Parece más que evidente que los mismos trucos que empleó el partido de Durán y Lleida para apropiarse del dinero europeo destinado a la formación de desempleados lo han practicado el PP, el PSOE e Izquierda Unida, entre otros. Jorge Vestringe denunció hace algunos días que cuando él estaba al frente del PP existía un departamento dedicado a falsificar facturas de cursos de formación para que el dinero fluyera hacia el partido. En Andalucía, donde la corrupción ha alcanzado el máximo nivel y la mayor sofisticación de toda España, los cursos de formación encierran un escándalo mucho mayor que el descubierto de los EREs y han servido desde hace décadas para financiar a los partidos, a los sindicatos, a la patronal y a no pocos sinvergüenzas.
España entera está llena de clanes corruptos y enriquecidos por el poder, como el de los Pujol, y chanchullos ocultos como el descubierto en Unió Democrática de Cataluña, pero están tapados y silenciados porque muchos políticos funcionan como una verdadera mafia.
Hay centenares de andaluces que, aunque carezcan de pruebas tangibles, podrían jurar ante un juez que muchos de los cursos del programa FORCEN utilizaban los mismos métodos que ha utilizado Unió para sustraer y desviar el dinero europeo hacia partidos y chorizos con licencia para robar. Algo parecido debe haber ocurrido en otras muchas autonomías de España, donde el robo se ha convertido en algo normal, gracias a que lo practican de manera intensa y asidua unos políticos, que han olvidado su obligación de ser ejemplares.
Mientras se mantengan la omertá y el silencio, los políticos seguirán cubriéndose unos a otros y los juzgados serán lentos en tramitar expedientes, muchos de los cuales se quedan olvidados y con pruebas perdidas. El sistema protege a los canallas y el fin último en política no es ya el servicio al ciudadano ni el respeto al bien común, sino el poder en si mismo, con sus privilegios y ventajas, con sus licencias para la rapiña, la arbitrariedad y el abuso.
Así es nuestra España, una inmensa pocilga construida por unos dirigentes políticos que se han apoderado del poder en un gran país, cargado de Historia y de gestas, sin que merezcan siquiera gobernar una asociación de vecinos en un bloque de pisos en los suburbios.
Artur Mas, la familia Pujol, Durán y Lleida y otros muchos catalanes adscritos a la gran corrupción saben que todavía pueden parar el gran río de denuncias de corrupción que se les viene encima. Sólo tendrían que renunciar al referendum soberanista y reintegrarse a la casta,formando parte de nuevo de la gran conspiración de la sociedad.