Por Sergio T. (Murcia)
Siempre supe que jugaba con fuego. Que traspasaba la delgada línea roja una y otra vez. Y que después los remordimientos me atormentaban. A veces no ponía límites y me dejaba llevar por el incontrolable deseo sexual. Actuaba como un ser irracional incapaz de controlar sus impulsos. Me adentraba en el paraíso (o el infierno) de las saunas y los cuartos oscuros y me dejaba llevar unas veces más que otra.
La historia siempre se repetía. Con o sin unas copas de más, la mayoría de las veces terminaba cruzando la puerta hacia un territorio en el que todo está permitido. En el que muchas veces no hay límites. Y en el que todos terminamos tonteando con el peligro conscientes de que un paso en falso puede ser un billete hacia lo indeseado.
Durante más de quince años, y cada vez que pisaba Madrid, realizaba siempre la misma ruta. Una noches caía en el cuarto oscuro de Strong y otros días en la sauna de Pelayo. Cuando entraba con unas copas de más, no había nada que frenase mi desatada furia sexual. Los detalles son innecesarios, pero quienes conocen cualquiera de los sitios sabe hasta dónde se puede llegar. Cualquier cosa puede ocurrir si dos o tres descerebrados como yo coinciden en el mismo espacio.
Hace dos semanas me dijeron que era VIH positivo. Tarde o temprano tenía que ocurrir. Era la crónica de un virus anunciado. Lo acepté con la resignación de quien sabe que la suerte no siempre puede estar de tu lado. No quiero martirizarme con lo que pude haber hecho para evitarlo. No vale la pena hacer que todo sea más difícil.
En todo momento fui consciente de que algo así podría ocurrir y, tras muchos años sorteando al dichoso virus y otras enfermedades de transmisión sexual, me encuentro ahora en el lado de quienes han caído en las redes de una enfermedad que, sin duda, pude haber evitado.
Descubrí que era homosexual en los años en los que personajes como Rock Hudson caían como moscas víctimas de una enfermedad que estigmatizó aún más a los gays. Viví el miedo que en aquella época se propagó como la pólvora entre los homosexuales y las escenas de las secuelas de un virus que se había colado en nuestras vidas de manera inesperada.
Hoy, en cambio, la medicina ha puesto remedio a una enfermedad que me obligará a dar un giro a mi vida y a adquirir hábitos más saludables. No tengo miedo, estoy en buenas manos. Sé que voy a tener que convivir con un ser extraño que habita en mi interior, pero debo ser fuerte.
Me he decidido a escribir en este blog para contar mi experiencia personal y lanzar dos mensajes: que es necesario tomar siempre precauciones y dar ánimos a quienes como yo nos vemos obligados a llevar la misma vida que antes, pero con nuevas reglas.