La cremallera de los sueños

Por Miasteniaforever


A lo largo del cansino deambular de los siglos, muchos han sido los símbolos, físicos incluso, que han sido determinantes para un grupo social, para algunas personas que han compartido dolor o han amanecido en estado de gracia manteniéndolo por siglos.
Ciertas tribus tatúan en su rostro las líneas que demuestran su estatus y los judíos circuncidan a sus niños, por mencionar dos ejemplos ampliamente difundidos. Sin embargo, existe otra pequeña sociedad, un grupo de elegidos, que fueron tocados por la varita del destino. Y ellos son los supremos guardianes de los sueños.
Descubrieron un día que las fuerzas del mundo no les eran suficientes para realizar su labor; que necesitaban más tiempo, más esfuerzo, más poder. El día a día se les quedaba tan pequeño que, a poco movimiento que hacían, el cansancio del peso de la historia caía sobre ellos de forma inmisericorde. Fruto de su empeño en descubrir las verdades del universo forzaban su vista y su cerebro hasta sentir que la realidad se doblaba ante sus ojos, caídos por el extenuante y continuo dolor de la realidad circundante.
Sabían que podían. Estaban convencidos de que estaban llamados a un nivel superior. Consultaron a los hados, a los nigromantes, a todo aquel que se relacionaba con los claroscuros de la ciencia. Miraron y hurgaron en su mente con los más translucidos remedios; usaron las recetas que el tiempo había arrinconado en los rincones de los ajados laboratorios. Necesitaban saber la verdad.
Sus sacrificios estaban a punto de no producir el resultado deseado. Su afán por alcanzar las inasequibles cotas del poder de la historia caía en el desánimo sin observar la luz tras el camino.
Mas llegó el día de la liberación. El colectivo supo, con solo verlo a través de su diplópica mirada, que estaban ante la solución. El Arúspice lo comunicó a todos con un susurro de voz. Sí. Algo existía en su interior que debía ser removido. Una fuerza recóndita, insondable, nacía de sus entrañas, junto a su cansado corazón. Una exultante glándula, un ojo interno, un resplandor que irradiaba sus ponzoñosos aguijones hacia el mundo exterior.
Aquel habitante de sus cuerpos debía ser extirpado.
La mágica maniobra se llevó a cabo entre narcóticos vapores. El grupo vivió el duro trance de abrir sus cuerpos al hilo adormecedor del cántico de las sirenas anidadas en sus doloridas mentes pero al fin, el parásito fue arrancado de su tórax. Ahora ya podían dedicarse a alcanzar la felicidad. La propia y la de los demás. Ahora eran, de verdad, los elegidos.
Fueron saliendo, de uno en uno, tímidos aun, sin haber tomado conciencia de que ya formaban parte del más selecto de los clubes. Se miraron. En sus ideas, sus anhelos, la íntima apetencia por salir al mundo, estaba comenzando una ebullición que ya no podría ser detenida.
Alguien se asomó a las aguas de un cristalino arroyo y se dio cuenta. Allí, en mitad de su pecho, estaba la puerta de los deseos. Aquello no era una sangrienta cicatriz. Era la cremallera de los sueños.
Ya nada fue igual. Todos sabían que eran ahora fuertes e invencibles. Que el destino les tenía preparadas nuevas pruebas a las que jamás temerían. Tenían la llave. Atesoraban quimeras utópicas, ambiciones leales, deseos para compartir.
Solo tenían que pensar que todo estaba ahí. Tras la cremallera que portaban, orgullosos, junto a su corazón. Quizá un día lejano tuvieran que explicar a un niño qué era aquel costurón que atravesaba, como flecha veloz, su cuerpo curtido en mil batallas. Pero ahora sabían que podrían sonreír y contarle toda la verdad. Era su marca. Su diferencia. Su señal de identidad. Nadie sino ellos sabía dónde estaban los sueños.
(En homenaje a todos los que padecen/padecemos MIASTENIA. La cremallera de los sueños es la cicatriz de la Timectomía a la que la muchos han sido sometidos. La idea de la "cremallera" es de una compañera de AMES. Ella la llama "Cremallera de los sentimientos". Yo la apellido "de los sueños". La fuerza nos acompañará siempre. Los sueños son nuestros.)