La crisis, para tontos (2)

Por Sergiodelmolino

Espero responder a algunos comentarios de la entrada de ayer con esta historia que tomo prestada a mi amigo Ángel.

Eran los años 80. Madrid. Mi amigo Ángel curraba preparando y limpiando una sala de fiestas en la que se iba a celebrar, en pocas horas, un fiestón de gente de la movida. Que si Alaska, que si Almodóvar, que si Tierno Galván… (¿o ese no tocaba en ningún grupo? Bueno, es igual). Iban mal de tiempo y sólo había dos personas trabajando, Ángel y su compañero. Eran las tantas de la mañana, llevaban un palizón infame, estaban destrozados y aquello no se terminaba nunca. Era ingrato, sucio, esclavo, profundamente humillante.

En un pequeño respiro que se tomaron para recuperar fuerzas, el compañero le dijo:

—Joder, lo de esta gente sí que tiene mérito. Yo les admiro mogollón. Son artistas, no son como nosotros.

Ángel estaba apoyado en una máquina de limpieza industrial muy pesada. Miró a su compañero, sudado y desfondado. Se miró a sí mismo, sudado y desfondado por una miseria. Y pensó que en pocas horas Almodóvar y Alaska estarían tomando daikiris y aguas de Valencia sobre esa misma tarima que entonces pulían de mierda, de cucarachas y de ratas. Y su primer pensamiento fue coger la máquina de limpieza industrial en la que estaba apoyado y estamparla contra la cabeza de su compañero. Cuando Ángel cuenta la anécdota, la remata siempre diciendo:

—Y esa noche hubiera dormido en Carabanchel, pero a pierna suelta.

Otra pequeña historia que nos pasó a Cris y a mí:

Un viaje por Estados Unidos. Las Vegas. Nos vamos a desayunar en uno de los centenares de bufets de brunch que había ese domingo en el megahotel-casino donde nos alojábamos. Nos acomodamos junto a una familia numerosa afroamericana, de orondez y michelines más que remarcables. El brunch es pijo y se compone, básicamente, de cangrejo de Alaska, fresas y champán. El servicio -camareros, limpiadoras, cocineros- es latino, y entre ellos hablan en español, pero a nosotros nos hablan en inglés porque nos han tomado por anglos por nuestro aspecto blanquito y europeo. Por tanto, los latinos hablan sin cortarse, sin saber que les entendemos cada palabra.

La oronda familia afroamericana empieza sus portentosos viajes hacia el bufet. Vuelven cargados con toneladas de patas de cangrejo, tanques de Coca-Cola y de champán y cosechas enteras de fresas. Además de quintales de donuts, tortitas, tartas, gofres, huevos fritos, huevos revueltos y salchichas. Todo ello, aderezado con ríos de ketchup y de sirope de arce y de azúcar blanquilla y de la otra. Zampan para justificar sus formas redondas y trémulas, y parece que se van a comer las mesas y las sillas también.

Un camarero latino que hormiguea entre las mesas no deja de murmurar en español:

—Gordos negros, panzudos, guarros, así revienten. Mírelos, ya vuelven a por más comida, ¡si aún no la acabaron, gordos de mielda! Ojalá se infarten, cabrones, así tendrán respeto por la comida y lo que cuesta ganarla. Qué gordos, qué asco, cómo tragan, así revienten, tripudos, puelcos, hijos de la gran chingada.

Pero cuando uno de esos puelcos se dirige a él para pedirle algo, el chico les responde en inglés con extremada cortesía, muy servicial:

—Yes, sir, enjoy your meal. Something to drink? Oh, this is for your kid. You are very handsome today, sir.

E, inmediatamente después, al darse la vuelta, retomaba su retahíla en castellano:

—Puelcos, hijos de Satán, así revienten, negros, así revienten.

Mi teoría es que varias de las coca-colas que engulló la familia llevaban un regalito directamente desde las gargantas de Puerto Rico, un gargajo con bien de espumilla. Nosotros procuramos ser comedidos y extremadamente respetuosos y simpáticos. Y, al final, nos despedimos en español, gesto que creo que agradecieron. Aunque no sé: ese día yo era objeto de odio social, no compañero solidario, así que puede que me tocara algún rico gargajo portoriqueño.

¿Cuál es la moraleja de estas historias? Ninguna. Pero ilustran bien el odio social y sus consecuencias más pedestres, ¿no?