La lucha internacional contra el cambio climático es un camino de largo recorrido que aspira a dar una respuesta sólida al desafío que la acción del hombre entraña para la subsistencia de nuestro planeta. Tras el acuerdo de París, alcanzado en la 21.ª Cumbre del Clima, conocida popularmente como COP21, las expectativas para el siguiente encuentro, que tuvo lugar en Marrakech el pasado mes de noviembre, eran muy altas. Los organizadores de la cumbre de Marrakech se referían a ella como “la cumbre de la acción”. ¿Han cumplido con lo prometido?
Hace menos de un año, los titulares y las portadas de los principales medios de comunicación centraron su atención en el acuerdo de París. Con una mezcla de optimismo institucionalizado por parte de los países firmantes y de cautela escéptica de las principales organizaciones ecologistas, el resultado de la 21.ª Conferencia de las Partes (COP por sus siglas en inglés), máximo órgano de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), aspiraba a convertirse en el punto de inflexión definitivo en la lucha internacional contra el cambio climático.
La cumbre de París fue una de las más mediáticas. En cambio, su sucesora, la COP22 de Marrakech, apenas ha recibido atención en comparación. Hace tan solo unos meses, el Gobierno de Marruecos sostenía que el encuentro en su país iba a significar el paso a la acción, frente al carácter decisorio que había caracterizado al encuentro en París. El objetivo de la nueva cumbre era dotar al acuerdo de un marco institucional que sustentara su funcionamiento a partir de 2020. Pero ¿cuáles han sido los resultados de Marrakech? ¿Ha cumplido con las expectativas?
Casi medio siglo de lucha contra el cambio climático
La cooperación internacional en materia de cambio climático es un camino de largo recorrido que todavía no ha terminado de dar sus frutos. Los primeros pasos se remontan a 1972, cuando los Estados miembros de Naciones Unidas se reunieron en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo (Suecia), que posteriormente pasaría a la historia como la primera de su categoría y con una etiqueta muy especial: la Cumbre de la Tierra. El resultado del encuentro fue una declaración de intenciones con fines reflexivos sobre la acción del ser humano sobre el medio. Como paso previo, su convocatoria fue precedida de un aumento del interés por la situación medioambiental de nuestro planeta. Como legado, la toma de conciencia sobre los retos que supone el cambio climático.
Si bien el cambio climático es, al fin y al cabo, un proceso cíclico natural en el planeta que habitamos, la acción del hombre durante los últimos dos siglos ha alterado el proceso. Los resultados del progreso económico e industrial, primero de los países desarrollados y actualmente de aquellos en vías de desarrollo, pueden resumirse en el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero. El incremento de un 30% de los mismos ha influido en la capacidad natural de nuestro planeta de regular el nivel de gases presentes en la atmósfera y, como consecuencia de ello, la temperatura mundial está aumentando más rápido de lo que debería. La subida de dos grados centígrados en relación a los niveles de la época preindustrial es considerada el límite a partir del cual nos encontraríamos ante el peor escenario posible.
Aunque la cumbre de Estocolmo se convirtió en la casilla de salida, no fue hasta 1992 cuando una nueva convocatoria, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, que tuvo lugar en Río de Janeiro (Brasil), tomó el relevo de su predecesora y puso sobre la mesa el desafío del cambio climático en términos socioeconómicos. Desde la cumbre de Río, la lucha internacional contra el cambio climático, aunque con altibajos, ha sido continua gracias a la gestación de la CMNUCC. Adoptada en Nueva York en 1992 y en vigor desde 1994, su máximo órgano, la COP, se ha reunido anualmente para atender las principales cuestiones y retos relacionados con el cambio climático.
De entre todos los encuentros relacionados con la materia que han tenido lugar hasta la fecha, cabe destacar, ya sea por los avances o fracasos que significaron, las cumbres de Kioto (1997), Copenhague (2009) y París (2015), así como las Cumbres de la Tierra de Johannesburgo (2002) y Río+20 (2012). La diferencia entre ambos tipos de encuentro es el contenido, ya que las segundas abarcan una perspectiva más completa, que trasciende al cambio climático. Como elemento añadido, el medioambiente ocupó un lugar trascendental en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y, en la actualidad, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
El cometido de la cooperación en materia de cambio climático ha sido siempre alcanzar compromisos que permitan poner límite al impacto del ser humano sobre el clima y establecer un sistema de desarrollo lo más sostenible posible. Los objetivos específicos, aquellos más tangibles, han ido actualizándose conforme la investigación y el conocimiento sobre las consecuencias del cambio climático han avanzado. Además, la irrevocabilidad del cambio climático ha implicado que la lucha deba incluir, aparte de la prevención, acciones de adaptación y mitigación de sus efectos.
