La Corte Interamericana de Derechos Humanos: El Hogwarts latinoamericano

Por Jrnh


  Como toda crítica culturológica, ésta no incide necesariamente en el funcionamiento de la institución en cuestión, sino en el imaginario colectivo que se va generando en determinada cultura a partir de la operatividad de dicha institución. En este caso la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) –aunque en realidad debiéramos hablar del Sistema Interamericano de Derechos Humanos- constituye un conjunto de ideas e imágenes en el operador jurídico de la región que es digno de analizarse.
 Ya algunos autores han insistido que el derecho compone un sistema de normas que detonan ciertas actividades en el ámbito social, pero también existe un componente aspiracional, desde Platón en el denominado Mito de la Caverna hasta el concepto de evocatividad del derecho e Carl Sunstein o la Constitución como cultura de Häberle, es claro que existe una proyección social sobre lo que nos gustaría se ordenara, se tutelara, se castigara e incluso se premiara, todo este universo de expectativas jurídicas se entremezcla con otro tipo de expectativas sociales, morales, intelectuales, etc.; incluso podríamos hablar de un umbral de satisfacción social, es más, podría analizarse que sucede cuando ese umbral no se supera, en fin, que en este caso específico utilizaremos a la CIDH como un ejemplo para hacer el ejercicio que hemos esbozado y para ello lo haremos pensando en el caso mexicano.
Ciertamente México ha tenido presencia en el Sistema Interamericano y especial en la Corte desde hace algunos años, pero el boom se dio a partir de las reformas de junio de 2011, cuando supuestamente se constitucionalizó el tema de los derechos humanos, aunque es evidente que este tema ya estaba desde antes en la Constitución, sin embargo fue en 2011 cuando comenzaron a abundar los foros, los cursos y las publicaciones en este tenor, la sensación era que un nuevo ordenamiento iba a regir en nuestro país y que era necesario conocer sus reglas de operación, de ahí iniciaron los debates sobre los Tratados Internacionales, sobre su ubicación en la jerarquía normativa, sobre número, sobre su naturaleza, sobre su contenido, sobre las reglas para su interpretación, etc., etc.; pero también dio inicio una gran preocupación por los organismos encargados de aplicar esta nueva normatividad, seguramente fue el Caso Radilla –aunque hay otros muchos casos que involucraron a México- el que empeoró/mejoró las cosas, una condena al Estado mexicano sonaba a algo importante, esta sentencia provenía de la CIDH, eso propició en el imaginario del abogado mexicano el surgimiento de una serie de expectativas que han llevado al operador jurídico de este país desde la euforia hasta la ansiedad.
La CIDH parece un lugar lejano, mítico en el que se definen y se da contenido a los derechos humanos, parece hasta cierto punto un castillo en el que se establecen hechizos y se hace magia para dotar de misticismo lo que de ahí sale, la sesión especial que la Corte realizó en el país contribuyó aún más a esto, pues como en un comicoon los fanáticos pudieron finalmente estar en contacto con sus ídolos y mirar como la magia si es posible.
Jan Assman, importante egiptólogo ha demostrado como en la cultura occidental ha permeado la idea de justicia proveniente de la mitología egipcia, en un juicio deben coincidir tres elementos representados en dos deidades que componen un matrimonio: Maat y Toth, la primera diosa de la justicia, el segundo dios de la magia y la escritura; el proceso está enmarcado por un texto mágico que sólo puede ser leído por un mago quien los actualiza, o quien por medio de la enunciación de fórmulas mágicas castiga, premia o indemniza a los actores del juicio.
Los derechos humanos han adquirido una dimensión sobrenatural que les viene de la búsqueda incesante del ser humano de “superioridad”, de “justificación” por cierto de la misma raíz de justicia, esta búsqueda en la filosofía clásica es irrenunciable (heurística) y necesaria de ahí la parte aspiracional del derecho, el peligro es no distinguir entre la expectativa y la realidad o pensar que se ha llegado a lo más alto cuando en realidad seguimos en el camino.