La culpa, ¡es de la vaca!

Por Jpviola

Hace poco di con este cuento-anécdota titulado “La culpa es de la vaca”. Un claro ejemplo de lo que suele llamarse la ramificación de la culpa, actitud en la que probablemente caemos más veces de las que quisiéramos. Para mí, un clarísimo ejemplo del anti-trabajo en equipo, de no tener objetivos comunes ni mirar el trabajo como un verdadero sistema, donde para obtener buenos resultados cada parte del proceso debe comprometerse a realizar con la mayor calidad posible su trabajo. Pero donde, también, cada uno conoce el trabajo del resto de los intervinientes… y empujan todos hacia el mismo objetivo: lo que importa (a todos) es el resultado final de todo el sistema. ¡Eso sería un verdadero trabajo en equipo! De lo contrario, probablemente nos encontremos con esta triste situación, donde la culpa termina siendo… ¡de la vaca! El trabajo en equipo incluye, como parte muy importante, el saber reconocer un error a tiempo y estar dispuesto a corregirlo y buscar ayuda si es necesario.

El texto que les comparto lo extraje de un libro que es recopilación de anécdotas con moralejas, el cual justamente lleva el título de su primer cuento, “La culpa es de la vaca”.

LA CULPA ES DE LA VACA

Se estaba promoviendo la exportación de artículos colombianos de cuero a Estados Unidos, y un investigador de la firma Monitor decidió entrevistar a los representantes de dos mil almacenes en Colombia. La conclusión de la encuesta fue determinante: los precios de tales productos son altos, y la calidad muy baja.

El investigador se dirigió entonces a los fabricantes para preguntarles sobre esta conclusión.

Recibió esta respuesta: no es culpa nuestra; las curtiembres tienen una tarifa arancelaria de protección de quince por ciento para impedir la entrada de cueros argentinos.

A continuación, le preguntó a los propietarios de las curtiembres, y ellos contestaron: no es culpa nuestra; el problema radica en los mataderos, porque sacan cueros de mala calidad. Como la venta de carne les reporta mayores ganancias con menor esfuerzo, los cueros les importan muy poco.

Entonces el investigador, armado de toda su paciencia, se fue a un matadero.

Allí le dijeron: no es culpa nuestra; el problema es que los ganaderos gastan muy poco en venenos contra las garrapatas y además marcan por todas partes a las reses para evitar que se las roben, prácticas que destruyen los cueros.

Finalmente, el investigador decidió visitar a los ganaderos.

Ellos también dijeron: no es culpa nuestra; esas estúpidas vacas se restriegan contra los alambres de púas para aliviarse de las picaduras.

La conclusión del consultor extranjero fue muy simple: los productores colombianos de carteras de cuero no pueden competir en el mercado de Estados Unidos “¡porque sus vacas son estúpidas!”.