La criminalización de la pobreza y de la clase trabajadora

Por El_situacionista

Foto de Eneas de Troya

Vivimos en una época en el que a pesar del aumento de las desigualdades sociales, del deterioro de la renta de las personas y de la retirada del Estado de Bienestar, aún conservamos una tasa de pobreza similar a la de los años de la bonanza. Este truco de magia estadística no hace sino reforzar la sensación de que la crisis –sea lo que sea que ahora mismo signifique esa palabra- es eventual y que todos nosotros volveremos a ser clase media tan pronto como pase el temporal. Sigue habiendo una barrera entre ese nosotros-medio y ese ellos-pobre que se define por quien se merece estar en la pobreza y quien no ha tenido más que un mero accidente.
Esta dicotomía no es sólo nuestra. La Fundación Joseph Rowntree británica, realizó un estudio sobre la visión del Estado de Bienestar de los votantes laboristas (teóricos votantes de centro-izquierda). En dicho estudio se mostró que los votantes del Partido Laborista estaban cada vez más convencidos que el Estado de Bienestar fomenta actitudes perezosas y que gran parte de las personas ayudadas por él están abusando de la sociedad. También había un importante grupo de votantes que pensaba que la pobreza era fruto de un fracaso personal, y no de los condicionantes sociales.
Este es el tipo de pensamiento progresista que sólo 30 años antes hubiera firmado un conservador votante de Margaret Thatcher. Visualizar que la pobreza es un cúmulo de decisiones personales mal calculadas, o un fruto de la vagancia, ayuda a que la clase media se sienta a gusto con sus ocho o diez horas de trabajo mal pagado o a que la sanidad o la educación públicas sean vistas como un nicho de colas y esperas masificadas de personas de otras procedencias.
Durante las últimas décadas la política social más extendida por los países occidentales ha consistido en un lema: Sea clase media. Se juega con las apariencias del ascensor social para explicar que cualquiera puede llegar a presidir la multinacional para la que se trabaja. Sólo consiste en dedicarse en cuerpo y alma, no protestar, ser un atrevido profesional del Siglo XXI, siempre conectado y dispuesto: el prototipo del boyscout empresarial de nuevo cuño. Hace diez años conocí a un profesor universitario que estudiaba la relación entre las élites (y no tan élites) económicas españolas y llegó a la conclusión de que con sólo diez teléfonos en la agenda de contactos este círculo cerrado podía hacer y deshacer en todos los ámbitos. No necesitan a nadie ahí arriba, por mucho que Ud., querido empleado, quiera subir.
La política de ser de clase media consiste en rebajar el salario real durante décadas y sustituirlo por el préstamo barato. Todo aquello para lo que no llegaba el sueldo tenía un préstamo asociado a bajo interés. La riqueza material se reproducía y además del coche y la casa en la ciudad, uno podía tener la segunda residencia y la moto con que tanto soñó.
Pero estos días de oro, como se les denomina ahora, fueron en realidad el abandono de una política social seria.  De hecho fue la sustitución de la política social por la política del ascensor, escenificada últimamente por las declaraciones de Mariano Rajoy afirmando que la mejor política social es el trabajo (sic). En lugar de mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora a través de una redistribución de la renta y unos mejores y gratuitos servicios públicos, el sistema actual intenta vender la idea de que la mejor manera de salir de la pobreza es ser clase media. Que los de abajo se queden como se queden, que es culpa suya. Mientras yo me salve todo estará bien. Y así pasa, que en España tenemos la tercera sociedad europea más desigual, sólo superados por Bulgaria y Letonia, esas potencias.
Tanta desigualdad está provocando el cambio en el modelo productivo del país. Si hace unas décadas el negocio empresarial y los buenos números macroeconómicos estaban ligados al crecimiento y a la producción de bienes, ahora los brotes verdes económicos y los beneficios anuales pueden seguir viniendo aún sin producir nada. Es el milagro de la economía globalizada que, como señalaba Ulrich Beck hace ya unos cuantos años en un libro suyo, permite que el ahorro en costes salariales compense (¡y de qué forma!) cualquier remodelación empresarial. Así, lo importante no es cuánto se produce, sino quién lo fabrica. Cáritas señaló el otro día que el 92% de los contratos laborales firmados en 2013 eran temporales. Se trata de la sustitución de unos empleados por otros. Al no existir especialización, cualquier trabajador no directivo puede realizar cualquier tarea y, por tanto, se puede prescindir de él tan pronto como al supervisor le parezca adecuado. Si la política social pasa por tener trabajo, y tener trabajo pasa por no tener el más mínimo percance con tu responsable directo, la pobreza ya no parece tanto un problema personal, ¿a qué no?
Lo cierto es que la sociedad ha fallado a la gente que ha caído en la pobreza. No se cae en ella sólo por decisiones personales, sino principalmente por no tener apoyos sociales o públicos. La retirada del Estado de Bienestar es evidente, y va relacionada con la decisión política –y por tanto políticamente cambiable- de pagar deuda macro en lugar de servicios sociales. Pero el mismo informe de Cáritas que referenciábamos antes habla de la tensión que la desigualdad está ejerciendo sobre las redes sociales que aún mantienen con vida a tanta y tanta gente. Éstas son la pensión del abuelo que da de comer a los hijos y los nietos; la casa de la abuela, que se ha convertido en el mínimo común denominador que los cobija a todos, los préstamos de amigos que van pagando cuotas hipotecarias o aquel mes de alquiler que iba con retraso… Lo que antiguamente se llamaba cohesión social –una expresión que ha desaparecido del vocabulario de los dirigentes políticos y sociales.

