La Costa Amalfitana

Por Mteresatrilla
La carretera SS163 amalfitana, conocida con el nombre de Nastro Azzurro (o cinta azul) está considerada una de las más bellas del mundo. Ese tramo de costa del Golfo de Salerno, bañado por el Mar de Tirreno es uno de los paisajes más imponentes que podemos encontrar en el Mediterráneo. Así lo consideró la UNESCO y en 1997 incluyó la Costa Amalfitana en la Lista del Patrimonio Mundial.

La zona abarca más de 11.000 hectáreas y 16 municipios: Amalfi, Atrani, Cava de’ Tirreni, Cetara, Conca dei Marini, Furore, Maiori, Minori, Positano, Praiano, Raito, Ravello, Sant’Egidio del Monte Albino, Scala, Tramonti y Vietri sul Mare.
CÓMO VISITAR LA COSTA AMALFITANA
En nuestro caso, visitamos la Costa Amalfitana desde Nápoles. Desde allí cogimos el tren circumvesuviano y tras una hora de viaje nos plantamos en Sorrento. En la misma estación de Sorrento compramos el billete Unico Costiera 24 horas que nos permitiría utilizar todos los autobuses de la compañía Sitabus que realizan el trayecto por los pueblos de la costa. Sólo nos hizo falta cruzar la calle y allí ya estaba esperando el autobús que va a Amalfi vía Positano. Primero circulamos por la SS145 y después por la famosa SS163, una carretera colgada de precipicios, muy estrecha y con curvas cerradas, pero con unas vistas espectaculares.

A lo largo de los siglos, los agricultores han convertido en una obra de arte los viñedos en terrazas y los huertos con limoneros, naranjos y olivos mientras que las casas, pintadas de varios colores, desafían el vértigo mirando al mar.

Los 56 kilómetros entre Sorrento y Salerno se pueden hacer muy largos según en que época del año se viaje. Nosotros descartamos la idea de alquilar un coche y decidimos ir en bus porqué es muy complicado aparcar en todos estos pueblos. La frecuencia de buses no es tan elevada como debería ser teniendo en cuenta la cantidad de gente que utiliza el transporte público, y es porqué se quedan también atrapados en los atascos, lo que hace que los desplazamientos puedan ser eternos a pesar de los escasos kilómetros que separan un pueblo de otro. Hay que armarse de paciencia y aprovechar para admirar con calma el decorado que se nos presenta ante nuestros ojos.En temporada alta, una buena opción es hacer algún trayecto en barco, por ejemplo desde Positano a Amalfi o viceversa. Las compañías Gruppo Battellieri o Travelmar ofrecen este servicio.

Para visitar con calma la Costa Amalfitana, lo ideal es dedicarle mínimo una semana, un solo día como hicimos nosotros es muy justo y te obliga a descartar varios de los 16 pueblos.
POSITANO
Es la primera localidad amalfitana que se encuentra partiendo de Sorrento. Desde la carretera, una escalera va zigzagueando entre el laberinto de casas con fachadas de colores, macetas de flores y pequeñas tiendas, hasta llegar al mar. Es quizás el pueblo más pintoresco de la costa pero su patrimonio es muy inferior al de Amalfi o Ravello. La Iglesia de Santa María Assunta es el edificio que tiene mayor interés.
Tras una breve parada en PRAIANO nos dirigimos a AMALFI. Pasamos por FURORE, una playa diminuta donde cada año se realiza un concurso de saltos, al que acude gente de todo el mundo para tirarse desde el puente que cruza el fiordo. 




AMALFI

El autobús para en el puerto, junto a los espigones. La plaza está dedicada a Flavio Gioia, a quien se atribuye de forma dudosa el invento de la brújula. La primera línea está ocupada por tiendas de recuerdos, restaurantes y oficinas turísticas. Desde el espigón sobresale la torre de la catedral entre los tejados, rematada con sus arcos trenzados, sin duda, el monumento más importante de Amalfi y de toda la costa. 


Entramos por la Puerta de la Marina en dirección a la catedral. La magnífica Catedral de Sant’ Andrea es muestra del pasado glorioso de Amalfi. Fue en el año 337 cuando una tempestad obligó a las naves en las que viajaban algunas familias de patricios romanos de la región de Lazio, a quedarse en lo que hoy es Scala, una pequeña localidad junto a Amalfi.Decidieron asentarse allí y Amalfi creció rápidamente, de tal manera que llegó a alcanzar los 70.000 habitantes, actualmente tiene unos 5.500. En 1343 sufrió un gran terremoto que la hizo prácticamente desaparecer.


