Hoy que se encuentran en la mira de la justicia por lo menos seis exgobernadores: Andrés Granier, de Tabasco; Tomás Yarrington, de Tamaulipas; Armando Reynoso Femat, de Aguascalientes; Narciso Agúndez, de Baja California; Juan José Sabines, de Chiapas, y Marco Antonio Adame, de Morelos, es momento de reflexionar seriamente sobre el cáncer de la corrupción que devora al país.Profundas raíces en la época colonialCon profundas raíces en la Nueva España y abonada sin descanso después de la Independencia, la corrupción no ha dejado de florecer en México durante casi cinco siglos, al margen de ideologías y programas políticos de los distintos partidos que lo han gobernado.Sobran pruebas de que la corrupción anidó en el país durante los 300 años del dominio español. En contraparte, abundan los testimonios de antiguos cronistas sobre la vocación de honradez en las sociedades prehispánicas y la severidad con que se castigaba en ellas a los funcionarios corruptos.Con alternancia o sin ella, la corrupción avanzaCuando se descubren casos de corrupción en algún gobierno, los partidos políticos de oposición aprovechan para criticar a los gobernantes en turno y al mismo tiempo prometer honestidad, pero luego que estos partidos ascienden al poder, no hacen otra cosa que solapar las mismas anomalías que antes combatieron.De esta manera, la alternancia registrada en diversos estados de la República demuestra una vez más que la honestidad no es una cuestión de gobiernos ni de partidos políticos, sino de personas, independientemente de su ideología, militancia o simpatías partidistas.Lejos de que la alternancia haya incidido en la solución del problema, existe la percepción nacional e internacional de que éste avanza.Los planes contra la corrupción sólo han servido de banderas electorales. Entre las medidas planteadas para combatirla destacan aumentar el sueldo de los empleados públicos, inculcar valores de honradez a los niños, agilizar la administración pública mediante innovaciones tecnológicas, mejorar los sistemas de información y quejas y promover la participación ciudadana en el gobierno, pero nada de esto ha funcionado.Consecuencias de la corrupciónEl problema no sólo tiene consecuencias económicas, debido al desaliento de las inversiones, sino también políticas y sociales. Un gobierno notoriamente corrupto pierde imagen y tiende a caer, mientras que una sociedad acostumbrada a resolver sus problemas por la vía del cohecho, del embute o la "mordida", difícilmente mejorará sus niveles de bienestar y justicia, porque sus relaciones estarán viciadas de principio.La impunidad alienta prácticas corruptasImportante es advertir que la mayoría de quienes se involucran en actos de corrupción lo hacen porque sienten que no serán castigados, es decir, que su falta, si así la consideran, quedará impune para siempre, porque así han quedado las de otros funcionarios y las de muchos amigos y conocidos.Si alguien ve que tal o cual funcionario se enriqueció de la noche a la mañana en el ejercicio público, y lejos de que alguien lo llame a cuentas se le ve gozando de prestigio y reconocimiento social, ese alguien y muchos más querrán hacer lo mismo.Por ello es necesario reforzar el sistema de justicia para que no queden impunes los delitos de cualquier tipo, específicamente los relacionados con el manejo deshonesto de los fondos públicos.Imagen: Decomiso de billetes en Tabasco (Excélsior).