Foto tomada de aquí

Con todo, pintamos un escenario en el que la inseguridad es hija directa de la desigualdad. Y son las personas que se pensaban clase media, ahora caídas en la pobreza o con miedo a caer en ella, las que reclaman más y más seguridad. Pero nos equivocamos también a la hora de ponerle un apellido a ésta. La seguridad que se reclama pasa por la contención de la pobreza: que los robos no se extiendan, que todas las facturas del electricista vayan con IVA, que las escasas pensiones sociales estén controladas para evitar abusos, que las manifestaciones sean pacíficas… Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y del Estado de Bienestar se aprovechan los pobres (¿recuerdan?). Y las élites toman buena nota y escriben borradores de Ley de Seguridad Ciudadana. Y se habla de nuevos pobres, como señalando que el objetivo de la política social tendrían que ser estos seres, ex de clase media, que no se merecen lo que les está pasando, no como los pobres de siempre.
Nada se habla de la seguridad que da tener un contrato fijo y con una fuerte indemnización en caso de despido, de la seguridad de que tu empresa no pueda hacer un ERE aunque tenga ostensibles beneficios, de la seguridad de contar con dos años de subsidio por desempleo, de la seguridad de una renta básica asegurada (como se debate en Catalunya), de la seguridad de ser atendido en el hospital o en el centro de salud público, de la seguridad que da tener un préstamo hipotecario y saber que si un día no se puede pagar, antes de iniciar el desahucio existe la obligación de acudir a una mesa de sobreendeudamiento, de la seguridad de contar con una política de vivienda social que acoja a todo el mundo, de la seguridad de disponer de servicios sociales con grandes recursos económicos y estructurales. De la seguridad, en definitiva, que da saber que en caso de estar cayendo hacia la pobreza la sociedad te recogerá antes de tocarla siquiera, independientemente de que tu familia tenga o no recursos para ello.
Pero ya lo sabes, esto es la nueva política. La del sentido común y la que hace todo el mundo. No deberías andar quejándote tanto, no sea que te descuides y termines siendo tú uno de esos que se lo merecen. El Estado de Bienestar es para pobres, no para gente decente como tú, querida y extendida clase media.