La creencia y el hábito en hume

Por Josep Pradas

La mayor parte de las consideraciones de Hume sobre la creencia y su relación con el conocimiento se hallan en su Tratado sobre la naturaleza humana (libro I, parte III, secciones 7, 8 y 10). A partir de esto se derivarán otras consideraciones sobre la relación entre creencia y moralidad, religión, filosofía, etc.

El antecedente de estas reflexiones está en la psicología de la causalidad, desarrollada en la sección 5 (libro I, parte III) y principio de la sección 6, al explicar la transición desde la impresión a la idea de causa-efecto. Estas impresiones tienen dos orígenes: o son datos inmediatos de los sentidos, o se dan a través de la memoria y la imaginación, y se diferencian entre sí en que las ideas de la memoria son más vivaces que las de la imaginación, aunque sus mecanismos psicológicos sean los mismos (Tratado, I, III, sección 5).

En este contexto se definen tanto la ficción (lo producido por la imaginación) como el recuerdo (producido por la memoria, más vivaz que la imaginación y a lo que el sujeto otorga asentimiento. Y nuestra memoria contribuye al establecimiento de una conjunción constante que sirve de soporte a la idea de conexión necesaria, constitutiva de la noción de causa-efecto. Dar crédito a una repetición que se recuerda como la consecución de dos impresiones, una de las cuales se supone causa de la otra (la primera de la segunda), es el mecanismo psicológico de la causalidad, en el que interviene decisivamente la noción de creencia (ese dar crédito) (Tratado, I, III, 6).

Pero esta inferencia no está fundamentada sino en las impresiones, por cuanto que entre dos impresiones consecutivas no puede haber sino otra impresión intermedia. Pero de las impresiones no se puede inferir relación alguna entre ellas mismas, y no podemos ir más allá de las impresiones. La mente no nos permite alcanzar una relación entre dos objetos contiguos, salvo esa contigüidad en el espacio y el tiempo que se ha dado en nuestra experiencia. Todo lo que vaya más allá de la descripción de esa experiencia es una inferencia que se apoya en la creencia: creemos que hay una conexión entre dos impresiones contiguas. Es un mecanismo psicológico sin explicación lógica alguna; es una explicación psicológica que muestra nuestra respuesta frente al mundo fenoménico (sensaciones), nuestra manera de ser, nuestra naturaleza humana.

Lo anteriormente escrito es la parte preliminar de una psicología de la creencia que Hume desarrolla detenidamente, consciente de la importancia de la creencia en toda consideración epistemológica.

La diferencia entre creencia y no creencia es psicológica, en tanto que damos más crédito a una impresión más vivaz que otra, por ejemplo. La creencia no tiene nada que ver con la razón, con el razonamiento lógico: “todo lo que es absurdo es ininteligible y no es posible para la imaginación concebir algo contrario a la demostración” (Tratado I, III, sección 6), pero la razón no interviene en los procesos de inferencia causal, por lo que la imaginación puede concebir cualquier cosa, diversos efectos para una causa concreta (sólo que tiende a elegir aquella impresión más próxima a la primera). Puedo pensar que el pan me envenenará, y puedo darle crédito o no. ¿Qué mecanismo hace que yo de crédito o no a un juicio de experiencia? Sencillamente, el mecanismo de la creencia: la memoria suscita en mí una impresión más vivaz de que el pan me alimentará que de que el pan me envenenará. Ante tal vivacidad producida por una representación del pasado (nunca me ha sentado mal el pan, hasta ahora), doy mi asentimiento a una inferencia sobre la experiencia y a una expectativa sobre el futuro.

La razón no puede jamás convencernos de que la existencia de un objeto implica la de otro; así que, cuando pasamos de la impresión del uno a la idea o creencia del otro no nos hallamos determinados por la razón, sino por el hábito o un principio de asociación (Tratado I, III, sección 6).

