La cultura del buen trato

Publicado el 27 noviembre 2018 por Abel Ros

Tras varios meses sin leer la prensa impresa, el domingo decidí comprar El País. Necesitaba, la verdad sea dicha, papel para envolver un jarrón de los tiempos cadavéricos y, como saben, no hay nada mejor como el papel de periódico para estos menesteres. Tras hacer el dobladillo en las páginas más relevantes, leí de forma superficial los titulares de la mañana. La Violencia de Género ocupaba, por aplastante mayoría, a los escribas de Gallego. A pesar de la indignación por la masacre, en pleno siglo XXI, el macho continúa asesinando a las hembras en los intramuros de sus celdas. Seguimos, como diría el loco de la colina, en el kilómetro cero en cuanto a violencia se refiere. Y seguimos así, queridísimos indignados, a pesar de cientos de pancartas, minutos de silencio, tertulias radiofónicas y un sinfín de bombos y platillos contra el problema que nos ocupa. Estamos, por mucho que lo neguemos, ante un asunto que necesita ser tratado desde el prisma de la cultura. No olvidemos que la Violencia de Género no es algo universal, sino una cuestión local. Una cuestión que distingue a unos países de otros, más allá de la globalización y otras interconexiones.

Hace tiempo, en los pergaminos de este blog, escribí "sobre violencia y soluciones", un post - leído en varias facultades de filosofía -, que vehiculaba soluciones a la complejidad del problema. Tras su publicación, recibí un correo de Gabriela, una socióloga de las tripas andaluzas. Aparte de la educación emocional, como hipotética asignatura obligatoria tanto en primaria como en secundaria, la solución a la masacre pasaría - me decía - por un endurecimiento de los látigos del castigo. Hace falta un giro de ciento ochenta grados en el sistema coercitivo. Mientras los insultos, los desprecios y las palabras malsonantes no se castiguen de forma severa; el maltrato seguirá erre que erre en los sumarios del vertedero. Esta solución - le contesté - tendría un efecto indeseado. Es muy probable que muchas víctimas, por miedo al endurecimiento de las penas, no denunciasen de buenas a primeras los inicios del maltrato. Y sin denuncia mediante, como saben, resulta imposible arrancar la anestesia de las togas. Así las cosas, romper las barreras del arrepentimiento sería, sin duda alguna, la primera lanza para vencer a las garras de los leones. Aún así, la cultura del maltrato no se borraría de un día para otro. La losa del patriarcado y la educación de muchas jóvenes, bajo la sombra del franquismo, impedirían que las cifras del cementerio bajaran de la noche a la mañana.

Si analizamos las estadísticas del maltrato, nos damos cuenta que en unos países se asesina más que en otros. Y esto es así, queridísimos lectores, porque las diferencias culturales desembocan en puertos diferentes. Por ello, la tortilla de la violencia - y perdonen por la expresión - solo se daría la vuelta si los gobernantes tocaran teclas diferentes. Para ello hace falta un Pacto Educativo. Un pacto que vaya más allá de intereses partidistas, y tenga por finalidad la edificación de actitudes y habilidades sociales contra las toxinas del maltrato. Asignaturas como Técnicas de Negociación y Resolución de Conflictos, Educación para la Vida y Alfabetización Emocional contribuirían a solucionar las crisis de pareja con los mimbres del diálogo. Más allá de las aulas, la industria de la cultura se convierte en un agente de cambio necesario para combatir a las garras del maltrato. Hace falta que el cine, la literatura y los medios de comunicación ejerzan su función de formadores, más allá del entretenimiento acostumbrado. Más documentales, ensayos y cine social contribuiría, sin duda alguna, a dar un giro a la cultura del maltrato. Es necesario construir una crítica hacia la Violencia de Género que vaya más allá de los gestos de indignación colectiva. Una crítica, que supere las pancartas y el ruido del asfalto, para vehicular - de una vez por todas - la cultura del buen trato.