La costilla de Adán. Antonio Manzini

Por Mientrasleo @MientrasleoS

     "Eran días de marzo, días que regalaban destellos de sol y promesas de la primavera que estaba por venir. Los rayos, aún tibios, incluso fugaces, colorean el mundo e invitan a la esperanza.
     Pero no en Aosta.
     Había llovido toda la noche, y las gotas de aguanieve habían martilleado toda la ciudad hasta las dos de la madrugada. Luego la temperatura había descendido varios grados y claudicado ante la nieve, que cayó en pequeños copos hasta las seis, cubriendo calzadas y aceras."
      Cuando leí el primer libro de Manzini, Rocco Schiavone, su protagonista me ganó a golpe de incorrecciones. Alejado de su querida Roma, recluido en un lugar frío y, para él y sus zapatos, inhóspito disparaba más dardos verbales que balas, convirtiendo su carácter misógino y pendenciero en una seña de distinción francamente divertida. Por eso cuando vi que salía su segunda novela no me lo pensé. Y cuando descubrí el acierto de la editorial al colocar unos zapatos Clarks en la cubierta, me traje el libro a casa con una sonrisa anticipada. Hoy traigo a mi estantería virtual, La costilla de Adán.
     Una mujer acude a la casa en la que trabaja y encuentra todo revuelto, cree que han robado. Cuando acude Rocco al lugar encuentra a la propietaria ahorcada colgando de la lámpara y el piso revuelto. Rocco habla con un atribulado marido y comienza una investigación en la que hay cosas que parecen no cuadrar mientras su vida personal se ve sacudida por demonios del pasado.
     Manzini se mueve en esta ocasión en dos líneas: una primera que es el caso que Rocco tiene por delante para investigar, y la segunda que será ese fantasma del pasado que nos servirá además para conocer un poco más a Schiavone y las circunstancias que le hicieron terminar en un lugar como Aosta. El autor evoluciona a un protagonista que parece más adaptado al lugar y sus gentes de lo que está dispuesto a reconocer, y quizás por eso en algún momento él mismo se cabree aún más. Deslenguado, machista, pendenciero y con una línea legal un tanto difusa, es un personaje con estilo propio que se disfruta desde las primeras páginas con una sonrisa en los labios. Porque sí, a mi me hace reír con sus salidas de tono y su carácter permanentemente en queja. Y también, para qué negarlo, pensando en la paciencia que han de tener quienes le tratan a diario para no sucumbir a los deseos de estrangular a alguien tan impertinente. Porque no le gustan los regalos, ni los niños, ni los asesinatos, ni las fiestas, ni la gente... y no es capaz de mantener cerrada la boca.
   
     La trama es bastante sencilla y el autor no parece esforzarse demasiado en complicarnos la vida a la hora de buscar al culpable, ya que parece quedar como una simple excusa para seguir desarrollando y evolucionando a su personaje principal. De hecho salimos de este libro conociéndolo mucho mejor, incluso con la sensación de empezar a apreciarlo. No obstante tengo que decir que es entretenida y está bastante bien rematada, sin flecos molestos. La segunda línea argumental, bastante más dura en el fondo y superficial en cuanto al número de hojas dedicadas, es un derechazo al lector y al propio protagonista que se convierte en un acierto que otorga ese golpe de agilidad a un argumento hasta ese momento tranquilo. Al igual que ya sucediera en Pista Negra, esta segunda línea más personal, es incorrecta, más violenta (en este caso en el sentido más estricto de la palabra) y con un trazo mucho más personal.
 
     Antonio Manzini nos deja una segunda entrega protagonizada por Schiavone francamente entretenida que finaliza con la promesa de una saga a la que le queda mucha vida por delante. Muchas veces me he quejado de los detectives o inspectores que protagonizan las novelas negras y que parecen partir ya desgastandos por el uso incluso en las primeras entregas. Bien, aún quedan autores capaces de demostrar lo contrario.
     Y vosotros, ¿cuál es vuestro detective de ficción favorito?
     Gracias