Para prevenir las masacres, la criminología debe enfrentarse al detalle que dejó en el tintero: los más de cien millones de muertos del siglo pasado.
Dado que las masacres se anuncian con técnicas de neutralización de valores, la criminología debe abandonar su pretensión aséptica para entrar al campo de la crítica de las ideologías, con el objeto de analizar las palabras y establecer cuándo éstas constituyen una técnica de preparación de masacres con discursos vindicativos, incluso penales y criminológicos.
Todos los días, con las discriminaciones, se lanzan semillas de masacres que por suerte no brotan.
Después del capítulo dedicado a las principales preguntas sobre las masacres, el fascículo 21 de La cuestión criminal deja para el casi final el gran “¿por qué”? Además de intentar una respuesta que incluye un necesario repaso histórico y conceptual de lo expuesto hasta ahora, el Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni y su equipo presentan las premisas de la llamada “criminología cautelar”. A continuación, la transcripción de los puntos más destacados.
¿Por qué un grupo de poder monta un Estado de policía, elimina las limitaciones a su poder punitivo y aniquila a una masa humana que señala y sustancializa como enemiga? ¿Qué mueve la búsqueda de un poder absoluto, al que nunca se llega y que termina en su propia ruina?
Las masacres suelen encubrirse con visiones religiosas y son tan antiguas como la religión. Al igual que ella, son pre-estatales, pues aparecen en sociedades muy diferentes a las modernas y también entre sí.
Esta verificación abre el espacio para una tesis que subyace en Hobbes, y que se deforma hasta la aberración en todo el inmoralismo que pretende legitimar al Estado de policía como única forma posible de organización social: la naturalización de las masacres. La lógica naturalizante es impecable: si venimos fallados genéticamente y el gen perverso nos lleva a la violencia, adelante, sigamos por ese camino que vamos bien, al estilo de Carl Schmitt.
La amoral e irresponsable tesis de la naturalización de las masacres significa hoy, por decirlo claramente, impulsar masacres mucho mayores que las pasadas. Poco tiempo nos quedaría en el planeta de ser cierta esta tesis.
En realidad, no existe ninguna prueba de esta fatalidad biológica de la especie. De hecho, si imaginamos que la aparición de nuestro planeta transcurrió en una semana, nosotros irrumpimos pocos segundos antes de la medianoche del domingo. A lo largo de nuestra breve historia se consideraron naturales demasiados productos culturales como la esclavitud o las jerarquías racistas. Vale sospechar entonces que la pretendida fatalidad de las masacres también es un producto cultural políticamente naturalizado.
En principio, hemos verificado que los sistemas penales canalizan la violencia vindicativa. Pero, cuando el mismo poder punitivo rompe los diques de contención, estallan las masacres, cuyos autores son precisamente quienes según el discurso tienen la función de prevenirlas.
Dada esta realidad creemos firmemente que el jurista –el penalista, no el criminólogo– debe dejar de lado las racionalizaciones con las que pretende explicar la pena, para aceptar que ésta responde a un contenido irracional: la venganza. Por lo tanto, su primordial y casi única función sería la contención.
El derecho penal en tanto contención jurídica de las pulsiones vindicativas del poder punitivo (y como garantía del Estado de derecho) asumiría en el momento político un papel equivalente al del derecho humanitario en el momento bélico. Ambos servirían para contener un factum: a la guerra, el derecho internacional humanitario y al poder punitivo, el derecho penal.
Desde la segunda mitad del XX, para la criminología queda claro que el poder punitivo –con su estructural selectividad– criminaliza a unas pocas personas y las usa para proyectarse como neutralizador de la maldad social. De esta manera, se presenta como el poder racional que encierra a la irracionalidad en prisiones y manicomios.
Entre la hegemonía decadente de una agencia y el ascenso de la siguiente (en el momento de la crítica discursiva practicada para debilitar a la anterior), se abre una brecha por la que avanza secularmente el discurso crítico del poder punitivo, o sea, el derecho penal de contención o reducción que va instalando el consiguiente Estado de derecho en lo político.
Los juristas suelen disculparse argumentando que nada pueden hacer frente al poder, y que es mejor refugiarse en lo pragmático. Esta objeción subestima el poder del discurso, que es precisamente el que los juristas no deben ceder.
En síntesis, creemos que la contribución de la criminología a la prevención de las masacres consiste en (a) analizar de manera crítica los textos sospechados de ocultar técnicas de neutralización; (b) estudiar los efectos de la habilitación irresponsable del poder punitivo y advertir sobre sus riesgos a los juristas y a los políticos; (c) investigar la realidad violenta con las técnicas propias de la investigación social de campo para (d) neutralizar con los datos reales a la criminología mediática y (e) adquirir práctica comunicacional mediática para desnudar públicamente su causalidad mágica.
La criminología también debe analizar las conflictividades violentas en todas sus particularidades locales, con el objeto de señalar la vía más adecuada para desmotivar los comportamientos violentos y motivar los menos violentos.
Además de teórica, ésta es también una tarea práctica y militante, pues debe difundir sus conocimientos a todos los estamentos comprometidos en el funcionamiento del sistema penal. Si no logra convencerlos, al menos les provocará mala conciencia: la plena conciencia de ilicitud y atrocidad siempre es un gran factor preventivo, porque los cadáveres vuelven, y porque en general la masacre no es buen negocio para el grupo de poder que la decidió.
Actualmente estamos atravesando una nueva etapa, que llamo “de la criminología cautelar”. Designamos así a la criminología que proporciona la información necesaria y alerta sobre el riesgo de desborde del poder punitivo susceptible de derivar en una masacre.
Sin dudas, la misión del criminólogo cautelar no será nada simpática: es siempre tétrico andar por la morgue levantando sábanas y mostrando cadáveres producidos por el poder punitivo. Pero mucho peor es negar su existencia, además de que es suicida hacerlo cuando en cualquier momento puede ser uno mismo el que quede debajo de la sábana.
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