En 839 se independizó del Imperio Bizantino teniendo incluso una propia moneda, el tari. Nació así, la primera República independiente de la Península Itálica y su área de influencia se extendía desde Nápoles hasta Salerno. La República de Amalfi fue la primera en restablecer las rutas comerciales entre Oriente y Occidente tras la caída del Imperio Romano, antes de que lo hicieran Génova o Pisa.La Piazza del Duomo es pequeña y se encuentra abarrotada de gente. En tan reducido espacio, la fachada de la catedral aparece imponente tras la magnífica escalinata.Observando la bellísima fachada, llama la atención la influencia árabe y bizantina. Su origen se remonta al siglo IX, aunque fue reconstruida en 1206 en estilo árabe normando de tipo siciliano y remodelada en el siglo XIX.




El lugar con más encanto es el Claustro del Paraíso, construido entre 1266 y 1268 como panteón de hombres ilustres de Amalfi. Es aquí donde más se notan las influencias orientales.

Del claustro se pasa a la Basílica del Crucifijo, un museo de objetos religiosos. Bajo la basílica, se encuentra la Cripta, construida en 1206, completamente decorada con frescos y con una gran imagen de San Andrés en el altar, así como algunas reliquias del santo -la cabeza y huesos- del que fuera el primer discípulo de Jesús. Estas reliquias llegaron a Amalfi el 8 de mayo de 1208, día que se sigue conmemorando este hecho.

Precio: La visita es gratuita en horas de servicio. Fuera de estos horarios, se accede por el claustro y la entrada cuesta 3€.
Desde la catedral, seguimos por la calle más comercial, la Vía Lorenzo d’Amalfi, llena de tiendas de recuerdos, especialmente todo aquello relacionado con los limones, desde jabones, perfumes, caramelos, turrones, licor limonetto… En algunas fruterías tienen expuestos unos limones del tamaño de un melón!! También hay mucha oferta de cerámica pintada a mano, típica de la zona.

Hay piezas preciosas, con mucho colorido donde abundan los dibujos de frutas, flores o imágenes de la Costa Amalfitana, desde grandes platos y jarrones hasta incluso mesas de cerámica. Uno de los más famosos centros ceramistas de la Costa es Vietri sul Mare donde se pueden visitar algunos talleres.

La Vía Lorenzo d’Amalfi es una calle estrecha, sus pórticos encalados esconden rincones pintorescos y estrechos pasajes con escaleras que conducen a las viviendas. La calle cambia de nombre y pasa a llamarse Vía Pietro Capuano que acaba en la Piazza Spirito Santo.


RAVELLO
Tras la visita de Amalfi, vamos a esperar el bus para dirigirnos a Ravello. Los horarios que hay colgados de poco sirven ya que no se cumplen ni por casualidad. Por fin llega el bus y debido a la gran cantidad de gente que se ha reunido, algunos ya no caben y les tocará esperar un buen rato hasta el siguiente.La carretera extremadamente empinada sube por el Valle del Dragone hasta la pequeña localidad de 2500 habitantes. Es pueblo de interior, a 350 metros sobre el nivel del mar y con unas vistas increíbles. Ravello es limpio, elegante y bien arreglado. Por aquí han pasado personajes célebres como Wagner, Dalí o Greta Garbo.
Igual que Amalfi, Ravello también tuvo su época de esplendor, tal como reflejan los palacetes y edificios de influencia árabe-siciliana y especialmente las grandes villas con elegantes jardines.
El punto de partida es la Piazza Vescovado, donde se encuentra la Catedral dedicada a San Pantaleón, en la que se conserva un relicario con la sangre del santo que, según dice la tradición, se licúa cada 27 de julio, el día en que se celebra el martirio del santo. Se construyó en el siglo XI con el soporte económico de la familia Rufolo, sufriendo varias restauraciones a lo largo de los siglos. Su fachada blanca tal como la podemos ver actualmente corresponde a la restauración de 1931. La torre de la campana es del siglo XIII.

Frente a la Iglesia, los restos de la Villa Rufolo que vamos a visitar (5€).Se construyó en el siglo XIII por Nicola Rufolo, un adinerado comerciante y fue residencia de papas y miembros de la realeza. Fue pasando a manos de sus sucesores y a mitad del siglo XIX la compró el noble escocés Francis Nevile Reid quien llevó a cabo una profunda restauración.

