Después de algunos años me decidí a leer el muy esperado desenlace de la saga de Geralt de Rivia, no me había animado por un motivo en especial, porque me molestó el fraude de la editorial Alamut urdido para sacarle la mayor cantidad de pasta al respetable, dividiendo el último libro en dos partes.
Los personajes aparecen desperdigados por el tablero de juego, Yennefer de Vengerberg siendo retenida por Vilgefortz de Rogeeveen, con la finalidad de usarla como cebo para atraer a Ciri.
Mientras que Ciri se introduce en la torre de la golondrina y se convierte en una bola de pinball, viajando para arriba y abajo en muchos diferentes universos, hasta aparece en el Camelot de Arturo Pendragon.
Mientras que Geralt y su pandilla, Milva, Cahir, Regis y Angouleme retozan en el poblado vinicultor de Toussaint. Al parecer, sin tener mucha prisa por rescatar a nadie.
Al mismo tiempo, se desatan los perros de guerra entre el imperio Nilfgaardiano y los reinos norteños. Con lujo de detalle se narran las cruentas refriegas entre estos ejércitos.
Y también Ciri le narra parte de la historia a Sir Galahad, en medio de uno de sus viajes entre dimensiones.
La lección en este melancólico libro es que no importa que tan grandes sean los héroes, o que tan valerosas sus hazañas, todo eso se pierde en el abismo del tiempo.