La corbata y el anillo

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Esta semana comenzaba la fiesta y Bárcenas acudía a declarar ante el juez Ruz en la Audiencia Nacional. Y antes de comenzar a cantar la Traviata, a entregar pendrives comprometedores y que en los pasillos del Congresos se comenzara a hablar siquiera de una posible moción de censura contra Rajoy, Bárcenas era trasladado en furgón. Y lo hacía sin cordones, sin cinturón y sin corbata, siguiendo el protocolo antisuicidio de instituciones penitenciarias.

Pero lo que le llamó poderosamente la atención fue que un gesto de Bárcenas: que le pidiera prestada una corbata a su abogado. Desconoce cómo fue el trámite. Si el letrado ya la trajo consigo o no de casa, si le preguntó antes de qué color iba a vestir el detenido –con lo elegantón y lo suyo que debe de ser ese hombre para vestir- o si le trajo varias a elegir y si éstas fueron o no de su agrado. Pero es el gesto, la elegancia, la pose. La clase y la seguridad que nos confieren los objetos que ellas, que ustedes, llevan a diario. La marca, el universo que construyen, lo que dicen de nosotros.

Ya ven, la calaña del personaje que le ocupa, la credibilidad que puede tener o no –al menos, minarla es la única baza que le queda a este arrinconado gobierno de sainete- y quería sentirse un ser respetable a la hora de declarar. Sentirse digno, un igual ante uno de los jueces estrellas del momento.

Pero Ruz también tuvo otro gesto: hacerle esperar. Prefirió tomar declaración previamente  a unos detenidos acusados de blanqueo de capitales durante el fin de semana. Gestos. Objetos.

Esto le hizo pensar sobre las cosas sin las que ella jamás saldría de casa. Además de las obvias: cartera, reloj, móvil, gafas de sol, le sorprendió ser rehén de un anillo de acero inoxidable en su dedo anular izquierdo. Un anillo grande y pesado que le otorga seguridad, ya ven. Sin el que se siente desnuda. Un regalo de su cuñada de hace mil Navidades y que a ella se le antoja un abrazo de dos cuerpos entrelazados. Le gusta lo que ese anillo dice de ella. Sencilla, fría, cálida, justa. Ni libre ni ocupada, como reza Sabina. Ya saben, adora jugar al despiste.