Así, la creencia es un modo de actuar de la mente a la hora de formar ideas a partir de impresiones, en un proceso en el que interviene la memoria, de modo que esa idea originada en la creencia es determinada por un hábito, una costumbre, nuestra educación, nuestro bagaje, etc., y abre paso a la intervención de un factor de subjetividad que aleja aún más a la razón del proceso del conocimiento humano.

Una idea determinada sobre cualquier objeto (Dios, por ejemplo), será particular para cada persona, ya que las distintas creencias, producidas por la costumbre, intervienen en la formación de esa idea.

La creencia es un modo de concebir las ideas, pero no consiste ni en la naturaleza ni el orden da las ideas, que dependen de la imaginación y la percepción; la creencia es una forma de concebir las ideas y una forma de que estas afecten al espíritu (generando asentimiento, basado en un proceso psicológico). Es “algo sentido por el espíritu que distingue las ideas del juicio de las ficciones de la imaginación, las de mayor fuerza e influencia las hace aparecer de mayor importancia, las fija en el espíritu y las convierte en los principios directores de nuestras acciones” (Tratado I, III, sección 7).

En la sección 7, Hume muestra que la creencia es una forma muy vivaz de concebir ideas, tal que nos provoca asentimiento. En la sección 8, Hume examina este mecanismo, de qué principio se deriva y qué concede vivacidad a la idea por éste generada.

Hay ciertas tendencias en el espíritu que lo mueven en una determinada dirección cuando se le presenta una impresión. Esas tendencias de la naturaleza humana conducen al espíritu a otras ideas relacionadas con aquella impresión, comunicándoles una gran vivacidad, y esto ocurre tanto si las ideas tienen relación de semejanza o contigüidad con la impresión, como si esa relación se añade (como ocurre con las supersticiones o la veneración de imágenes religiosas). Por lo cual puede deducirse que la superstición interviene como factor importante en el desarrollo de las creencias: la superstición religiosa es capaz de elevar a la categoría de ideas a simples impresiones como son las ceremonias, las reliquias y las iconografías.

Contigüidad y semejanza contribuyen decisivamente a la firmeza de la vivacidad de las ideas asociadas a impresiones, en mayor grado que si las ideas son suscitadas por otras ideas. También la relación de causalidad establecida entre dos ideas o entre impresiones e ideas contribuye a aumentara vivacidad que consolida nuestra creencia.

Pero, en definitiva, la creencia no añade nada a la idea, sino que tan sólo cambia nuestra manera de concebirla y la hace más fuerte y vivaz, cosa que nos induce a descartar todo error. Una impresión, por sí misma, no permite ir más allá de sí misma, limitada a su momento presente; de una impresión no se puede derivar ninguna conclusión por sí misma, pero “puede más tarde llegar a ser el fundamento de la creencia cuando poseo la experiencia de sus consecuencias usuales” (Tratado I, III, sección 8) (recuérdese el caso de Adán, o de esas personas que nunca han escuchado el timbre de una casa y no saben qué hay que hacer cuando suena; para el caso, véase estos enlaces sobre la ignorancia de Adán y sobre el caso de los Beverly Hillbillies).

La costumbre nos induce a establecer relaciones entre impresiones e ideas, así que podemos establecer como una verdad cierta que toda la creencia que sigue a una impresión presente se deriva tan sólo de aquel origen, de la costumbre. La creencia es una sensación: cuando ya estoy convencido de un principio sucede tan sólo que una idea me impresiona más fuertemente, en un mecanismo en el que el sentimiento es decisivo. Los objetos no poseen una conexión entre sí que pueda descubrirse, y sólo la costumbre nos induce a hacer inferencias sobre las relaciones entre los objetos del mundo, la costumbre unida a la credulidad humana, que podría llegar a entenderse como una debilidad de la naturaleza humana, ya que provoca creencias que van más allá de una razonable confianza en el mundo: religión, supersticiones, etc.