Además de la transparencia en la gestión pública (publicidad sin restricción de todos los procedimientos) y del control riguroso de cuantas cuentas administren fondos procedentes del dinero de los contribuyentes (constantes auditorías internas y externas y conocimiento público de ingresos y gastos reales), quedaba claro que sin una profunda regeneración cívica el problema no quedaría resuelto completamente. Era imprescindible –insistíamos- una “tolerancia cero” frente a cualquier forma de corrupción, independientemente su tamaño, si la voluntad es la de extirpar definitivamente ese mal de nuestra sociedad. Sorprenderse y alarmarse por la “alta” corrupción y consentir y silenciar la de “baja” intensidad (pecata minuta) como si fuera, por su insignificancia, algo inevitable y normal, es “engordar” un fenómeno que crece en descaro y avaricia, precisamente por esa “complicidad” con que es tolerada en nuestro entorno más cercano. Cortar de raíz lo que alimenta desde su nacimiento la corrupción en el tejido social es cercenar las posibilidades de que esta hidra crezca insaciable hasta alcanzar el tamaño de esos casos de corrupción que hoy tanto nos preocupan y alarman.
Justo en estos tiempos en los que la austeridad es una necesidad vital para la prestación de los servicios públicos a que estábamos acostumbrados, debemos extremar la vigilancia ante las sospechas de corrupción y exigir la transparencia y el control que venimos reclamando.
Pero queda un paso más. Resta nuestra responsabilidad en la elección de nuestros representantes en la política. No podemos ni debemos confiar ciegamente en personas que ni siquiera ocultan su intención de aprovecharse de las instituciones cuando las conquisten en virtud de su trayectoria histórica y personal. Entre tanto no se permitan las listas abiertas de candidatos, deberemos ser exigentes y escrupulosos a la hora de votar en unas elecciones, sean generales o parciales. Si ningún candidato merece nuestro respaldo, el voto en blanco –no la abstención- sería la opción apropiada para expresar nuestro rechazo y nuestra desconfianza por la oferta electoral. Una mayoría de votos en blanco obligaría a repetir las elecciones y sustituir a los candidatos.
De ahí que, en conclusión, debamos exigir mayor control y absoluta transparencia en la esfera de la política y la gestión pública, regeneración cívica en la manera en que nos comportamos colectivamente y responsabilidad individual en la elección de las personas en quienes depositamos nuestra confianza en las urnas. Del compromiso que asumamos en cada uno de estos niveles de responsabilidad, dependerá la permanencia o erradicación de la corrupción de nuestra sociedad. Es un asunto complejo y difícil que demanda nuestra atención. No miremos hacia otro lado y luego nos sorprendamos con la aparición de un nuevo caso. Usted será tan responsable como el que vacía sus bolsillos.