Se accede a través de una torre del siglo XIV. Son famosos sus jardines en diferentes niveles con unas vistas espléndidas sobre el Golfo de Salerno y que inspiraron a Richard Wagner para componer algunas de sus obras. El compositor recrea allí el jardín mágico Klingsor en su ópera Parsifal.


Cada año se celebra un Festival Internacional de música clásica que tiene lugar en los jardines de la Villa Rufolo.



Partiendo de la misma Plaza de la Catedral, por la Vía Santa Chiara seguimos un agradable camino que conduce hasta la Villa Cimbrone, pasando por el Monasterio de Santa Clara.Villa Cimbrone es actualmente un hotel de lujo pero hay la posibilidad de visitar los jardines, el claustro y la cripta, previo pago de 7€. Los jardines fueron diseñados por un aristócrata de Yorkshire cuando en Ravello frecuentaban las clases altas británicas.



Las mejores vistas de la Costa y el Golfo de Salerno se obtienen desde la terraza de las estatuas clásicas, una maravilla, lástima que el día empeoró y el cielo estaba muy gris. Parece ser que éste era el lugar escogido por Greta Garbo para citarse con su amante.





Tras esperar un largo rato el autobús de vuelta a Amalfi aguantando un frío gélido por fin llega y nos sentamos en primera fila cuyo trayecto se vive como una película de humor a la italiana. Una vez llegamos a Amalfi, la idea es coger el autobús de vuelta a Sorrento pero hay una cola de tres semanas y encima empieza a llover. El primer autobús se llena y nos quedamos esperando el siguiente. Viajamos como sardinas y tenemos que ir de pie hasta Positano donde baja mucha gente. El trayecto se hace eterno, dos horas y media para recorrer los 33 kilómetros que separan Amalfi de Sorrento.  
Cambiamos los planes de quedarnos en Sorrento. Estábamos cansados y con ganas de regresar a Nápoles con lo que dejamos la visita para dos días más tarde al regreso de Capri.
SORRENTO
No pertenece a la Costa Amalfitana pero, junto con Salerno se pueden considerar sus dos puertas de entrada.Llegamos a Sorrento en aliscafo desde la Isla de Capri, por lo que nos recibió Marina Grande, la antigua aldea de pescadores. Tras dar una vuelta por el puerto, cogimos el ascensor que por 1€ sube al centro de la ciudad. El ascensor sale junto a la Iglesia de San Francesco que tiene un interesante claustro en el que de julio a septiembre se suelen realizar conciertos. El origen del monasterio es del siglo VIII y el claustro es del siglo XIV con modificaciones posteriores. Muchos de los elementos proceden de antiguos templos paganos de la península sorrentina. 

Seguimos hacia la Plaza de San Antonino, donde se encuentra la iglesia dedicada a este santo, el patrón de Sorrento. En este mismo lugar ya se encontraba un oratorio dedicado al santo en el siglo IX. En su interior se puede ver un gran pesebre de la escuela napolitana de Sammartino. EL cuerpo del santo se custodia en la cripta. También se guardan unos huesos de ballena que representan uno de los milagros que realizó el santo, cuando sacó sano y salvo a un niño del interior del animal.
El punto más animado de la ciudad es la Piazza Tasso y alrededores. Se trata de una gran plaza llena de restaurantes que divide en dos el Corso Italia, la calle con más esencia de Sorrento. La estatua corresponde a Torquato Tasso, famoso poeta hijo de la ciudad que da nombre a la plaza.


Visitamos la Catedral dedicada a San Filippo y Giacomo. Se construyó en el siglo XI pero se reconstruyó en el siglo XV en estilo románico. En su interior destaca un precioso trono arzobispal de mármol y la marquetería del coro y de las puertas, artesanía típica sorrentina.



El mejor museo de la ciudad es el Museo Correale (Via Correale), en el antiguo Palazzo de los Correales. Se exhiben varias piezas de arte napolitano de los siglos XVII y XIX y numerosas piezas de porcelanas orientales y europeas.
Pasear por el Corso Italia es también empaparse de arte. No nos quedemos mirando sólo los escaparates de sus múltiples tiendas, porqué cuando levantemos los ojos hacia arriba descubriremos maravillosos detalles en muchas de las fachadas de los palazzos.