La crisis de valores en África

Por En Clave De África

(JCR)
“El problema principal de África es la crisis de valores”. Escuché hace pocos días esta frase, preludio de una interesante disertación sobre cuestiones actuales en el continente donde vivo, y me pareció acertadísima. No la pronunció ningún obispo ni líder religioso, sino mi jefe, el representante especial de Naciones Unidas para la zona de África Central, el senegalés Abdoulaye Bathily, al inicio de una reunión de los jefes de misión de los once países que integran la zona . Pocos días después, cenando con un amigo congoleño la entendí mejor.

El amigo, en cuestión, se llama Laurent y es médico. Lo encontré a las pocas semanas de llegar a Libreville, el año pasado, y en seguida nos entendimos. Seguramente, el hecho de decirle que mi suegra es del Congo y que yo mismo trabajé en su país –en Goma- durante un año terminó de abrir la puerta. Desde entonces, aparte de alguna consulta con él por motivos de salud, me he encontrado a menudo con él y con su mujer para charlar y tomar algo juntos.

Comprendo perfectamente que hayan emigrado a Gabón. Durante el tiempo que pasé en su país, me llamó la atención que un médico en un hospital gubernamental puede ganar unos 400 o 500 dólares al mes, y esto explica que los que pueden emigran a otros países donde están mejor pagados. Laurent trabaja en una clínica privada de Libreville, propiedad de un gabonés, y no le faltan pacientes porque el hombre además de ser muy competente como profesional tiene una gran capacidad de empatía y hace que los pacientes se encuentren a gusto con él. Él y su mujer me cuentan a menudo que se conocieron trabajando en un hospital de la Iglesia en la provincia congoleña de Bandundu, y que allí aprendieron a ejercer su profesión como una dedicación a los demás, sobre todo a los más necesitados.

Pero hay cosas con las que no transige. Pocos días después de escuchar la presentación de mi jefe sobre la crisis de valores en África, Laurent me confesó que uno de los temporales que tiene que capear a menudo con el propietario de la clínica es cuando tiene que asistir a una madre que va a dar a luz y el director –que no es médico, sino un puro y duro hombre de negocios- le presiona para que la haga una cesárea. La razón no tiene nada que ver con criterios de salud, sino con el hecho de que en la clínica van a cobrar mucho más dinero por una cesárea que por un simple parto natural. Laurent no se deja amedrentar y repite al dueño que él tiene su ética profesional, que no se puede jugar con la vida de las personas, y que no puede realizar una operación simplemente por motivos económicos, puesto que una intervención entraña riesgos, además de las molestias a las que la parturienta se va a ser sometida durante las semanas o meses después de tener su bebé. Sabe que el día que su jefe encuentre otro médico más dócil, perderá el empleo y se verá en una situación difícil, pero… el repite con convicción que tiene sus principios.

A Laurent le chocan muchas cosas en el país donde le ha tocado trabajar. Además del interés puramente comercial (o más bien habría que llamarlo avaricia) del propietario de la clínica, le sorprende cuando una madre llega con su hija de 16 o 17 años y le dice: “Doctor, su padre y yo estamos muy preocupados por nuestra hija. Imagínese la edad que ya tiene y aún no se ha quedado embarazada. ¿Puede hacer algo para ayudarnos?”

Los países africanos no son ni mejores ni peores que otros lugares del mundo por lo que se refiere a valores éticos. Uno de los mitos más extendidos sobre África es el que intenta vender que sus en sociedades, a diferencia de las occidentales, abundan más lo valores espirituales, la gente es más generosa, la familia es más fuerte, sus habitantes defienden más la vida humana o son más solidarios. Mucho me temo que nada de eso es cierto.

Es cierto que en África hace falta desarrollo económico, buen gobierno, y sistemas más democráticos, pero nada de eso será posible si las mentalidades no cambian y la gente no es más tolerante, más sensible hacia las personas más vulnerables y más honrada. Resulta extremadamente simplista hacer análisis de las sociedades africanas –como de cualquier otra sociedad- basándose en esquemas de dirigentes corruptos y dictatoriales y de bases populares angelicales y bienintencionadas. Por desgracia, en las sociedades africanas la corrupción, la intolerancia y el buscar el beneficio a costa de lo que sea –incluso de hacer daño a los vecinos- son lacras que se encuentra uno en cualquier esquina del barrio donde vive o en cualquier rincón de la aldea más perdida. Por eso no puedo estar más de acuerdo en que una de las raíces de los males de este continente es la crisis de valores que sufre, y que uno se encuentra en personas que no dudan incluso en aprovecharse de la debilidad ajena para sacar dinero a espuertas o que no dudan en vender la honestidad de sus hijas adolescentes.