La cultura de “estar ocupado”

Publicado el 28 febrero 2020 por Carlosgu82

Muchas veces, cuando veo películas o series basadas en acontecimientos de otros siglos, me quedo pensativa acerca de lo dura y sacrificada que podía llegar a ser la vida en esos tiempos. Solamente la realización de las tareas domésticas requería de una total dedicación para obtener algo tan simple como un trozo de mantequilla, una hogaza de pan encima de la mesa o una colada limpia. Alimentos que se compran en el supermercado al por mayor o trabajos que realizan máquinas por sí solas en la actualidad.

¡Qué decir de lo que realizan los ordenadores y los robots! Los procesos que se hacían a mano, como, por ejemplo, hacer apuntes de contabilidad, copiar un libro o realizar cálculos complejos, con la nueva tecnología no lleva más tiempo que un breve instante.

Con estos pocos ejemplos que he citado dentro de un ámbito doméstico y en ámbitos laborales quería llegar al objetivo, o a uno de los objetivos, que persigue el desarrollo de la tecnología que es, ni más ni menos, el de ahorrar tiempo.

Ahorrar tiempo significa, aparte de rentabilizar más una empresa y ganar más dinero, tener más tiempo para nosotros mismos o. según como se mire, trabajar menos. Uno de los grandes avances de la segunda mitad del siglo XX ha sido facilitar la realización del trabajo para contar con momentos de descanso y ocio y, así, fomentar la sociabilización y la libertad de disponer tiempo propio.

Pero, ¿qué estamos haciendo con esa supuesta libertad que nos confieren los grandes avances? ¿Disponemos realmente de tiempo para nosotros mismos?

Entre las personas que tengo más cerca observo que fuera del horario laboral se llenan de nuevas obligaciones, de nuevas actividades que distan de ser relajantes y que esclavizan a causa de los cargos de sus cuotas y de sus horarios. Hay que seguir cobrando un sueldo para pagar el gimnasio, al nutricionista, los palos de golf y el traje de esquí, y hay que estar pendiente de los horarios que tengo para las clases de piano, de zumba y de cocina. Además debo añadir que también hay que poner el despertador el sábado para ir de excursión con el grupo de senderismo.

Lo mismo ocurre con los niños. No basta con que estén de 8 de la mañana hasta las dos y media de la tarde en el colegio y que después tengan que estudiar. También deben ir al grupo de baile, de kárate, jugar al futbol, ir a clases de inglés para sacarse el first y hacer manualidades. Deben estar ocupados todo el día.

Todas estas actividades nos devuelven a la falta de tiempo de la era pretecnológica con la diferencia de que, no es tanto el trabajo el que nos absorbe por completo, sino las ocupaciones que nos autoimponemos por miedo a estar sin hacer nada. En ocasiones, da la sensación que algunos adultos utilizan el “estar ocupados” como un status superior frente al encontrarse libres. La mentalidad “ocupacionista” llega hasta el extremo de materializar el tiempo y convertirlo en un producto que ha de ser usado para subir en la escala social.

La falta de tiempo es una agonía dulce en muchas personas y constituye un modo de vida que se está transmitiendo a las nuevas generaciones desde antes de que tomen conciencia de responsabilidades reales. La costumbre de la falta de tiempo nos lleva a aprovechar cualquier instante en el que estamos parados, como puede ser el leer libros en formato electrónico en el metro. Y la falta de tiempo nos obliga a posponer una cita con un amigo o a acortar una conversación con la familia.

Ante la tendencia del ser humano a estar ocupado y hacer apología de ello cabe pararse a pensar, gastar un poco de ese valioso tiempo, y analizar si estamos tratando de ocultarnos de nosotros mismos y evitando reparar en nuestro estado interior. Evitando el nuestro y el de los demás, por supuesto. Porque cuando admitimos estar mal y requerimos de alguien cercano observamos que la falta de tiempo es de nuevo un problema.