La Cultura persa

Por Joaquintoledo

Lengua

Los persas eran indoeuropeos y estaban emparentados con los dialectos iranios de la época, muy cercano al medo. No tenían escritura hasta cuando adhirieron al Imperio Caldeo a sus dominios, introduciendo el sistema cuneiforme adaptado a su lengua, según la Inscripción de Behistún. Si bien el persa era uno de los idiomas oficiales, el babilonio o acadio también siguió usándose, al igual que el dialecto medo, el elamita y hasta el egipcio o el arameo. Este último es tomado por muchos como el idioma preferido entre los persas, en especial los que habitaban la parte oeste del imperio. Además, según lo hallado el arameo vendría a ser también la lengua general para comunicarse en los territorios imperiales, si bien hay que reconocer que todo esto puede variar por fechas, etapas o gobiernos a lo largo del tiempo en el que existió el Imperio Aqueménida.

Religión

Ahura Mazda

Al igual que sus primos hermanos, los medos, la religión que mejor fue recibida por la élite gobernante persa fue el zoroastrismo, también llamado mazdeísmo. Para los aqueménidas, Ahura Mazda era el dios protector de la monarquía y el rey de reyes era su máximo representante en la tierra. Bajo esta coyuntura, esta religión alcanzaría un gran apogeo, y sobre todo llegó a lugares lejanos, tanto en occidente como en oriente. El zoroastrismo, llamado así por el profeta que dio inicio al movimiento, Zoroastro, fue un culto dualista que veía al mundo regido por los principios del bien y el mal así como creación y destrucción. Con la llegada de los persas, la élite sacerdotal consiguió colocar algunas ideas propias tales como el libre albedrío. Asimismo, el libro sagrado de esta religión se llamó Zend Avesta. El culto estaba representado por un mago (no en el sentido moderno de la palabra), que era algo así como el equivalente a un sacerdote moderno y que conformaba una clase, encargada de llevar a cabo ceremonias y rezos.

Ellos ya tenían sus propios dioses iranios, como Mitra o Anahita. Lo destacable es que según el historiador babilonio Beroso, los persas no levantaban imágenes o estatuas para sus dioses, sino hasta la llegada de Artajerjes II. Esa actitud inicial de la no idolatría, según Herodoto, era porque la concepción de los aqueménidas hacia sus dioses era la de desconocimiento acerca de su forma o tamaño, y además dudaban mucho que se pareciesen a los humanos. Sin embargo sería hacia el gobierno de Artajerjes II Mnemon, cuando los persas introdujeron la idea de imágenes y estatuas para sus dioses, tal vez, influenciados por religiones de naciones sometidas. Las prácticas introducidas posteriormente también fueron las de los altares con fuego. En sí, el zoroastrismo se fue modificando con el tiempo, según parece ser hacia el siglo IV a.n.e. Sin embargo, la tolerancia religiosa persa, hizo que con el tiempo muchos más dioses sean incorporados al panteón. Así entonces divinidades asirias, babilónicas, egipcias, fenicias y hasta la hebrea, fueron respetadas y en ocasiones reverenciadas.

La Arquitectura

A diferencia de otros pueblos, imperios o naciones que poblaron Mesopotamia y el Cercano Oriente en el pasado, los persas, fieles a la adaptación de costumbres que les imponía el zoroastrismo original, no llegaron a construir grandes templos religiosos. Esto tal vez sea lo que más los identifica, pues como sabemos sumerios, acadios, asirios y otros más, eran casi fanáticos de la arquitectura religiosa imponente. Pues bien en los primeros años de constituido su imperio, los aqueménidas celebraban sus ceremonias religiosas al aire libre. Aún as sí existen unas pequeñas construcciones, a modo de altares, donde se llevaban a cabo las fogatas (cuando el fuego fue admitido en el zoroastrismo). Dos de los mejores conservados se hallan en Persépolis, y tienen forma cúbica piramidal. Existen unos lóbulos para evitar que el viento apague los fuegos. Algunas torres cuadradas cercanas también eran altares para que las llamas ardan permanentemente. Se hallaron también en la ciudad citada y en Pasagarda.

El complejo más grande data del período de Darío I, alrededor del año 518 a.n.e., en Persépolis, ciudad fundada, justamente, por este monarca, y cuyo palacio sería ocupado por sus sucesores. Es bastante grande con muchas habitaciones y estancias. También tiene varios patios situados en niveles, columnas a gran escala y una sala de audiencias de al menos 75 metros cuadrados y sostenida por 36 columnas de 12 metros de alto. En la decoración, hecha de basas (primera base sobre la que se asienta una columna o estatua, que no toca el suelo) y capiteles (parte superior de una columna donde descansa el arquitrabe), se aprecia la influencia egipcia, mientras que en los fustes (cuerpo principal de la columna) estriados la griega jónica (de Asia menor), pueblos con la que los aqueménidas tenían amplio contacto, contratando a muchos de sus artistas.

