna celebración que se precie.

Desconozco si siempre es el mismo tío que va de fiesta en fiesta, o si se trata de un síndrome extendido que se agudiza con la ingesta de alcohol; el caso es que la corbata siempre acaba en la cocorota. La cosa va más o menos así: puede permanecer anudada al principio, pero a partir de la segunda cerveza, comienza a aflojarse. Con el paso de la cerveza a la copa, el nudo desaparece y la prenda cuelga del cuello cual bufanda. Y en el momento en el que la lengua empieza a patinar, la corbata ya se ha subido a la frente. Y existe todavía una versión más aguda de este síndrome. Sucede en algunas bodas y precisa de la intervención de unas tijeras. Si además, la prenda en cuestión es una corbata corta tocada con un brillante, el espectáculo podría dañar vuestra sensibilidad. (Explicación para los despistados: los invitados al bodorrio van cortando trozos de la corbata del novio, previo pago de una cantidad indeterminada).
Afortunadamente, muchos hombres saben llevar este complemento con elegancia, no sólo en las ocasiones especiales, sino también en el día a día.

Y otros muchos –cada vez más- optan por no ponérsela nunca, una decisión inteligente si uno no se siente a gusto.

Aún así, cientos de millones de caballeros de todo el mundo lucen corbata diariamente. Lo que casi ninguno sabe es que esta prenda es originaria de los Balcanes, aunque se puso de moda –como tantas otras- en Francia. Allí llegaron en el siglo XVII los mercenarios croatas, con su tradicional “hrvatska” al cuello: una tela blanca anudada en forma de rosa con los extremos colgando. El complemento causó furor entre los galos, que la adoptaron bajo el nombre de “cravate”. El nudo que ahora conocemos se lo debemos a los ingleses, que lo simplificaron allá por el siglo XIX. Y desde entonces hasta ahora, la corbata sigue siendo signo de distinción y de elegancia… si se lleva al cuello, claro.