La cultura rápida surge en medio de un mundo globalizado, donde la rapidez se toma como sinónimo de eficiencia y de buen uso del tiempo, aunque en la realidad esto no es del todo cierto.
Aunque la comodidad y la inmediatez al realizar algunas actividades diarias, y el acceso a herramientas tecnológicas podrían catalogarse como beneficios, existen otras facetas en donde la cultura rápida ha intervenido, pero afectando negativamente.
Nuestra forma de pensar se ha vuelto más práctica y hasta insensible ante las realidades sociales, asumimos que el escalar profesionalmente y el adquirir bienes materiales en corto tiempo es de personas exitosas, tomamos el ajetreo y el desorden como sinónimo de trabajo duro, y que quien se muestra "relajado" no trabaja o es perezoso.
Aun peor, creemos no tener tiempo para hablar con Dios, tanto a nivel personal como en familia. Poco a poco se nos va la vida y nos olvidamos de vivirla realmente.
A largo plazo, este ritmo afecta la forma en que educamos a nuestros hijos. Llegamos tan cansados a nuestra casa que nos olvidamos de compartir con ellos. ¿Cómo vamos a inculcar principios y valores en ellos si no nos detenemos a conversar, y a analizar lo que piensan, sienten y viven?
Un día despertaremos con un poco de tiempo libre y querremos hablar. Será tarde, ellos abran crecido y tendrán sus propios afanes y carreras.
Imágenes tomadas de la WebVideo relacionado: La familia y las nuevas tecnologías