Además se hallan dos escaleras donde a los costados donde existen relieves con hileras de personas dibujadas con trajes típicos para presentarse ante el monarca. Terminando la doble escalinata, se halla el “Pórtico de Jerjes” o “Portal de las Naciones”, siendo ese el nombre que se lee allí mismo. Tanto por delante como por detrás existen dos toros alados, muy bien logrados. Después, se puede acceder a otra terraza donde se puede llegar hasta la sala de Audiencias o Sala de las Cuarenta Columnas, de las cuales sólo quedan trece en pie.

En cuanto a los techos, algunos están hechos de madera, la cual debía ser traída desde el Líbano y era extremadamente cara, por ello el material predilecto es el ladrillo de barro secado al sol, además de la piedra, la cual es abundante en la zona donde se hallaba el núcleo del gobierno persa. En Susa y Persépolis tal vez se encuentran los mejores ejemplos de marcos de ventanas y puertas, columnas y demás hecho es base de barro crudo. Las ruinas de Savistan y Firuz-Abad, también son muy destacables, pues son los primeros ejemplos de grandes edificios con cúpulas, sin embargo, los científicos aún no señalan si datan de la era persa aquémenida o sasánida.

También hay que señalar la carencia de lugares parecidos a los cementerios actuales, pues los seguidores del zoroastrismo, al menos, no entierran ni queman los cuerpos, considerando que profanan el fuego y la tierra, por tanto, los cadáveres son depositados en torres llamadas “dakmas”, donde los restos son devorados por los buitres. Cuando los animales sólo han dejado los huesos, son estos recogidos para guardarse en una fosa común dentro de la torre. Sin embargo, de estas construcciones casi nada ha sobrevivido, y se le conoce gracias a diversos relatos.

Lo único de lo que aún se puede disfrutar es la hipotética Tumba de Ciro en Pasagarda, además de otras siete las cuales se creen pertenecieron a personajes reales. Fueron halladas cerca a Persépolis. No se ha establecido de quienes son, pero los investigadores estiman que pueden corresponder a Darío, a su hijo Jerjes, a Artajerjes I y a Darío II. Asimismo, las tres restantes se hallaban detrás de los palacios reales de Persépolis y tal parece que corresponden a Artajerjes II, a Artajerjes III y Darío III.

Escultura y arte

Los persas destacan por sus relieves, aunque estos no son muy variados. Básicamente las representaciones persisten y por lo general están dedicados a los reyes. En las tumbas a las cuales hemos hecho mención, por ejemplo, se hallan varios relieves, donde se representan a los monarcas de modo grandilocuente. Siempre de pie, en el aire, y con ellos el símbolo de Ahura-Mazda, el dios creador. Destaca el relieve sobre un palacio de una de las puertas de la antigua Persépolis. Allí está representado el dios Ahura Mazda donde se le aprecia llevando el haz de tallos de baresma, proceden del tesoro de Oxus. Entre otras reproducciones persas, tenemos a los nobles bebiendo la haoma, un trago sacramental. Por ello los monarcas son dibujados siempre con una copa, acompañados por algunos individuos que se tapan la boca para no profanar la bebida con su aliento. Así de sagrada era. De igual modo las personas que realizaban los rituales iban con las bocas tapadas para no contaminar el animal sacrificado al dios. Siguiendo un tanto con lo religioso y nobiliario, en los palacios reales, tales como en el de Susa, también se han hallado relieves interesantes, por lo general de comunes, guerreros o ciudadanos, con colores muy bien conservados. Si bien las figuras están en la misma posición, sus rasgos varían de uno en otro, lo cual le da mayor credibilidad a su arte. Muchos de ellos son rubios y de piel clara, mientras que otros de raza negra y cabellos oscuros, lo cual demuestra, que probablemente los ejércitos estaban compuestos por guerreros de distintas regiones.

Destaca el friso de los arqueros que viene del antiguo palacio de Susa, el cual se halla actualmente en el Museo de Louvre. Probablemente lo más descollante de los relieves persas sean las representaciones de los ropajes, muchos superpuestos y muy bien logrados. Algunos de ellos por ejemplos son el relieve de Darío y Jerjes concediendo audiencia. Se nota cierta influencia griega en el arte, sin embargo fue una característica persa que ningún pueblo antes que ellos consiguió con tanta prolijidad y buen estilo.