El principal problema es que en ocasiones las discusiones sobre el cambio climático se reducen, de forma un tanto simple, a las variaciones más superficiales que puedan producirse en nuestro planeta, sin pararse a considerar los efectos colaterales que este proceso implica. En primera instancia, el incremento de la temperatura produciría fenómenos meteorológicos adversos extremos con mayor frecuencia. Las predicciones recogen desde escasez de agua hasta inundaciones, con las consecuencias que ello tendría para la producción agroalimentaria y la calidad de vida. Como dato resaltable, catorce de los quince años más calurosos de la Historia desde que existe un registro sistematizado de la temperatura global han tenido lugar en lo que llevamos de siglo XXI, con 2015 como el año más caluroso.
Documental: “Una verdad incómoda”, Davis Guggenheim, 2006
Por ello, el cambio climático constituye una auténtica amenaza contra nuestra forma de vida. Pero, como en cualquier cuestión esencial en la Historia de la humanidad, también existen voces críticas con las verdaderas consecuencias del cambio climático y sobre su propia existencia. Si bien al negacionismo cada vez le quedan menos cartas, el tira y afloja entre ambos paradigmas marca el paso de los avances en la lucha contra el cambio climático. Sea como fuere, las conclusiones sobre las causas y consecuencias del mismo coinciden, en la mayoría de los casos, en que el modelo de desarrollo actual ha incidido de forma determinante en el cambio climático, y, si bien ya estamos viviendo algunas de sus consecuencias, lo peor aún estaría por venir.
París y Marrakech, dos caras de la misma moneda
El pragmatismo se ha construido de forma escalonada. En 1997, el protocolo de Kioto supuso un gran salto cualitativo. Años más tarde, en la COP15 de Copenhague, las expectativas eran altas, pero cayeron en saco roto. Los acuerdos alcanzados en Kioto iban a expirar y el encuentro en Dinamarca era el momento de avanzar hacia un nuevo compromiso que finalmente quedó frustrado. Fue en 2015, con la firma del acuerdo de París, cuando los países alcanzaron un nuevo pacto.
Representantes políticos, empresarios y activistas comenzaron a tratar los flecos de un nuevo pacto mundial un año antes, en la cumbre de Lima. Frente a los fracasos del pasado, la necesidad de un acuerdo vinculante que recogiera las responsabilidades de cada actor, así como el papel que debía jugar cada uno de ellos, se situaba en el centro de la mesa. El resultado del encuentro situó en la COP21 —fijada entre los días 30 de noviembre y 12 de diciembre de 2015— la responsabilidad de alcanzar un pacto.
El acuerdo de París, considerado histórico por sus defensores, ha establecido el marco pos-2020 de la lucha contra el cambio climático sobre la base de una transición hacia un modelo sostenible y tendente a la adaptación y la mitigación de los efectos del clima. En cuanto a su contenido, cabe destacar el objetivo de limitar el incremento de la temperatura media global a la barrera de dos grados centígrados en relación a los niveles preindustriales y el establecimiento de un sistema periódico de revisión del objetivo a partir de 2023. En lo que a los gases de efecto invernadero se refiere, los países se han comprometido a establecer una hoja de ruta que, en conjunto, devolvería el equilibrio a la regulación natural del planeta. Como labor de control y seguimiento, también deberán hacer público su nivel de emisiones cada cinco años. De esta forma, los países quedarán expuestos ante la opinión pública, tanto internacional como nacional, lo que podría convertirse en un aliciente para tomarse en serio la reducción de emisiones.
Para ampliar: “Principales resultados de la COP21”, Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (España)
Llegados a este punto, conviene considerar hasta qué punto la exposición pública y el compromiso de los países es suficiente por sí mismo, dado que nos encontramos ante un acuerdo que, en la práctica, no contempla ningún tipo de sanción en caso de incumplimiento y que no es vinculante.
Una de las cuestiones fundamentales, el apartado financiero, tuvo un resultado ambiguo. Las reivindicaciones realizadas por los sectores ecologistas de conceder a los países más afectados por el cambio climático la oportunidad de obtener reparaciones por su situación fueron desestimadas. En cuanto al dinero que los países más desarrollados se han comprometido a facilitar a los países en vías de desarrollo para favorecer la adaptación, la intención es reunir la cifra de 100.000 millones de dólares para el año 2020 y posteriormente establecer una meta superior para 2025. Esto es, al fin y al cabo, una declaración de intenciones que de momento no ha comenzado a materializarse.