Cuando entré en la sala de cine no iba con ningún conocimiento previo acerca de la película. No había leído ninguna crítica ni conocía dato alguno acerca de este biopic sobre Margaret Thatcher. Únicamente había oído que el papel de la Streep era, una vez más, impagable, lo cual ya no sorprende en esta actriz, una todoterreno capaz de interpretar cualquier registro. El trailer pintaba bien, y me animé a entrar. El prestigio de Meryl Streep anima a pagar la entrada. Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir, según iba avanzando la trama (si es que la tiene), que lo que parecía a priori una digna producción británica protagonizada por una actriz de Hollywood, en realidad es un vulgar y fallido biopic, no muy alejado en la forma de esos telefilms que emiten por televisión sobre la vida de Rocío Durcal o de la Duquesa de Alba.
La cinta comienza con una Margaret Thatcher ya en la vejez haciendo la compra como una ciudadana más. La vejez del personaje sirve, desde el punto de vista narrativo, como medio para relatar su vida desde que era una adolescente mediante el uso de flashbacks. De esta forma somos testigos de cómo poco a poco fue abriéndose paso en un competitivo mundo de hombres hasta convertirse gracias a una infinita tenacidad y pasión por el trabajo en Primera Ministra Británica. Este es quizás el único acierto de la película, es decir, mostrar la figura de Thatcher desde un lado humano con la excusa de su vejez y de su Alzheimer, y no hacer de la cinta un simple panfleto político.
Los fallos de La dama de hierro residen en muchos aspectos, si bien el desastroso guión de Abi Morgan tiene gran parte de la culpa de que la película no funcione. Lo que resulta extremadamente chocante a simple vista es la superficialidad con la que están relatados los diferentes aspectos de la vida política de Thatcher. Abi Morgan pasa de puntillas en su libreto por los distintos episodios de la vida de la dama de hierro sin querer profundizar en ninguno de ellos ni centrándose tampoco en alguno relevante, como es lo común en películas de esta índole. Éstos no pasan de ser simples bloques temáticos que saltan de uno a otro en pocos minutos para desconcierto del espectador. Episodios como el de la guerra de las Malvinas, por ejemplo, tan delicado e importante para la carrera política de Thatcher, es liquidado de un plumazo. No hay tregua para la reflexión ni para asimilar lo que nos están contando. El uso del montaje al respecto es patético. Cuando nos queremos dar cuenta ya estamos presenciando otro acontecimiento de su vida política en un formato que hubiera encajado mejor (si se quiere abarcar toda su trayectoria) en una serie televisiva.
Por otro lado el visible ajustado presupuesto salta a la vista en detrimento del producto. Pero no es excusa. La historia del cine está repleta de ejemplos de directores que han sabido suplir las carencias económicas echando mano del ingenio. Lo contrario de lo que hace la cineasta Phyllida Lloyd, quien no sabiendo cómo completar los acontecimientos de Margaret Thatcher para que su película no resulte absolutamente hueca, se limita a usar repetitivamente imágenes de archivo de cualquier telediario de la época. Imágenes de manifestaciones, la huelga de los mineros, etc. Técnica habitual que se puede hallar en cualquier telefilm vulgar, y ahí no se le pueden pedir peras al olmo, pero de una película que se exhibe en salas comerciales se espera más, muchísimo más. Hasta en una vulgar seriucha de tres al cuarto se reproducen mejor las escenas de masas que en La dama de hierro. Si lo que pretendían era realismo mostrando imágenes de telediario se ha conseguido justamente el efecto contrario.
La torpe realización de la película es de las peores que se recuerdan. La estela de telefilm que posee La dama de hierro no logra quitársela de encima en todo el metraje. Phyllida Lloyd no logra otorgar alma a su creación, no parece existir trabajo de dirección detrás de sus imágenes, lo único que consigue son personajes y situaciones de cartón piedra. Por otro lado, no se ha visto una peor dirección de actores desde sabe Dios cuándo, con la excepción lógicamente de Meryl Streep, lo único que hace que merezca la pena ver esta imperfecta película. La señora Streep se mete en la piel de Margaret Thatcher de tal forma que parece que estemos contemplando la mejor interpretaciónfemenina de la historia. Es la única estrella brillante que ilumina el camino dentro de un firmamento oscuro, tenebroso y lóbrego. Pero tampoco esto es mérito de su directora. La prueba es que la interpretación de Streep es la única destacable en todo el film. Ella misma se basta para regalarnos una excepcional actuación, no necesita de ninguna dirección de actores de tres al cuarto. El resto de intérpretes no dejan huella alguna, no sobrepasan la barrera de lo meramente correcto. Phyllida Lloyd tampoco cubre el expediente en este aspecto.
Por tanto estamos ante ese tipo de películas fallidas que únicamente logran obtener éxito por la interpretación de tal o cual actor, en este caso por la impagable Meryl Streep, de la que se espera que recoja un aluvión de premios merecidos por su interpretación. No es para menos. El resto es una película tediosa y mal hecha, que no se merece ni de lejos el esperado éxito que se le augura. Además se da la paradoja de que siendo un biopic salimos del cine más o menos como hemos entrado. La superficialidad que impregna el relato de La dama de hierro sólo consigue que conozcamos la figura de Margaret Thatcher de refilón, con el rabillo del ojo. Un par de telediarios de la época rescatados de Internet o la Wikipedia probablemente nos sirvan de más ayuda al respecto que el lamentable film de la tal Phyllida Lloyd.
EDUARDO M. MUÑOZ BARRIONUEVO