Ahora bien, los persas también fueron destacados orfebres, es decir trabajaron con metales, como el oro. Entre los objetos destacados podemos hallar el Brazalete del tesoro de Axus, el cual se halla en el Museo Británico. El estilo en general es oriental, aunque también recibe algunos chispazos de influencia jónica. En realidad, tal parce que sobre todo los nobles, gustaban de ostentar joyas, por lo general brazaletes o anillos en gran cantidad. En el citado tesoro se encontró también un pequeño y bello carro de oro. Además se han hallado vasos de plata con cabezas de toro, lo más probable, creados para ingerir la bebida sagrada.

Tampoco debemos olvidarnos de hacer mención a los registros persas que sirven como fuentes hoy en día a los historiadores. Destacan especialmente dos, a los cuales ya hemos hecho mención. Primero el Cilindro de Ciro, el cual, como su nombre lo dice, es un testimonio cuneiforme legado por dicho rey, el cual data de mediados del siglo VI a.n.e. (entre los años que gobernó es decir el 559 y el 529 a.n.e. aprox.). Fue descubierto por el arqueólogo Hormuz Rassam en 1879 durante una excavación en el templo de Marduk, en Babilonia. Actualmente, ambos fragmentos se hallan en el Museo Británico. Parte del cilindro narra cómo Ciro llegó a la ciudad y además la fecha exacta según el calendario babilónico, por lo cual fue posible determinar su equivalente en el nuestro de uso actual. La redacción se debe a los escribas y sacerdotes babilonios, mas no los mismos persas. En otras líneas se hace mención a los actos de Nabonido, la genealogía de Ciro, la paz y respeto que éste monarca trajo a los pueblos subyugados, una mención a la reconstrucción de las murallas babilónicas, una oración de Ciro a Marduk, entre otros detalles.

Ahora bien, el segundo elemento importante legado por los persas es la Inscripción de Behistún. La misma es llamada “la piedra Rosetta” de la escritura cuneiforme. En ella se puede apreciar tres versiones de lengua: el persa antiguo, el elamita y el babilonio. Atrajo la atención de los europeos desde el siglo XVI, si bien sólo estuvo sujeta a malas interpretaciones, pues se le relacionó con la Biblia. En 1835, gracias a la labor de Henry Rawlinson, se dio inicio a un estudio comprometido y mucho más objetivo de la inscripción, y como se hallaba en la ciudad de Behistún, terminó por llevar dicho nombre. La misma está grabada en la pared de un acantilado y se sabe que fue Darío aquel que la mandó a escribir.

Costumbres varias

Los hombres persas eran polígamos, y era normal tener una cantidad enorme de esposas y amantes. En realidad esto es algo cotidiano entre los pueblos de la antigüedad y el Cercano Oriente, aún inclusive entre los hebreos. También era absolutamente normal la homosexualidad y la pedofilia, tal cual en Grecia, y según Plutarco, los persas ya tenían estas prácticas antes de entrar en contacto con los helenos. En efecto, además de las esposas o amantes, era muy común que los nobles tengan un eunuco. El más famoso tal vez sea Bagoas, quien primero lo fue de Darío III, y posteriormente de Alejandro Magno. Un eunuco era un hombre a quien de niño se le extirpaban los genitales, para servir como una especie de servidor sexual en la corte.

Los persas eran también ostentosos en sus ropajes, festividades y casas. Eran liberales basándose en el zoroastrismo y su propuesta del “libre albedrío”, empero esto no quiere decir libertinaje, el cual estaba proscrito y como decían sus libros sagrados “instruid a nuestros hijos”. Tenían ideales basados en la verdad y la justicia. La mentira era un pecado extremo en Persia y a veces se castigaba con la muerte. Las escuelas estaban destinadas a gran parte del pueblo, sobre todo los nobles. Llegada una edad adecuada, los hombres eran enlistados en el servicio militar. Esto es a partir de los 16 hasta los 25 años, como lo describe Jenofonte. Durante esa edad, los persas rinden servicio público al estado y acompañan a nobles señores a realizar cacerías. Cumplido esta etapa de su vida pueden optar por ser militares o magistrados, de donde pueden salir nuevos maestros y empleados que sirvan a las generaciones posteriores. Para ser considerado viejo, se debía llegar a los 50 años y pueden dedicarse a administrar algunos negocios públicos.