Suele pasar que uno no toma decisiones hasta que las cosas suceden por sí solas y este ha sido uno de esos casos. La semana pasada, cuando la noche del martes al miércoles empecé a devolver a las 01.30h, uno de mis pensamientos fue no pegarle el virus (si es que se trataba de un virus) y, por otro lado, no despertarle con tanto trasiego de la cama al baño y del baño a la cama. Razón por la cual la noche siguiente, con mi marido también fuera de combate, fue mi propia suegra la que se encargó de ponerle el pijama y meterle en su cuna grande.
Lo tomé como algo temporal. En cuanto estuviéramos mejor, volvería a su minicuna y a nuestra habitación unas semanitas más.
Pero nos hemos rendido a la evidencia de que está súper contento con su cuna grande. En la minicuna le estaba costando dormir, no tenía sitio para moverse y la meneaba de una forma un tanto peligrosa. Se inquietaba con cualquier ruido que hiciéramos, con el mismo crujir de las sábanas.
Ahora puede hacer la croqueta a un lado y a otro y en estos días ha caído dormido de una forma asombrosa. Si antes, todas las noches, se despertaba sobre las 3 o las 4 de la mañana para pedir un biberón, en todas estas noches en su habitación no se ha despertado ni una sola vez.
El récord lo batimos la noche del sábado al domingo: cayó rendido a las 20.00h del sábado y no se despertó hasta las 07.15 del domingo. Confieso que no aproveché la noche. En varias ocasiones tuve que ir a visitarle, extrañada de que no pidiera comer, pero viendo lo frito que estaba, le dejé tranquilo hasta que el mismo reclamó el biberón.
De modo que, aunque prefiero tenerle cerca para poder escuchar cada suspiro que hace por la noche, ha quedado instalado definitivamente en su cuarto.
¡Se me hace mayor!.